Rafael-José Díaz, escritor y traductor tinerfeño: “En Canarias se edita por lo general con bastante descuido”

Rafael-José Díaz, en un retrato de archivo

G. D. G.

Santa Cruz de Tenerife —

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Rafael-José Díaz no para; parece (y va a ser verdad) que no se puede estar quieto. Escribe prosa, poesía, traduce, ejerce de activista cultural en Tenerife y asoma la cabeza en casi todos los proyectos artísticos que tienen un sello innovador y aúnan calidad.

Este tinerfeño nacido en la capital de la isla en 1971 es hoy parte de la actualidad informativa en cultura por la presentación hace una semana de su traducción del francés al español del poemario de la autora suiza Anne Perrier El libro de Ofelia, trabajo dado a conocer el 7 de agosto pasado en el espacio artístico TEA, donde consiguió un lleno.

Esta entrevista se combinan aspectos relacionados con la citada obra de Perrier y la actividad intelectual del traductor de El libro de Ofelia, tanto la presente como la proyectada, y opiniones de Díaz sobre cuestiones actuales en el ámbito cultural de Canarias.

El también docente de Secundaria, que tiene un currículo extensísimo repleto de distinciones, cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna, donde se licenció con el Premio Extraordinario de Fin de Carrera. Entre 1993 y 1995 dirigió la revista Paradiso y de 1995 a 2000 fue lector de español en las universidades de Jena y Leipzig. Posteriormente, organizó ciclos de lecturas como Jóvenes poetas españoles en Agüimes (2003-2004) o Paisajes, palabras, territorios. Jóvenes poetas en la isla (2006) en el Colegio de Arquitectos de Canarias. Ha coordinado también proyectos en instituciones como la Casa del Lector de Madrid (Antonio Gamoneda y sus traductores) o el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife (Caligrafías queer). Actualmente, preside la Sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna. 

Rafael-José Díaz ha ganado los premios de poesía Tomás Morales (2002) y Pedro García Cabrera (2007) y ha publicado ocho libros de poemas: los dos últimos, Antes del eclipse (2007) y Un sudario (2015), publicados por la editorial Pre-Textos.

Estos días usted ha sumado a su amplio y reconocido catálogo de traducciones literarias el título de poesía El libro de Ofelia, de la autora suiza ya desaparecida Anne Perrier. ¿Qué es lo que más le inspira para realizar tan ingente tarea y que le ha aportado, en el capítulo de novedades, este último trabajo?

Desde que hacia 1996 conocí la obra del poeta suizo Philippe Jaccottet y quedé tan enamorado de ella que empecé a traducirla, comenzó, sin que fuera muy consciente de lo que estaba ocurriendo, un viaje a través de la literatura suiza de lengua francesa que me ha llevado a descubrir y traducir a autores que constituyen una especie de constelación fulgurante aunque algo escondida en el firmamento de la tradición literaria europea. Leí tempranamente el ensayo en el que Jaccottet, con su sabiduría habitual, describe a Anne Perrier como “la que escucha, apartada”. Introducirme en esa escucha, escucharla desde dentro (es decir, traducirla), ha representado una experiencia de inmersión -y no es casualidad que haya empezado traduciendo precisamente su libro sobre Ofelia- que me gustaría continuar en la medida de lo posible. 

En ese poemario, publicado por editorial Polibea, además se encarga de la presentación del libro, sin duda un trabajo muy especial y reconocido de la creadora suiza. ¿Cómo se mete uno con acierto en los textos de otros que han sido concebidos en idiomas diferentes y cómo se construye la máxima lealtad a la obra originaria dentro de la traducción?

Esta es una pregunta muy difícil de responder, pues cada traductor se enfrenta de un modo personal a las obras que traduce. Es más, cada obra o cada autor traducidos exigen no un método -pues no hay métodos para este tipo de aventuras creativas- sino una especie de estrategia o de pacto. En el caso de Anne Perrier he hablado en el prólogo del libro de “lealtad distraída” como posible definición de esa forma de traducir. Al tratarse de textos por lo general muy breves escritos con un vocabulario no demasiado complejo, y al ser el francés una lengua románica como el español, el traductor debe evitar tanto la excesiva literalidad como la transcreación, tanto la paráfrasis como el apego absoluto. Se trata de que los poemas resultantes sean poemas de Anne Perrier -no de Rafael-José Díaz- que el lector pueda leer para sumergirse en ellos como lo haría un lector cuya lengua materna fuera el francés al leer los poemas originales. Esto que describo es lo que he intentado conseguir como traductor, no necesariamente lo que he conseguido. 

En su prólogo para la citada edición de El libro de Ofelia, llega a afirmar que lo importante en el ejercicio de la traducción, al menos en el trabajo con esa obra, “(...) es entrar en comunión con su comunión [la de la autora]. La nuestra, que no es la de ella, lo es con sus palabras, que a su vez lo son con una visión interior, que no tendría lugar sin la apertura a la exterioridad absoluta (…)”? ¿Cómo se consigue esa situación clímax sin tener una conversación pausada sobre la obra con su creadora, en este caso imposible al haber fallecida?

Traducir a autores vivos -en mi caso, sobre todo, a Philippe Jaccottet, pero también, del italiano, a Fabio Pusterla, por ejemplo- es una experiencia inolvidable. Los intercambios que he mantenido con esos autores han significado un gran aprendizaje. Sin embargo, en el caso de Anne Perrier -lo mismo que en mi traducción anterior, La alta ruta, de Maurice Chappaz-, es obligado transportarse mentalmente, a través de las palabras del poema, al momento de su concepción, intentar entrar en el meollo experiencial que dio origen al poema. Esto es una aventura casi de funambulista. Uno intenta escuchar, como decía antes, lo que la autora ha escuchado. Es necesario en este caso mucho silencio a nuestro alrededor, unas migajas de imaginación, un toque de atrevimiento, y a veces incluso una extraña capacidad para dejarse extraviar por las palabras: dejar que las palabras nos lleven adonde quieran y volver con un cargamento intangible, con otras palabras que, casi de contrabando, pero sin violencia alguna, se depositen en la página para convertirse en una Anne Perrier que hubiera escrito hipotéticamente en español... Una pequeña locura, como ve. 

“He dejado que las palabras nos lleven adonde quieran y volver con un cargamento intangible”

El libro de Ofelia se presentó en Tenerife, en el espacio artístico TEA, el viernes 7 de agosto pasado. La convocatoria fue un éxito de público, medido según las restricciones de aforo por la covid-19. ¿La poesía tiene futuro, tiene lectores? ¿Qué poesía y qué futuro?

La poesía, según un dictum de Paul Valéry que le encantaba repetir a Anne Perrier, es el paraíso del lenguaje. Mientras el lenguaje siga constituyendo una carcasa que manoseamos para manipular, mentir, traficar o pervertir, desnaturalizando así las palabras, desmontando toda la carga que el lenguaje posee de memoria, de imaginación y de utopía, la poesía seguirá siendo necesaria. Otra cuestión es que el público que asiste a una lectura de poemas sea más o menos numeroso. Hoy en día hay jóvenes poetas en España que venden miles de ejemplares, más que los que vendió nunca Anne Perrier. Pero posiblemente un solo poema de la autora suiza presente mayor intensidad que todos esos libros de lo que se ha dado en llamar la “parapoesía” -que no es, en el fondo, sino un fenómeno comercial y mediático como tantos otros-. Juan Ramón Jiménez y Anne Perrier, Sylvia Plath y Dereck Walcott no serán nunca poetas leídos por las masas, pero seguirán encontrando sus lectores entre quienes, en medio de un mundo cada vez más incierto, sigan preguntándose por el sentido de la vida, por las identidades culturales, por los misterios de la naturaleza, por nuestro lugar en el universo.  

En su actividad como traductor literario, hay un dominio de autores francófonos y de creadores que no son superventas. ¿Esto responde a una preferencia o a que ese es su nicho de mercado?

Los traductores no profesionales, como es mi caso, traducimos sobre todo por placer y por pasión. Tenemos la ventaja de que podemos elegir a los autores que nos gustan. En mi caso, aunque también traduje hace años a Arthur Schopenhauer y a Hermann Broch, dos gigantes de la lengua alemana, me he especializado en literatura de lengua francesa, y en concreto en lo que se llama la littérature romande, es decir, la literatura suiza escrita en francés. Es, como decía antes, un mundo que cada vez me fascina más y que es muy poco conocido en el ámbito hispánico. No hay en este caso nicho de mercado. Hay una pasión que quiere ser compartida. Se trata entonces de buscar los editores que quieran o puedan colaborar. Le confieso que hay proyectos que no han salido adelante por falta de un editor interesado y que a veces un libro ha sido rechazado por varios editores hasta que ha encontrado su lugar. Sin embargo, en otras ocasiones, como es el caso de El libro de Ofelia, me he encontrado con un editor entusiasta, Juan José Martín Ramos, y una colección, Orlando, dentro de la editorial Polibea, especializada justamente en traducciones de autores y obras que están en los márgenes del canon. Un lujo. 

¿Residir en Tenerife, en Canarias, resta opciones de traducir o la distancia ya se ha acortado, al menos en gran parte, por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación?

A priori, podríamos pensar que ocurre más bien lo segundo. Sin embargo, las distancias físicas, sobre todo si son ultraperiféricas, como es el caso de Canarias, siguen afectando. No hay, al menos que yo conozca, demasiados traductores profesionales canarios o que residan en Canarias. Tampoco abundamos los traductores que no nos dedicamos en exclusiva a la traducción, aunque aquí creo que el campo es un poco más amplio. No nos engañemos: sigue habiendo un cierto prejuicio -en algunos sectores culturales de la Península- hacia los proyectos culturales procedentes de Canarias. Y las traducciones no son una excepción. Hay que añadir que traducir requiere muchas veces de la consulta de diccionarios especializados, bibliografía específica a la que muchas veces es difícil acceder si no se reside en grandes ciudades o en lugares relacionados con la obra del autor traducido. Pongo un ejemplo: mientras traducía una novela de Charles Ferdinand Ramuz -traducción que está inacabada por falta de editor-, el gran novelista suizo, me di cuenta de que la versión que manejaba era una de las cuatro ligeramente distintas que se publicaron en vida y bajo control del autor. Si no hubiera podido acceder en Lausana a la edición de la obra completa de Ramuz publicada por la editorial ginebrina Slatkine, no hubiera podido contrastar las variantes y consultar cuál de las cuatro versiones puede considerarse la más fiable para ser traducida. Traducir en Tenerife no es morir... en el intento, siempre y cuando se pueda no solamente viajar de vez en cuando sino sobre todo disponer de un ambiente adecuado para una labor que en mi caso es solitaria, casi monacal. 

¿Qué proyectos literarios o culturales en general tiene ahora entre manos?

Además de la traducción de Ramuz de la que hablé -paralizada, pero no del todo dada por perdida-, tengo en imprenta tres traducciones más de autores suizos: una de Blaise Cendrars, otra del gran novelista Jean-Marc Lovay y otra de la poeta José-Flore Tappy. En algún momento después del verano -la pandemia ha trastocado la programación de las editoriales- saldrá en Pre-Textos mi próximo libro de poemas. Y también por esas fechas se publicará en Chile un libro de prosas con fotografías de una estupenda fotógrafa tinerfeña (no desvelo el nombre para que sea una sorpresa). También tengo entregado a una editorial un libro de relatos en el que reúno varios de los que he escrito en los últimos años. Y tengo varios libros más en la gaveta, pero que esperen, que no puede salir todo al mismo tiempo. Hay, además, varios proyectos culturales que permitirían continuar con la labor que he venido realizando no solo desde la Sección de Literatura del Ateneo de La Laguna, sino como coordinador de ciclos como Paisajes, palabras, territorios o Caligrafías queer, es decir, proyectos relacionados con la literatura, el pensamiento, la traducción y el territorio. No puedo desvelar más detalles porque, aunque están presentados, no han sido todavía aprobados para su realización.  

“Mientras el lenguaje siga constituyendo una carcasa que manoseamos para manipular (…), desnaturalizando así las palabras, desmontando toda la carga que el lenguaje posee de memoria, de imaginación y de utopía, la poesía seguirá siendo necesaria”

¿Qué echa de menos en ese ámbito en Tenerife y Canarias y cómo cree que se debe actuar para reactivar la cultura en esta coyuntura covid-19?

Echo de menos muchísimas cosas. En primer lugar, el mundo editorial canario es frágil y muchas veces endogámico. Las instituciones públicas no publican todo lo que deberían y en ocasiones lo que publican no cumple unos criterios mínimos de calidad en sus contenidos y en su diseño. Este último aspecto me parece fundamental: en Canarias se edita por lo general con bastante descuido. Hace falta profesionalizar el diseño y dar la oportunidad a diseñadores creativos de innovar en este campo. Por otra parte, ¿algún representante público del ámbito de la cultura en Canarias se ha planteado alguna vez que hay que fomentar la traducción de la literatura escrita en las Islas? ¿O que hay que establecer algún sistema de becas de creación literaria -y artística en general- para favorecer la excelencia entre los creadores más jóvenes? En Tenerife no existen casas museo, a diferencia de lo que ocurre en Gran Canaria, donde el Cabildo insular gestiona las dedicadas a Benito Pérez Galdós, Tomás Morales, León y Castillo o Antonio Padrón, entre otras. No hay tampoco ningún espacio al modo de las casas de la poesía que existen en algunos lugares de España e Hispanoamérica ni tampoco una residencia internacional de creadores donde regularmente los escritores y artistas canarios puedan conocer y dialogar con escritores y artistas peninsulares y extranjeros. No hay, salvo el que desde hace tres años se organiza en La Palma, festivales literarios. Son muchas las carencias, sin duda. En la actual coyuntura sanitaria, y ante la incertidumbre que vivimos, habría que seguir incentivando la cultura, los encuentros, las exposiciones, los conciertos, como están haciendo, por ejemplo, desde espacios como TEA o desde ayuntamientos como el Puerto de la Cruz, con la mayor de las precauciones y cumpliendo con todas las medidas sanitarias, pero sin complejos y con la convicción de que la cultura es un bien de primera necesidad. Al mismo tiempo, habría que desarrollar las nuevas tecnologías en el ámbito de la cultura porque, según vayan transcurriendo los acontecimientos, podríamos enfrentarnos a nuevos confinamientos, por lo que deberían concebirse planes de contingencia por si gran parte de la actividad presencial tiene que acabar planteándose desde soportes virtuales. Así lo están haciendo instituciones del máximo prestigio tanto en Europa como en América. 

Hoy en día, ¿qué iniciativas artísticas o culturales más le motivan de las que se hacen y conoce en Canarias y cómo valora la producción literaria hecha en las Islas?

A mí me interesan mucho las iniciativas más innovadoras. Proyectos como el cuarteto Quantum, por ejemplo, que ha dado a conocer en Tenerife las músicas más actuales. O Tenerife Lav, un programa rompedor en el ámbito de las artes escénicas. Igualmente, el Festival Internacional de Cuentos de Los Silos o, en ese mismo municipio, el Festival Boreal me parecen grandes proyectos. También, por supuesto, festivales como Phe o Mueca, en el Puerto de la Cruz, o MiradasDoc, en Guía de Isora, que han apostado por la calidad, la interdisciplinariedad, la internacionalización y la proyección didáctica y formativa. Es fundamental que seamos capaces de atraer a nuevos públicos y eso solo se conseguirá mediante la formación. Últimamente TEA ha iniciado unos programas nuevos relacionados con la escritura, la danza, la performance, el pensamiento y la música que plantean el museo como un espacio de intercambio de ideas y de diálogo interdisciplinar. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, me parece que asistimos a un momento especialmente feliz en la literatura que se está escribiendo en Canarias. Conviven escritores de generaciones anteriores como Eugenio Padorno o Lázaro Santana con autoras jovencísimas como Aída González Rossi o Andrea Abreu. Y, en medio, varias generaciones que han dado a la literatura escrita en las Islas una excelencia que, lo mismo que esas generaciones anteriores o ultimísimas, deberían conocerse y cuidarse más. 

“No nos engañemos: sigue habiendo un cierto prejuicio -en algunos sectores culturales de la Península- hacia los proyectos culturales procedentes de Canarias. Y las traducciones no son una excepción”

El verano, en tanto que tiempo predilecto para el descanso, está lleno de momentos idóneos para la lectura. ¿Qué cinco libros metería en la maleta para convertir el disfrute de la lectura en el mejor postre o la mejor siesta?

Bueno, ahora mismo estoy pasando unos días en el sur de la isla [de Tenerife] y justamente me traje no cinco sino unos ocho libros (siempre me gusta viajar con una minibiblioteca a cuestas). Acabo de terminar Lo que trajo el mar, un libro de crónicas del joven autor dominicano Frank Báez; estoy leyendo El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga, un clásico que tenía pendiente; Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu, una joven poeta que ha logrado construir un texto lingüística y literariamente apasionante sobre su infancia en Icod; El entusiasmo, de Remedios Zafra, una biblia para quienes trabajamos en el ámbito de la cultura y la creación en la era digital; y, por último, Las zonas comunes, el primer libro de Nicolás Dorta, compuesto por cinco extraordinarios relatos y que presentaremos el 10 de septiembre en el Ateneo de La Laguna. También traje poesía, pero me reservo los títulos porque me pidió solo cinco y la poesía, como decía Clarice Lispector, es secreta.

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