Por fin permitió Ánsar que un periodista le preguntara por la guerra de Irak y si, a pesar de lo ocurrido, mantenía sus tesis de que lo mejor que había hecho España era meterse en donde se metió. La respuesta fue de grabarla y pasarla por la moviola para intentar comprobar cuántos músculos de su cara se quedaron quietos y cuántos se menearon aunque fuera un milímetro. Todo el mundo, todo, incluida la Internacional Socialista, según explicó, estaban convencidos de que Irak disponía de armas de destrucción masiva. Tanto se lanzó haciendo una relación de cómplices suyos, que de repente llegó a los inspectores de la ONU y se acordó de que éstos jamás encontraron arma alguna. Pero Ánsar se revolvió como él sólo sabe hacer para decir que hasta los inspectores estaban sorprendidos por no haberlas encontrado. Un fiera que quizá no sea tan mentiroso como casi todos creemos, sencillamente se considera tocado por un don divino que le impide equivocarse. Macías tiene razón: los electores deben explicar tan ofensivo error cometido con el nuevo mesías.