Ni un solo movimiento significativo ha sido registrado en los sismógrafos políticos de Canarias al día siguiente de la mayor hecatombe socialista de la democracia y el consecuente triunfo del Partido Popular. Más allá de las valoraciones de vencedores y vencidos, más allá de la satisfacción pronunciada por las nuevas irrupciones en el mapa político o de lecturas unas veces optimistas y las otras chiripitifláuticas, nada se ha movido que pueda alumbrar cómo va a quedar definido el futuro de las instituciones canarias. Como decíamos ayer, el pacto en el Parlamento de Canarias, imprescindible como consecuencia de la imposibilidad de alcanzar la mayoría absoluta, influirá en un montón de corporaciones insulares y municipales, lo que ha redoblado los mensajes de llamada a la precaución por parte de todas las direcciones de los partidos políticos. Sólo conocemos el anuncio de José Manuel Soria, el único autorizado a hablar en el PP, de que iniciará los contactos en estricta aplicación de las normas que obligan al primer clasificado a mover ficha. Pero el presidente de los conservadores canarios sabe que parte con escasas posibilidades por ese atavismo que condena a los ganadores a sentarse en la bancada de la oposición en Teobaldo Power.