Bueno, bueno, bueno. Hay veces en la vida de un político en las que es preferible dejar pasar el cáliz del micrófono envenenado. Son esas ocasiones en las que es preferible no opinar a hacerlo de modo absolutamente errático, incoherente y lejano a los planteamientos de cada cual. Que el Papa de Roma, señor muy respetable, recomiende a los funcionarios españoles de ayuntamientos y juzgados que no casen a personas homosexuales, es una orden cuasi divina que no casa en absoluto con la obligación de cumplir y hacer cumplir las leyes españolas. Humanas, sí, pero leyes al fin y al cabo. La alcaldesa de Las Palmas de Gran Canaria, que no suele casar a heterosexuales, alega que por razones de conciencia no piensa casar a homosexuales, pero que el Ayuntamiento no lo negará a quien lo solicite. No está nada mal conocer a estas alturas los planteamientos morales de la alcaldesa sobre la homosexualidad. A estas alturas.