Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Un corredor de la muerte desde Boston a El Cairo
Cuando leí la semana pasada las condenas a muerte emitidas por dos tribunales tan lejanos como los de Boston y El Cairo, me vino a la cabeza aquella espléndida película de Susan Sarandon y Sean Penn titulada precisamente así: Pena de muerte. El film, basado en un hecho real, lo dirigió Tim Robbins y cuenta la historia de la Hermana Helen Prejan, una religiosa que acaba convirtiéndose en la guía espiritual de un reo -interpretado por Sean Penn- condenado a la pena capital por el asesinato de dos adolescentes en Louisiana, aunque él clama su inocencia.
Dzhojar Tsarnaev es un joven de 22 años, de origen checheno, que acaba de ser condenado a muerte por un tribunal de Boston, por considerarle autor de los atentados efectuados con bombas en la maratón de esa ciudad celebrado en 2013 y que causaron la muerte de tres personas y graves heridas a más de doscientas. La defensa del condenado se ha basado en que actuó influido por su hermano Tamerlán, el otro autor del atentado, que murió, abatido por la Policía, durante la huida de ambos.
Naturalmente, el caso ha reabierto el eterno debate en torno a la pena de muerte, que sigue vigente en nada menos que 32 estados. Llama la atención que el país que se erige en paladín de las libertades y defensor de la democracia siga admitiendo en su ordenamiento jurídico este asesinato legalizado que sitúa a las instituciones encargadas de impartir justicia al mismo nivel que el autor del más terrible crimen juzgado. Es fácil hablar así -podrían decirme- ya que ningún familiar ni conocido mío resultó siquiera herido en el atentado de Boston. Y no pretendo disculpar los incalificables hechos cometidos por Tsarnaev y su hermano, pero incluso los padres de una de las víctimas -el pequeño Martin Richards, de 8 años años de edad- pidieron que el acusado no fuera condenado a la pena capital.
En la película de Robbins se pone de manifiesto la crueldad, no ya de la condena, sino la terrible cuenta atrás, el laberinto de angustiosas apelaciones y el sufrimiento devastador, tanto del reo como de sus familiares y los familiares de las víctimas. Rechazar la pena de muerte no supone, en modo alguno, defender a los culpables de un crimen atroz, pero confundir la justicia con la venganza no repone el dolor de las víctimas ni compensa de ninguna forma la pérdida.
Curiosamente, Massachusetts es uno de los pocos estados de la Unión en los que la pena capital esta considerada inconstitucional, pero en un giro casi desquiciado de la Justicia norteamericana, se está estudiando trasladar a Tsarnaev a Indiana, donde la ley sí contempla la ejecución del condenado.
Me supongo que en el inconsciente colectivo del jurado, pero también en el de un gran número de estadounidenses está muy presente el dolor por los atentados de las Torres Gemelas -¡a nosotros, los españoles, nos van a hablar del dolor que causa el terrorismo!- pero hay que tener un gran sentido de la crueldad para emprender una especie de tourné judicial hasta encontrar un estado en el que poder ejecutar al reo.
En Pena de muerte, la Hermana Helen acompaña al presidiario, Matthew Poncelet, hasta que el gobernador del estado rechaza una última petición de clemencia. No restando ya esperanza alguna, Poncelet le confiesa a la Hermana Helen que efectivamente fue él quien cometió los crímenes y la película termina con su ejecución ante los familiares de las víctimas con una inyección letal.
Para acabar de completar este círculo de muerte, la condena de Tsarnaev ha coincidido casi exactamente en el tiempo con la pena capital a la que un tribunal egipcio ha condenado al expresidente del país, Mohamed Mursi, y a más de cien de sus antiguos colaboradores. El baño de sangre egipcio tiene ya proporciones bíblicas o, mejor dicho, faraónicas, pero difícilmente terminará con la ejecución de estas personas, por muy culpables que sean de los crímenes de los que han sido acusados.
Por cierto, el gobierno egipcio se ha quejado de las ingerencias de diversos países occidentales en este asunto, países que han criticado severamente la decisión del tribunal. ¿Saben cuál ha sido uno de los que más críticas ha expresado por la condena de Mursi? Justo el que están pensando: los Estados Unidos de América.
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