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Las desapariciones

Es una de las cosas más comunes pero qué poco se habla de ello y qué sorpresa causa cuando sucede pese a que todo el mundo sabe que va a suceder. Me refiero a las desapariciones. Las personas están y de pronto no están. A veces, con la enfermedad, se desaparece muy despacio, algo así como morirse a plazos. Las personas que enferman se van volviendo cada vez más transparentes hasta que un día se las deja de ver. En otras ocasiones, con los accidentes por ejemplo, la vida se volatiliza en décimas de segundo, igual que cuando damos al interruptor y apagamos una bombilla.

Cuando veo una película antigua no puedo evitar cierta congoja al asomarme a la juventud de tantos que ya no están. Me pasa también cuando visito los museos de prehistoria y contemplo los cráneos expuestos al otro lado de las vitrinas. Me cuesta menos comprender los miles de años que me separan de las mujeres y los hombres de Altamira que los millones de años que vendrán cuando deje de haber hombres y mujeres sobre la faz de la tierra que puedan medir el tiempo.

Las personas desaparecen. Es algo común y cotidiano. Queda luego eso de vivir en los otros, una breve prórroga que de nada sirve al que desapareció. La trascendencia consiste en imaginar en vida cómo nos recordarán cuando ya no estemos. Una persona me confesó una vez que se emocionaba imaginando la tristeza de los demás en su propio entierro.Se puede dar la paradoja de que alguien disfrute de su trascendencia pensando que va a ser muy reconocido tras su muerte y que luego, una vez muerto, sea completamente ignorado. Pero al muerto eso ya le dará igual. Y lo mismo al revés, habrá quien sufra ante la perspectiva de que nadie lo recordará pero que luego, una vez desaparecido, su nombre sea reconocido y admirado.

Qué más da: todo el mundo será olvidado. Sólo hay que pararse a observar. La naturaleza es impasible ante nuestra felicidad y ante nuestras desgracias. Un gorrión no se entristece ante la presencia de un ahorcado y el árbol continuará floreciendo y dejando caer sus hojas mientras el cuerpo sin vida, colgado de una de sus ramas, se balancea y se pudre mecido suavemente por el viento.

Es una de las cosas más comunes pero qué poco se habla de ello y qué sorpresa causa cuando sucede pese a que todo el mundo sabe que va a suceder. Me refiero a las desapariciones. Las personas están y de pronto no están. A veces, con la enfermedad, se desaparece muy despacio, algo así como morirse a plazos. Las personas que enferman se van volviendo cada vez más transparentes hasta que un día se las deja de ver. En otras ocasiones, con los accidentes por ejemplo, la vida se volatiliza en décimas de segundo, igual que cuando damos al interruptor y apagamos una bombilla.

Cuando veo una película antigua no puedo evitar cierta congoja al asomarme a la juventud de tantos que ya no están. Me pasa también cuando visito los museos de prehistoria y contemplo los cráneos expuestos al otro lado de las vitrinas. Me cuesta menos comprender los miles de años que me separan de las mujeres y los hombres de Altamira que los millones de años que vendrán cuando deje de haber hombres y mujeres sobre la faz de la tierra que puedan medir el tiempo.