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Empate a cero

Dos niños juegan al fútbol en un campo reseco en un pueblo pequeño, tan pequeño que quizá solo vivan en ese pueblo dos niños. Hay dos porterías, aunque eso en realidad es lo de menos porque seguramente las porterías podrían inventarlas. Está el balón, aunque no se descarta que lo pudieran inventar también como inventan al resto del equipo o las líneas que delimitan el terreno de juego o las gradas desde las que les observa un público que también inventan.

No es un uno contra uno, es un once contra once. Cada niño es portero, central, lateral, centrocampista y delantero. Cada niño es árbitro. Y entrenador. Cada niño es el periodista deportivo que narra la jugada y el público que vitorea. Están jugando la final, creo entender, de un importante campeonato, parece que de un mundial. Los dos quieren ser España y han tardado en ponerse de acuerdo. Al final, el niño con la camiseta roja dice que como va de rojo él tiene que ser España. Así que el niño de la camiseta azul, como va de azul, se resigna a ser Italia. Y una vez que ha decidido ser Italia está dispuesto a machacar a España porque España ya no es él.

Los dos niños son los capitanes de sus equipos y, quizá por eso, sienten que tienen algo que perder. Les cuesta adentrarse en el campo del contrario, lo intentan tímidamente pero lo hacen llenos de nerviosismo y acaban golpeando al balón desde muy lejos mientras su rival aguarda bajo los palos y detiene cómodamente una pelota que llega a sus manos siempre sin fuerza. La secuencia se repite una y otra vez. Ninguno quiere dejar su portería vacía. Así que, aunque caben en ellos todas las posibilidades, la mayor parte del tiempo eligen ser porteros. Y es una cosa extraña verlos así: cada uno en un extremo del terreno de juego, lanzándose el balón inofensivamente, esperando un golpe de suerte, o un error del contrario, tal vez. Ninguno se atreve a atacar. Ambos esperan temerosos bajo sus porterías. El miedo es un roedor. Empatarán a cero.

Dos niños juegan al fútbol en un campo reseco en un pueblo pequeño, tan pequeño que quizá solo vivan en ese pueblo dos niños. Hay dos porterías, aunque eso en realidad es lo de menos porque seguramente las porterías podrían inventarlas. Está el balón, aunque no se descarta que lo pudieran inventar también como inventan al resto del equipo o las líneas que delimitan el terreno de juego o las gradas desde las que les observa un público que también inventan.

No es un uno contra uno, es un once contra once. Cada niño es portero, central, lateral, centrocampista y delantero. Cada niño es árbitro. Y entrenador. Cada niño es el periodista deportivo que narra la jugada y el público que vitorea. Están jugando la final, creo entender, de un importante campeonato, parece que de un mundial. Los dos quieren ser España y han tardado en ponerse de acuerdo. Al final, el niño con la camiseta roja dice que como va de rojo él tiene que ser España. Así que el niño de la camiseta azul, como va de azul, se resigna a ser Italia. Y una vez que ha decidido ser Italia está dispuesto a machacar a España porque España ya no es él.