Entrevista

Pedro Olalla, escritor: “Lo de Gaza no es sólo un genocidio, es la muerte de nuestra credibilidad como seres civilizados”

El escritor Pedro Olalla (Oviedo, 1966) es el único griego de su familia. Nació en Asturias por azar y resolvió esa contradicción mudándose definitivamente a Atenas cuando cumplió 28 años. Allí reside desde entonces. Un viaje vital del Cantábrico al Mediterráneo que realizó inspirado por el hechizo de la cultura griega. No tenía ningún lazo con un país cuyo pasado histórico y cultural admira y estudia. Escritor con más de treinta libros publicados -reconocido por su labor como traductor, docente, cineasta y divulgador cultural- ha pasado por las aulas de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) para participar en la Escuela del mundo clásico y protagonizar una tribuna literaria. Bajo el prisma de su conocimiento la democracia sigue siendo un proyecto “radical y revolucionario”, incompatible con el capitalismo y que goza de mala salud porque no ha podido cumplir su objetivo: impedir que mande el dinero.

Los griegos inventaron la democracia, dejaron un legado ético y filosófico y sin embargo esa civilización se destruyó, ¿podría volver a suceder en el contexto actual?

Por supuesto, las conquistas de la civilización han sido siempre frágiles, y han de ser defendidas cada día que amanece.

¿Cómo valora la salud de nuestra democracia actual?

Es mala, si tenemos en cuenta la desconexión entre la voluntad de los ciudadanos y la verdadera toma de decisiones políticas, y peor aún si la evaluamos con respecto a la deontología democrática concebida por los antiguos griegos. La democracia aspira a la máxima identificación entre los gobernantes y los gobernados, a que el interés común sea definido y defendido por el conjunto de los ciudadanos, y a que el ciudadano sea el portador activo y responsable de la esencia política de la sociedad, con capacidad real -como lo definió Aristóteles - de gobernar y de juzgar. Nada de esto sucede de manera efectiva en nuestras deficientes democracias. Nuestros sistemas son, en realidad, oligarquías encubiertas que buscan legitimidad mediante un controlado mecanismo de voto, pero no verdaderas democracias. La verdadera democracia -como la concibieron los griegos- sigue siendo un proyecto radical y revolucionario.

¿Qué clase de convivencia se establece entre democracia y capitalismo?, ¿cómo ha evolucionado esta relación?

Por naturaleza, el capitalismo, dejado a su ser, es incompatible con la democracia. Porque el capitalismo aspira a la concentración de la riqueza y a la transmutación de la fuerza económica en poder político; y la democracia debe aspirar, precisamente, a que las injusticias derivadas de las desigualdades económicas puedan ser corregidas mediante el poder político. Dicho de otro modo, el objetivo de la democracia es impedir que mande el dinero. En cuanto a la evolución de la relación, estamos asistiendo a un proceso de conquista, cada vez más grande, del poder político por el económico, lo cual es la antítesis de la democracia. Las ambiciones del capitalismo se ven cada vez menos atemperadas por las limitaciones del Estado; es más, hemos llegado a tal punto de confusión que percibimos como una solución, y no como un problema, el hecho flagrante de que los agentes del capital tomen los puestos de gobierno. Pensemos en los “task forces” del los tecnócratas, en las políticas de la Troika, en los tratados secretistas tipo TTIP, en los grupos plutocráticos o en el núcleo duro de la Unión Europea: todos son mecanismos para convertir un poder de facto en un poder de iure, por encima de los obstáculos tradicionales, de los derechos conquistados y de la propia democracia.

La verdadera democracia, como la concibieron los griegos, sigue siendo un proyecto radical y revolucionario

¿Estamos en un momento crítico para la civilización occidental?

Por supuesto: crítico para la civilización en sí misma. A estas alturas de deterioro del planeta y de amenaza para la propia existencia humana, los gobiernos del mundo deberían dejar de perseguir intereses espurios y cortoplacistas y atender a lo importante y perentorio: promover la solidaridad y la colaboración a escala global, y trabajar porque los derechos fundamentales, la justicia y los recursos existan para todos. No veo que las cosas vayan por ahí, y Europa está dando tristes muestras de ello.

El problema empieza cuando sólo estamos dispuestos a defender la verdad si coincide con nuestros intereses

Asistimos con impotencia a lo que sucede en Gaza. ¿Hay una actitud demasiado tibia por parte de Europa?, ¿cómo se explica que nos autocalifiquemos de civilizados cuando desde ciertas democracias se alienta o se mira con indiferencia el genocidio?

Ucrania y Gaza, en elocuente paralelismo, están siendo la piedra de toque donde Europa ha fracasado estrepitosamente en demostrar que es quien dice ser. Lo único que ha demostrado es hipocresía y sumisión. Lo de Gaza no es sólo un genocidio: es la muerte de nuestra credibilidad como seres civilizados. ¿Que cómo se explica que nos autocalifiquemos así? Porque somos cobardes y porque estamos perdiendo los conceptos.

¿El concepto de verdad ha entrado en disputa?

A esa pérdida de los conceptos me refiero. El problema empieza cuando sólo estamos dispuestos a defender la verdad si coincide con nuestros intereses. Y defender la verdad implica en ocasiones ejercer la violencia contra nosotros mismos. La verdad es la correspondencia entre las aseveraciones y los hechos, y hoy existen todo tipo de mecanismos para adulterar esa relación.

Hemos llegado a tal punto de confusión que percibimos como una solución, y no como un problema, el hecho flagrante de que los agentes del capital tomen los puestos de gobierno

Usted escribió Grecia en el aire, un libro que reúne pensamiento filosófico y político sobre la deontología de la democracia y de la política. ¿La sociedad está normalizando la corrupción?, ¿se penaliza lo suficiente?

La democracia antigua desarrolló, desde sus orígenes, numerosos y sofisticados mecanismos para impedir que el ejercicio del poder fuera empleado en beneficio propio y en contra del interés común. Era una línea roja infranqueable. En nuestros días, sin embargo, llevamos tanto tiempo viendo que la política es un terreno para el cultivo de la ambición privada y el enriquecimiento que ya lo percibimos como si fuera un rasgo de su naturaleza. Y esto es gravísimo. Por eso hay que volver a visitar las fuentes que generaron los conceptos: para restituir la pérdida de su significado pleno. Si hay corrupción es que no hay democracia.

Su libro 'Carta sin respuesta a Cicerón' es una visión profundamente humana de la ancianidad. “Se iban a morir igual”, justificó la presidenta de la Comunidad de Madrid que ordenó no trasladar ancianos a los hospitales durante la pandemia. ¿Qué relación tenemos con la vejez?

Una relación esquiva y de aversión. En nuestro mundo actual, no sólo hemos ganado longevidad, sino que estamos consiguiendo que la vida aumente por su etapa de plenitud, no de decrepitud. Esta circunstancia, en principio feliz, genera multitud de situaciones nuevas que afrontar, las cuales, a mi modo de ver, constituyen no sólo un desafío ético individual -como argumentaba Cicerón-, sino también un enorme y urgente desafío colectivo y, por tanto, político. El que la sociedad esté o no preparada para posibilitar aprovechar con dignidad el tiempo que hemos ganado a nuestra expectativa de vida debería ser hoy una preocupación de primer orden.

Lo mitos enhebran la historia y la cultura de la Grecia clásica, ¿cuál es uno de sus favoritos?

Para mí, lo más fascinante de los mitos griegos es precisamente el conjunto: la cohesión que han dado a la cultura, su mágico poder para integrar lo natural, lo divino y lo humano. Para nombrar uno, que conocemos ya como materia poética de la tragedia, creo que, en nuestro tiempo, no debemos olvidar la actitud de Antígona: la de discernir entre la ley y la justicia, la de cuestionar las leyes cuando éstas faltan a los valores superiores que las inspiran y que les dan razón de ser. Creo que hoy, más que nunca, todos los ciudadanos tenemos el deber de Antígona.

El ser humano es una criatura inadaptada que, a diferencia de otros seres vivos, lleva milenios tratando de imponerse sobre el medio

¿Hay una crisis de valores?, ¿se puede combatir con educación?

Lo natural -y deseable- en los valores es su 'estado crítico', el que no sean dogmas inmutables acatados, sino ideas valiosas, aquilatadas y ratificadas de manera constante por la convicción. Y para esa operación, que es lo que les confiere fundamento, es imprescindible la educación. Y no una formación técnica e instrumental, sino un verdadero cultivo de nuestras facultades humanas de juicio y argumentación: una educación que nos faculte para el ejercicio de la ética.

El ser humano, hasta unas épocas relativamente recientes, era prácticamente un ser vivo más, pero ¿qué relación mantiene ahora con la naturaleza?

A mi modo de ver, el ser humano es una criatura inadaptada que, a diferencia de otros seres vivos, lleva milenios tratando de imponerse sobre el medio. En este sentido, su relación con la naturaleza no ha cambiado de signo; la diferencia, ahora, es el enorme aumento de su capacidad de intervención, y el peligro que encierra que su conocimiento y su prudencia no crezcan a la par de su capacidad de obrar. Debemos evitar muy cuidadosamente la hybris de jugar a ser Dios.