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Tomás Mantecón, historiador: “Las opiniones infundadas usurpan el lugar del conocimiento convirtiéndose en falsedades que debilitan la sociedad”

El catedrático de Historia Moderna Tomás Mantecón en su despacho.

Olga Agüero

Santander —
5 de julio de 2025 23:09 h

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La carta de presentación de Tomás Mantecón tiene un atractivo innato en cualquier reunión social: experto en historia del crimen. Es evocar esta categoría y generar un notable interés a su alrededor. Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cantabria lleva décadas investigando sobre criminalidad, justicia, conflictos sociales, control social y cultura popular. Décadas de investigación de cientos de procesos civiles y penales históricos -reflejados en abundantes publicaciones y libros- han desempolvado historias como la de Antonia Isabel Sánchez, víctima de violencia de género en una noche de verano de 1799 tras recibir 40 puñaladas en un barrio de la localidad cántabra de Udías: “Las mujeres no han vivido ni viven una igualdad fáctica en ninguna sociedad actual ni del pasado”, subraya. Mantecón considera que lo realmente ideológico es negar que existe violencia de género, machista y que provoca feminicidio. “La historia no se repite”, proclama desmintiendo un tópico. Pero en cualquier caso, “la amnesia es un secuestro y se necesita memoria histórica, no se puede derogar”. “Todas las sociedades maduras, con dignidad y libertad, para enfrentarse a su futuro, son conscientes de su pasado”, señala.

Hace poco dio una charla sobre 'El infalible elixir de la amnesia histórica', ¿qué ingredientes tiene y a quién se lo recetaría?

La Historia es una materia muy difícil de analizar incluso para los profesionales. Sin embargo, es un elemento esencial para las sociedades. No es fácil llegar a una receta, y mucho menos que el resultado sea infalible para evitar perder la memoria, pero es ineludible intentarlo a cada minuto. Los riesgos que entraña la amnesia son fatales tanto para las personas como para las sociedades. No es porque la Historia se repita, que es un tópico infundado y contrafactual -nunca se ha producido, luego es una afirmación que va contra los hechos- sino porque las decisiones más ajustadas para enfrentarse al presente y preparar el futuro han de estar fundadas en el conocimiento de la experiencia. Este no sólo debe recordarse, para lo que es imprescindible la memoria, sino que debe hacerse de una forma científica: Historia.

Ahora que se derogan leyes de memoria histórica. ¿Por qué debemos mantener vivo ese combate contra la amnesia?

La Historia no se repite. Ni el pasado se explica por el presente, ni el presente por el pasado. A pesar de ello, no se puede renunciar a ese diálogo entre pasado y presente para orientar la toma de decisiones hoy. El análisis del pasado dota de una mayor consciencia de los previsibles alcances positivos y negativos de esa toma de decisión. Por esa razón, del mismo modo que no se pueden poner puertas al mar, no se puede derogar la memoria histórica mientras subsistan sociedades y estas sean conscientes de serlo.

Derogar leyes que dificultan la consciencia del pasado cercano y lejano también tiene una significación histórica que no es neutra en absoluto y por ello implica responsabilidades. Hay sociedades muy conscientes de lo que eso supone y se enfrentan a sus demonios del pasado. Berlín, por ejemplo, es una ciudad de memoria y con una rica historia llena de trágicos claroscuros de la que sus gentes son conscientes. Se puede leer en el pavimento, en los monumentos, en los muros y fronteras, en los graffiti, en el arte espontáneo, en sus museos. En su música: la refinada y la popular y callejera. Venecia, Roma, París, Atenas, Madrid, México, El Cairo, Johanesburgo, Nueva Delhi… contienen y expresan las cicatrices parlantes de su pasado que irrumpe incluso en la epidermis por la que transitamos y se expresa en forma de edificaciones, inscripciones, monumentos. Incluso la morfología de sus propios trazados o la forma de las calles.

Todas las sociedades maduras, con dignidad y libertad, sin miedos o complejos para enfrentarse a su futuro son conscientes de su pasado. La amnesia es una suerte de secuestro, arrobo, arrebato o enajenación. Para las sociedades padecer esa flaqueza es un mal, una plaga que hay que evitar y combatir. Los profesionales de la historia asumimos el compromiso con ese objetivo. Además, las sociedades han de asumir el suyo con su pasado y su presente.

Uno de los conflictos sociales actuales es la identificación de la inmigración con la delincuencia, ¿ha sido una constante histórica o es un fenómeno nuevo?

Hay una gran distancia entre las concreciones y las representaciones del delito. Esto sucede en nuestros días y también se conoció en sociedades del pasado, aunque no con las mismas expresiones y consecuencias. Influyen los referentes culturales de cada sociedad y aquellos valores sobre los que se sustentan su arquitectura interna y sus prejuicios. Los elementos de diversidad confieren franjas de desconocimiento e incertidumbre sobre los que se construyen arquetipos sociales: el marginado, el pobre, el criminal.

La alteridad, procedencia y extranjería, sexo y género, etnia, edad, confesión religiosa, posición y clase social, condición, edad y circunstancias vitales, así como los respectivos contextos, intervienen en la construcción de arquetipos sociales que favorecen procesos de etiquetamiento y control, de segregación social y exclusión o represión. Esto se ha conocido en sociedades del pasado y a ello, con argumentos, escalas y proporciones diferentes en cada momento histórico, se enfrentan las propias sociedades en sus dinamismos de cambio. Debemos ser muy conscientes para evitar involuciones en los procesos de reconocimiento de derechos. Por si no bastan las tragedias y dramas humanos que nos trasladan cada día los medios de comunicación, la historia de forma responsable informa de los peligros conocidos de no haberlo hecho en otras épocas y contextos.

¿Qué piensa cuando escucha los discursos negacionistas sobre el cambio climático o a los terraplanistas?

Por eso insisto en la importancia de confiar en la ciencia, la histórica y todas las demás. Vivimos en una época en que los escenarios de difusión de opinión tienden al infinito y en la medida en que se alejan del rigor profesional, del juicio crítico, de las actitudes éticas o de los escrúpulos se difumina el conocimiento y se sustituye por la opinión. Obviamente, cada persona tiene opiniones, pero pueden ser fundadas o no. Las primeras son importantes. Las segundas serían irrelevantes si no fuera porque a veces usurpan la posición del conocimiento y la ciencia en la opinión pública, convirtiéndose en falsedades que desinforman aumentando las debilidades de nuestras sociedades.

¿Somos víctimas de una regresión histórica?

Un astrónomo uzbeco de nombre conocido en occidente con el nombre de Al-Fargani, allá por el siglo IX, tuvo acceso a las observaciones ptolemaicas y fue capaz de explicar la estampa esférica de la Tierra y calcular con corrección su radio, conocimientos que compartía en sus entornos con otros estudiosos y que llegaron a Occidente en la plena época medieval. Estos conocimientos dotaron ya entonces de herramientas para explorar y conocer el planeta. ¿Cómo se pueden negar evidencias empíricamente constatadas? Por mucho que se sometieran al refrendo público o al escrutinio de una votación la forma esférica de la Tierra, la ley de gravitación universal o el cambio climático ninguna de esas constataciones variarían un ápice o perderían certidumbre.

Las cosas pasan, aunque no se admitan por la opinión. El desconocimiento es solo eso: desconocimiento. No cambia la naturaleza de los fenómenos o de los procesos. Pero también tiene dimensiones sociales importantes cuando implica la falta de reconocimiento de derechos o la violación de los mismos.

Por cierto, ¿las feministas son las nuevas brujas y el Estado Islámico la nueva inquisición?

La preocupación feminista es una preocupación esencial por la igualdad fáctica, además de jurídica. Una meta irrenunciable para las sociedades modernas, que aspiran a ser más libres. Cazas de brujas se han producido siempre en todas las sociedades y épocas, con connotaciones específicas en cada contexto: alimentación de prejuicios, procesos de etiquetamiento, víctimas y agresores, formas de disciplina y represión, desenlaces y reacciones. Tienen mucha relación con la intolerancia. Precisamente, la única tolerancia real es la científica, por la asepsia de quienes investigan y son honestos con los límites que alcanza su conocimiento.

La tolerancia absoluta o real es una quimera. Vivimos dentro de enormes peceras transparentes. Más grandes o pequeñas según la fortaleza del derecho y el consenso en torno al mismo, y en ellas ejercemos formas de tolerancia e intolerancia. Nadamos en su interior pero más allá del cristal podemos ver paisajes inalcanzables de libertad. En el viaje de las sociedades en el tiempo hay avances e involuciones en los procesos de ensanchamiento y contracción de estos límites de cristal. Las brujas y las inquisiciones de la temprana Edad Moderna son irrepetibles, pero hay otras brujas y otras inquisiciones de muchas escalas: en nuestros propios espacios de sociabilidad, en las relaciones laborales.

Las mujeres no han vivido ni viven una igualdad fáctica en ninguna sociedad actual ni del pasado

Las mujeres no han vivido ni viven una igualdad fáctica en ninguna sociedad actual ni del pasado. Muchos colectivos viven sus vidas sin pleno reconocimiento de derechos que no lesionan los de otros, pero que no son aún reconocidos; muchos incluso ni identificados. La fe mueve montañas y eso ha llevado a la humanidad a lograr grandes metas para bien común, pero esa fe cuando afecta a creencias y se formula en términos excluyentes lleva a desenlaces terribles, incluso a genocidios. Por eso la libertad es una conquista de cada día e implica a cada persona. No podemos renunciar a dar esas batallas por el conocimiento y la cultura.

Después de estudiar miles de pleitos civiles y penales históricos ¿cree que cambian las formas de violencia?

Somos mucho más civilizados que en el pasado en unas facetas, mucho menos en otras. Además, también intervienen las emociones y pasiones, que son una variable menos elástica que las demás que intervienen en la producción de violencia, tanto la cotidiana, la que nos afecta cada día, como la espasmódica, que estalla en espacios, contextos y circunstancias concretas. Estas últimas formas de violencia, las espasmódicas, particularmente las guerras, en el último milenio han sido más focalizadas y tecnológicas pero mucho más mortíferas que en el pasado.

En la violencia interpersonal que se produce en nuestra vida cotidiana, desde fines de la época medieval se ha producido un declive de las tasas de homicidio en las sociedades occidentales, empíricamente constatado y con una intensidad de caída especialmente relevante en el siglo XVIII para alcanzar a fines de ese periodo cifras mucho menos alejadas de las que hoy mantienen esas sociedades occidentales de las que tuvieron antes de 1700. Sobre los agentes y víctimas, de forma muy general, la recurrencia estadística fue mayor en los entornos urbanos que rurales, en las mayores ciudades más agudamente que en las menores, con un protagonismo mayor entre varones que entre mujeres, con incidencia de factores que se derivaban de circunstancias derivadas de estado y estamento, clase, sexo y género, confesión, etnia y otros factores locales derivados de la mayor o menor porosidad del mercado de trabajo y del segmento social de referencia para los individuos.

A pesar de eso, similares tasas de homicidios anuales por cada 100.000 habitantes se constatan en el Oxford del otoño de la época medieval y en ciudades como Cali, Johannesburgo o New York en las décadas de los 1980s y 1990s. No es que la historia se repita. Nada más lejos de la realidad. Esa magnitud cuantitativa solo muestra el impacto derivado de la recurrencia de un fenómeno, pero no indica nada sobre su intensidad, factores, condicionantes, contextos, significaciones y efectos. Si en Oxford se conocía una concentración inusual de jóvenes varones asociados a una cultura de competencia asentada sobre patrones bajomedievales, en Cali intervenía el campo de acción del crimen organizado asociado al narcotráfico, en Johannesburgo se asistía a una dramática y trágica tensión interracial derivada del apartheid y en New York se vivieron con gran intensidad los efectos de la crisis del crack. Nada de esto se había conocido en otros contextos históricos y cada situación, más allá de las cifras, explicaba una modalidad de problema diferente.

¿Somos ahora más civilizados?

Para complicar aún más el análisis, se debe añadir que si además del homicidio se consideran otras expresiones de violencia interpersonal como la agresión física en todas sus modalidades y la violencia verbal el declive que se produjo no fue con una intensidad de caída tan rápida y tan acusada con en el caso del homicidio. Mostró una tendencia más lenta, suave y, sin embargo, continua. Eso no quiere decir que el proceso no pueda ser reversible.

Además, hay que considerar aquella violencia que es cotidiana, fruto de nuestras propias relaciones de cada día, aparentemente más mitigada, ejercida en el ámbito relacional de cada uno de nosotros y con la que convivimos provocándonos a veces disgustos mayores o menores, problemas psicológicos muy importantes o cicatrices psiquiátricas: mobbing, acoso, coacción, chantaje, presión y manipulación... Fenómenos que afectan tanto a las personas como a las sociedades.

¿Ha cambiado históricamente el concepto de criminal?

La categoría de criminal ha cambiado mucho a lo largo de la historia y aún en nuestros días. Todas las sociedades han convivido con comportamientos que consideraron intolerables y definieron como delito. Sus protagonistas se señalaron como delincuentes, criminales. Esos procesos de definición son dinámicos en el tiempo, algunos que se rotularon como tales en unos contextos, y fueron castigados con gran dureza, desaparecieron en otros. Un ejemplo es la sodomía que llevó a la hoguera a personas en la Europa de la temprana edad moderna y aún es delito en algunas sociedades. Hoy una categoría deconstruida refiriendo en términos generales formas diferenciadas de expresión de la afectividad o usos normalizados de la sexualidad que no son siquiera convergentes entre sí.

¿Existe el criminal nato?

En el siglo XIX esos comportamientos generalmente entraban en la categoría de anormalidad, algo que en épocas anteriores se asociaba a una concepción humoral de la naturaleza humana. En la eclosión de las teorías evolucionistas esas anormalidades fueron asociadas a componentes biológicos. Se llegó a afirmar que el atavismo producía personas cuya naturaleza contenía rasgos regresivos o involuciones que podían inclinar a comportamientos delictivos. Así, por ejemplo, una personalidad extraordinariamente agresiva, quizá óptima para la autoprotección en sociedades tribales, pasaba a ser un gran problema en otras modernas. Se fue asociando así el delito a la psicología y a patrones genéticos, incluso que podían llegar a percibirse en la fisonomía de las personas. Pueden imaginar que esta pseudociencia -frenología- desencadenaba todo tipo de prejuicios. Así se construyó la imagen del criminal nato, que no ha desaparecido por completo del debate social y político aún hoy, generando muchos prejuicios infundados.

¿Cómo se cataloga a los 'Robin Hood'?

El modelo de Robin Hood o bandidaje social o la categoría de criminal justiciero fue conocido ya en el siglo XIX, incluso se conocen casos reales en Europa desde la época medieval. El criminal es el resultado de combinatorias de factores muy complejos y específicos de cada contexto y situación, intervienen elementos del entorno, otros vinculados a cuanto afecta a la toma de decisiones de las personas y, por supuesto, a los colchones sociales para prevenir, atenuar, refrenar o reconducir situaciones en pro del bien personal y común.

Usted ha estudiado el delito de uxoricidio en los siglos XVI-XIX que se aplicaba a los maridos que mataban a sus mujeres. Podría parecer un antecedente de la legislación contra la violencia de género ¿Cómo se trataban esos procesos en los tribunales de la época?

En 1998 publiqué mi primer análisis sobre esta materia en una monografía que concentraba la labor realizada sobre casos de los tribunales de la Cantabria de esa época con un enfoque comparativo dentro del escenario europeo, gracias a mi estancia de investigación en Cambridge durante los años 1995 y 1996. La investigación alumbró el libro 'La muerte de Antonia Isabel Sánchez'. Esta víctima de 40 puñaladas en el barrio Canales de Udías una noche del verano de 1799 me permitió reconstruir todo cuanto propiciaba la legitimación de la violencia contra las mujeres en una sociedad rural tradicional. Su muerte implicó que fallaran todos los colchones sociales dispuestos para contener ese resultado y eso me permitió analizarlos, conocerlos y explicarlos; también los silencios puesto que en los testimonios judiciales afloraron muchas explicaciones de múltiples situaciones de violencia contra las mujeres.

En ese tiempo casi todas las mujeres de Europa habían conocido algún episodio de violencia física y la mayor parte incluso con reiteración y dispensados por diferentes varones. Es una realidad de la que tenemos algunos testimonios y evidencias, pero muchas otras son informaciones indiciarias, puesto que cuanto aparece en la documentación oficial fueron puntas de icebergs enormes, aunque ya por sí mismas dan proporciones que multiplican por más de diez las cifras que hoy se barajan.

Pero, ¿había leyes que condenaban la violencia contra las mujeres?

Todas las sociedades europeas disponían de mecanismos consuetudinarios para tratar de refrenar el trágico y cruel desenlace del uxoricidio, pero ni eso ni la legislación protectora que tenía un componente paternalista impidió la persistencia en el tiempo histórico de este fenómeno. El paternalismo que amparaba las intervenciones en las sociedades de los siglos XVI-XIX legitimaba una capacidad correctiva del varón sobre su esposa y eso limitaba cualquier tipo de disposición legal.

Desde 1998 hasta hoy no han bajado sustancialmente las cifras de uxoricidios y feminicidios anuales en España. Se han contenido algunas de sus modalidades, al intervenir sobre los factores causantes en cada momento. Eso lo demuestra el hecho de los perfiles de agresores y víctimas han ido cambiando, porque la sociedad también lo ha hecho. Hay afrontar los retos que impiden rebajar las magnitudes, esforzarse por conocer mejor los nuevos problemas y enfrentarse con nuevas soluciones. Sigo muy preocupado y trabajando sobre esta materia. Cada vez tengo más claro que es imprescindible una igualdad fáctica entre hombres y mujeres para atenuar el impacto de estas manifestaciones de violencia. Todo lo que se hace y se haga no será suficiente hasta que desaparezca esta plaga en las sociedades. No se puede renunciar a lograr la plena igualdad entre mujeres y hombres como un objetivo de la humanidad.

Algunos discursos políticos actuales predican que la violencia de género es ideológica.

Lo ideológico realmente es negar que existe violencia de género, machista y que provoca feminicidios, también lo es no reconocer las grandes desigualdades fácticas entre hombres y mujeres que en nuestras sociedades limita el pleno desarrollo vital y de oportunidades para las mujeres. Este negacionismo es infundado. Los datos, las informaciones que produce el análisis crítico, riguroso y metódico de la investigación científica desde la historia, la sociología y la antropología no son opiniones: se basan en evidencias empíricas y en la aplicación de métodos sometidos a la crítica de la comunidad científica internacional, lo mismo que los propios resultados que afloran en informes de organismos internacionales. Muchos de ellos accesibles online que puede consultar cualquiera.

Hay que comenzar por reconocer nuestro propio mestizaje histórico y cultural

La intensidad y recurrencia de la violencia machista y el feminicidio fuera del entorno occidental es exponencialmente más alta. Es una cuestión de escala. No obstante, el fenómeno es transcultural, transcivilizatorio y transconfesional. Las mujeres conocen un dramatismo específico en los contextos bélicos donde los comportamientos de violencia se brutalizan.

La violencia en general es un problema histórico que ha acompañado siempre a las sociedades. La ejercida contra las mujeres -también contra segmentos fragilizados de las sociedades como niños, personas ancianas o con limitaciones físicas o intelectuales- es exponencialmente mayor. Independientemente de los discursos producidos por negacionistas, está claro que todo lo que se haga no será suficiente hasta que las sociedades sean realmente igualitarias y reconozcan la diversidad que contienen como una riqueza, no como un problema. Hay que comenzar por reconocer nuestro propio mestizaje histórico y cultural. Es esencial una mayor confianza en la ciencia y el conocimiento, por lo tanto, en la historia.

Vemos que en Gaza, Ucrania y múltiples conflictos armados continúa latente en la historia ese ánimo belicoso de la humanidad. “El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar”, dijo José Ortega y Gasset. ¿Tiene vigencia este predicado?

Yo no comparto la literalidad de esa afirmación de Ortega, pero si comparto plenamente su intención enfática de señalar a las personas responsables de homicidios y genocidios que se manchan las manos de sangre por medio de las acciones de otros a quienes gobiernan, dirigen o en quienes influyen. Así como a quienes se muestran indiferentes o insensibles ante la tragedia del crimen cometido sobre cabeza ajena. En realidad, el problema siempre ha estado en los que hacen y dejan matar y, además, en los que efectivamente matan. Son las tres categorías imprescindibles para que se produzca el crimen.

¿Caminamos hacia un horizonte en el que desaparece el Estado del Bienestar?

Si compartimos el consenso sobre los modelos de convivencia que hemos construido históricamente, nuestras sociedades obran pleno significado si reducen los conflictos y encaminan a una vida mejor, si el horizonte es el bien común. Si quiebra este elemento articulador quiebra la sociedad misma y no sólo su gobernanza.

¿Cómo nos recordará la historia?

No soy capaz de leer el futuro, por esa razón no podré esbozar una afirmación con certidumbre, sino una opinión fundada en mis lecturas y experiencia como historiador. Tengo confianza en el vigor de cuanto han construido milenios de historia y en los valores que sustentan ese edificio y que me parecen irrenunciables para toda persona responsable y comprometida con nuestro pasado y nuestro presente. Por eso creo que la Historia, que es una ciencia muy compleja, nos tratará bien, aunque nuestra capacidad de olvido sea y es mayor que la de nuestra memoria y la apuesta por la Historia no pase por sus mejores momentos en Occidente, lo que da cierta sensación de fragilidad y confianza en este presente que hemos construido históricamente. Es responsabilidad de los profesionales de la Historia asumir el compromiso con su propio tiempo. Ser conscientes del pasado ayuda a reconocer el presente y construir un futuro mejor. Como historiador no renuncio a ese compromiso con mi tiempo.

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