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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

A la izquierda

Como toda persona sensata, he sentido gran alegría ante el no griego. Ni frente a amenazas ni a pesar de presiones, si siquiera ante infames campañas de la prensa internacional (con un destacado esfuerzo para ser aún más infame por parte de nuestro infumable pero incombustible El País) se han rendido los griegos. Gracias a ellos todos en Europa hemos recuperado un poco de dignidad.

Por eso mismo me avergüenza la situación de la izquierda española. El PSOE es de derechas, por supuesto, y tiene al frente a un juvenil retrato de Dorian Gray y, dentro del armario, el envejecido original con rasgos de batracio: Felipe González. Dejemos pues al PSOE.

¿Es Podemos de izquierdas? Hay que dudarlo, ya que la pasión dominante de Pablo Iglesias es insultar a Izquierda Unida, a quien considera su único y verdadero enemigo íntimo. ¿Unidad Poular? ¡Naranjas de la China! Pablo Iglesias ya ha dicho que los rojos a él ni se le acerquen. Su ambición en cambio es ganar, sea como sea, y si para ello es menester no ser de izquierdas, por mucho que lo sea su ideología, no importa, tiene otra disponible.

En Madrid, el partido que apoya Podemos ha obtenido la alcaldía. Sin embargo, la alcaldesa ya ha admitido que ella considera que el programa con el que se presentaron a las elecciones no es más que “una lista de sugerencias”. Así que de crear un banco público municipal o de paralizar los desahucios no hay por qué acordarse. De momento parece que el gran cambio se limita al nombre de algunas calles. Para ese viaje no hacían alforjas y desde luego no parece un viaje hacia la izquierda.

Más preocupante, casi desquiciante, es la situación o el predicamento en el que se halla Izquierda Unida. ¿Es razonable enviar al limbo a todos los militantes madrileños? ¿Es legal y conforme a los estatutos? ¿Es políticamente inteligente? Lo dudo mucho.

¿Cómo se sienten esos militantes, que en muchos casos han entregado buena parte de su vida a la organización? Cualquiera se lo puede imagina.

En el pueblo en que vivo, por ejemplo, ha ganado Izquierda Unida, la lista más votada y con todo merecimiento por su capacidad de trabajo y su honradez, pero el alcalde y los concejales ahora están no sé si “desfederados”, “desafiliados”, “expulsados”, en órbita o en las tinieblas exteriores.

En estas circunstancias, ¿cómo vamos a hablar de Unidad Popular?

“Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar”, es lo único (más algún improperio) que Pablo Iglesias le dice a la izquierda.

A la calle y si quieren, que vuelvan a afiliarse, que ya veremos a quiénes admitimos y a quiénes no, es lo único que Garzón les dice a los militantes de Madrid.

La capacidad de diálogo, la argumentación y el uso de la razón para encontrar soluciones, son para mí rasgos distintivos de la izquierda. Así que veo poca izquierda real.

Mi pregunta va dirigida a toda la izquierda: ¿hay alguien ahí capaz de devolver dignidad a la izquierda? Nos urge un poco.

Como toda persona sensata, he sentido gran alegría ante el no griego. Ni frente a amenazas ni a pesar de presiones, si siquiera ante infames campañas de la prensa internacional (con un destacado esfuerzo para ser aún más infame por parte de nuestro infumable pero incombustible El País) se han rendido los griegos. Gracias a ellos todos en Europa hemos recuperado un poco de dignidad.

Por eso mismo me avergüenza la situación de la izquierda española. El PSOE es de derechas, por supuesto, y tiene al frente a un juvenil retrato de Dorian Gray y, dentro del armario, el envejecido original con rasgos de batracio: Felipe González. Dejemos pues al PSOE.