Madrid, tarde de finales de octubre. Proximidades de la puerta del Sol. Un primer piso en una calle a la izquierda, antes de llegar a la plaza Benavente. Sede de la casa regional de Castilla-La Mancha en Madrid, un templo venerable, con 75 años cumplidos.
Una parte de los cuadros que componen su legado pictórico retirados en almacén, por las obras que afronta el lugar en los últimos tiempos. Unos paisanos juegan naipes en una salita. Goteo de personas que llegan, arremolinadas creando ambiente para recordar al querido amigo y poeta Delfín Yeste, cuya leyenda se agita todavía entre estas paredes que lo oyeron tanto.
En la casa común, una piña de gente en una sala mientras fuera cae la lluvia, sentados en silencio escuchando la voz tronante de Delfín en los altavoces acompañado del maestro de las cuerdas Masud Razei. El vate albaceteño Manuel Cortijo repartiendo juego. José Fernando, el director de la institución, velando por la integridad del desarrollo del acto. Pedro Artuñedo versando a Juan Ramón Jiménez y sucesos acaecidos en 1997. Davina Pazos y Ana Ares leyendo la poesía de Delfín. El maestro Masud, vihuela en mano, elevando los versos al cielo de la música. Lucía de Yeste, hija del tributado, atenta y emocionada.
En la gran ciudad, la voz del poeta sigue repicando como nube sobre los yermos de nuestra mente. Se habló del 'Diario inaplazable', manuscrito hallado en la casa de verano del albaceteño que irradia la humanidad y el afecto que le eran propios. Miembros de viejas tertulias gloriosas recuperados por un instante. El resultado fue “mucho más que una presentación literaria”, en palabras de Lucía de Yeste. El Madrid eterno, el de cafetería a resguardo y fogón de castañera, es el que resucitó esta tarde. Como si al salir a la intemperie fuésemos a tener donde acogernos y ese castillo en el aire fuese la poesía de Delfín.