Cuando hablamos de Alemania a menudo las opiniones que oímos son negativas. La ciudadanía percibe Angela Merkel como la líder que marca las normas en Europa, unas normas que, según estos detractores, sólo benefician la economía alemana y ponen en entredicho la convivencia europea. A su vez, Alemania percibe a los países del sur como economías poco disciplinadas y caóticas, con un capital humano poco proclive al trabajo. Desde el inicio de la crisis, hace cinco años, han salido multitud de estudios, gráficos, estadísticas que cuestionan la eficacia de la política económica teutona en Europa, sobre todo ante la falta de tendencias económicas positivas. Sin embargo, los resultados individuales no desaparecen: Alemania es la primera potencia europea. Esto nos hace plantear cuáles son las diferencias individuales que facilitan el progreso económico y hasta qué punto las políticas económicas que funcionan en el ámbito estatal se pueden trasladar de manera eficiente el conjunto de la Unión Europea.
La historia de Alemania nos puede dar algunas claves. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania se encontraba devastada económicamente y dividida políticamente. El esfuerzo económico a lo largo de todo el proceso bélico había sido colosal. En ese momento, apostar por la hegemonía alemana en Europa a día de hoy era impensable. Había que reconstruirlo todo: no sólo en el terreno de infraestructuras y edificios, sino también reconducir la industria armamentística hacia un sistema de producción radicalmente diferente. El Plan Marshall, con la inyección del dinero necesario, y las reformas de Erhard ayudaron a reactivar la economía. En 1950, The Times bautizó el éxito de la reconstrucción como el “milagro alemán” dada la rapidez en la recuperación productiva, monetaria y financiera.
La posterior construcción del muro de Berlín, en parte causada por el dinamismo de la zona occidental, marcó un antes y un después en esta trayectoria, pero a partir de la caída del muro en 1989 la economía alemana ha ido in crescendo, incorporando en esta dinámica la Alemania del este. El impuesto de solidaridad, consistente en dar el 5,5% del impuesto sobre la renta, sumado a las reformas del excanciller Gerard Schröder, bajo el nombre de Agenda 2010, fueron cruciales. Recientemente, el ministro del Interior, Hans-Peter Friedrich, ha anunciado que los funcionarios recibirán un aumento de sueldo del 6,3%, reflejo de la prosperidad que vive actualmente el país.
Es evidente que Alemania ha hecho los deberes en el plano económico y en el terreno de la integración europea. De país dividido y derrotado ha pasado a encabezar una Unión Europea en horas bajas y cuestionada por la ciudadanía. Uno se pregunta qué han hecho mientras algunos de los países meridionales. Mientras Alemania articulaba territorios y estructuras productivas, los países meridionales recurrían a políticas efímeras y oportunistas, como el caso de España donde la crisis ha destapado un país lleno de carencias.
El contexto de posguerra y las tareas a desarrollar para la reconstrucción de Alemania tienen muy poco que ver con una crisis económica en el conjunto de Europa que es principalmente financiera. Sin embargo, como mínimo en España, podemos pensar en la necesidad de una reestructuración de los sectores productivos para dejar atrás la pesada herencia de la construcción. Asimismo, falta la inyección de dinero incondicionado que aportó el Plan Marshall. Las ayudas de la Unión Europea conllevan toda una serie de medidas de austeridad que han acabado en consecuencias muy negativas para los países meridionales.
Las políticas dictadas por Alemania, el BCE, el FMI y la Comisión Europea, fundamentadas muy probablemente en éxitos del pasado y la conveniencia propia, conllevan consecuencias no esperadas que están llegando a situar la sociedad en el umbral de la pobreza. Es evidente que el rigor presupuestario no debe dejarse de lado, pero se hace patente que la austeridad por sí sola no permitirá salir los países de sus espirales decrecientes. Es hora de que los gobiernos se den cuenta de la ineficacia de estas políticas en el ámbito europeo: la reducción presupuestaria no ha devuelto la confianza de los inversores en el mercado porque estamos en economías interdependientes y que la fuente de la crisis es la especulación financiera y no el mal funcionamiento de los mercados internos. Es necesario que los gobiernos hagan inversión pública para la estimulación del crédito y del consumo y que, paralelamente, se coordinen para frenar la especulación. En definitiva, hay que encontrar un espacio común entre las medidas de austeridad y las de crecimiento para reactivar la economía de los países meridionales.
En el estado español, las recientes actualizaciones del paro dan miedo. Más de seis millones de parados y un 57% de paro juvenil según la EPA. Es necesario que los líderes de la Unión Europea se den cuenta de la necesidad de coordinación, que den un paso adelante hacia la unión fiscal, y que diseñen una hoja de ruta para evitar el colapso de las economías meridionales. Si bien, durante cinco años, los esfuerzos se han focalizado en salvar el euro, ahora toca salvar los europeos. El ciudadanos no saben dónde tienen que mirar, si hacia su gobierno o hacia las instituciones europeas. Hace falta una única voz y es necesario que esta provenga de la Unión Europea. Hace 60 años Alemania fue incorporada al proceso de reconstrucción y de integración europea. Ahora es la hora de que los alemanes extiendan una mano a los países del sur y que usen su experiencia pasada por el beneficio común y para la propuesta de políticas que se ajusten a los tiempos presentes.
0