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“Cuando me encerraron en el centro de acogida a los nueve años dejé de ser una niña”

Sergio Haimovich con sus dos hijas mayores en el jardín de su casa

Caralp Mariné

“A los nueve años dejé de ser una niña, perdí un padre y tuve que hacer de madre de mis hermanas”. Noa Haimovich tiene ahora 17 años, hace estas declaraciones sentada en la mesa del jardín de casa su padre, en Valldoreix. Hoy Noa ha recuperado todo lo que un día, debido a la intervención de la Administración, perdió.

La Dirección General de la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) decretó el desamparo de Noa, Yael y Keren en 2008, una decisión que truncó la vida de las menores, que tuvieron que pasar seis meses en un centro. Dos años después un juez revocaría la decisión de desamparo y mostraría que la Administración, en el caso de esta familia, se había equivocado. Con todo, las consecuencias de tal decisión siguen presentes en la vida de estas hermanas.

En Catalunya, como explicábamos en El Diari de l'Educació en una información anterior, hay casi 7.000 menores tutelados por la Generalitat, más de la mitad retirados de sus familias por malos tratos o desprotección infantil. Sin embargo, al menos 600 familias se han mostrado disconformes en cómo los han separado de sus hijos y con el modelo de protección a la infancia. Una queja, esta última, que cuenta con el apoyo de entidades y especialistas.

Era 2008 y tanto Noa como sus dos hermanas pequeñas, Yael y Keren, vivían con su padre, Sergio, en la localidad de Sant Andreu de Llavaneres. La madre había dejado el hogar hacía un tiempo y tenía una causa penal abierta por presuntos malos tratos a las hijas. Así pues, las cuidaba el padre, que había reducido su jornada en el Hospital del Mar donde ejerce, aun ahora, como ginecólogo. Los progenitores estaban pasando por un divorcio muy complicado, con fuertes enfrentamientos entre la pareja, una situación que indirectamente sufrían las menores.

El futuro de estas tres niñas cambiaría para siempre en junio de 2008. El 29 de ese mes Noa ingresó al Servicio de Psiquiatría Infantil del Hospital Sant Joan de Déu por un intento de suicidio. Durante su hospitalización un informe de los equipos de psiquiatría, elaborado a raíz de unos dibujos que hizo la menor, hizo sospechar a los profesionales que la pequeña podría sufrir abusos. Sin más comprobaciones, la DGAIA decidió declarar a la menor en desamparo, y extender la decisión a las otras dos hermanas. Tenían 9, 6 y 5 años cuando fueron separadas de la familia e ingresadas en un centro de acogida mientras la Administración estudiaba el caso. Noa pasó directamente del Hospital al Centro Estels, situado en El Masnou, y las otras dos ingresaron unos días más tarde, después de una reunión de la DGAIA con la familia.

Las tres menores dejaron de ir a la escuela de siempre, en Esplugues del Llobregat, y fueron matriculadas en la escuela de Ocata. Nunca más volverían a ver a sus amigos, ni podrían llevarse al centro objetos personales. “Me vestían con ropa de niño reutilizada”, recuerda Noa aún hoy con mucha claridad a pesar de la edad que tenía. “He perdido todos los recuerdos de cuando era pequeña”, lamenta.

“El primer día pregunté cuánto tiempo estaría en el centro y me dijeron que entre tres y cinco meses”, relata, y prosigue: “Pregunté el porqué, pero nadie me lo contó. Mis hermanas creían que estaban de colonias y nadie se lo negó ”, denuncia esta afectada. Finalmente pasarían seis meses viviendo en el centro de acogida, mientras su padre perseguía el caso en los juzgados.

Días más tarde, un Informe de la Unidad Funcional de Abusos a Menores (UFAM) diría que no había habido abusos, pero que Noa podía estar sufriendo malos tratos físicos y morales por parte de algún progenitor. “Carezco de cualquier causa abierta y de acusaciones, aún así la Administración decidió enviar a mis hijas a un centro”, se lamenta Sergio Haimovich, quien desde ese día tuvo que renunciar a hacer de padre. El desamparo se producía sobre una base de “presunción” y el informe en el que se apoyaba hacía referencia al estado psiquiátrico de las menores y los malos tratos de la madre, pero no mencionaba directamente al padre. Y, de hecho, el juez acabaría diciendo que no existieron malos tratos.

La vida en el centro

Desde que las menores entraron en el centro de acogida se impuso al padre un régimen de visitas muy estricto. Podía verlas una hora cada 15 días. En una habitación cerrada y a las tres a la vez, siempre bajo supervisión de un técnico. No podía decirles nada en la oreja ni expresarse libremente.

“Sufrí el sentimiento de abandono, pero no podía estar mal, tenía que estar bien para mis hermanas”, explica Noa, que enseguida tomó el rol de protectora de sus hermanas. Sin embargo, recuerda que separaron las dos grandes de la más pequeña, que vivía en otro edificio, y a la que no dejaban ver siempre. “Cuando iba a ver a mi hermana pequeña me castigaban”, explica.

Fue el centro donde perdieron todos los vínculos con su cultura paterna y la lengua con la que se comunicaban con su padre. Eran una familia de tradición judía, el padre había venido a Barcelona desde Israel hacía muchos años y había enseñado a sus hijas la cultura tradicional de su país. “Me prohibían hablar hebreo durante las visitas, ninguna de ellas habla ahora la lengua”, lamenta Haimovich. Tampoco lo dejaron que durante una de estas visitas pudiera hacer una pequeña reproducción de la fiesta Janucá -la fiesta de las luces- típica de su cultura. “Me prohibieron poner música y encender unas velas”, denuncia. “No recuperaría todo esto hasta muchos años después”, lamenta Noa, que recuerda que aunque el centro se manifestaba como laico les obligaron a celebrar la Navidad.

“El día de mi cumpleaños me dejaron hacer sólo una llamada: me dijeron que escogiera si quería hablar con mi padre o con mi madre”, recuerda Noa.

Durante la estancia en el Masnou, el padre propuso a la pedagoga que le dejara escribir a Noa unas líneas cada noche para desahogarse. Hacía días que sufría insomnio y por culpa de eso vivía angustiada. “La pedagoga responsable del caso me dijo que era positivo pero que lo tenía que decidir todo el equipo y que en ese momento estaban de vacaciones”, lamenta Haimovich, que explica que esta era la forma en que habitualmente le respondían los técnicos. “La Administración nunca respondió a ninguna de las cartas que les hice llegar donde pedía explicaciones sobre mi situación”, añade. “Sufrimos maltrato institucional, tanto yo como mis hijas”, argumenta contundente.

Transcurridos seis meses, la DGAIA había tomado una decisión. Las niñas volverían con su madre y vivirían a partir de entonces en casa de la nueva pareja de la madre. La tutela seguiría siendo de la DGAIA hasta que el juez no dijera lo contrario, pero la madre tendría la guarda. Una decisión que Sergio nunca comprendió. “Nunca estudiaron la madre ni la nueva pareja de la madre, y como explicaría después el juez, serían ellos los que, en todo caso, podrían estar causando un agravio a las niñas”, lamenta Sergio, que aún hoy se pregunta por qué la DGAIA tomó esta decisión.

La sentencia del juez

Mientras las menores estaban bajo la guarda de la madre y veían a su padre en momentos muy puntales, la hermana de Sergio Haimovich había venido del Uruguay con sus dos hijas para ver a la familia. El padre de Noa, Yael y Keren pidió a la DGAIA que la tía y las primas pudieran visitar las niñas en un punto de encuentro como hacía él. “¿Cuál fue mi sorpresa al llegar al punto de encuentro y ver que la técnica se niega a dejar pasar mi hermana y mis sobrinas?”, lamenta. Desde ese día Sergio Haimovich se pregunta si estas decisiones se toman realmente por el bien y la protección de sus hijas.

“¿Por qué esta política de aislamiento de las niñas con todo lo relacionado con el padre? ¿Soy un maltratador? ¿Alguien me ha acusado y no lo sé? Siento el tono de mis palabras, en menos de 10 minutos entrarán mis hijas para estar conmigo en un espacio cerrado bajo vigilancia sin saber ellas o yo porqué, estoy indignado, y hablo desde las entrañas con los ojos empañados por unas lágrimas de desesperación e impotencia. ¿Hasta cuando? Mis hijas llevan dos años sin estar con su padre, es el tercer verano que nos roban, y no nos justifican”, escribía desesperado Haimovich en una de las distintas cartas dirigidas al Síndic de Greuges (el defensor del pueblo catalán).

Unos días después, cuando ya hacía dos años del desamparo, en 2010, el juez de primera instancia 14 de Barcelona daría la razón a Sergio y revocaría la decisión de desamparo decretada por la administración. Evidenciaría, así pues, que la DGAIA se había precipitado al tomar esta decisión.

El juez decía en 2010: “No se han acreditado, especialmente por parte del padre, maltratos físicos hacia las hijas”. “Podemos hablar de falta de habilidades parentelas en el padre -debido a la cantidad de horas que trabajaba y de una situación de conflicto muy elevada con ausencia de percepción del daño que esto provoca a las niñas, pero difícilmente de maltrato”, concluía. El juez también constataba que la actitud del padre no tenía nada que ver con el intento de suicidio de la más grande y que, en todo caso, era la madre, y la nueva pareja de la madre, la principal causante de los desajustes emocionales de las menores, según la sentencia a la que ha tenido acceso este medio.

De hecho el juez también se mostraba sorprendido de que la DGAIA hubiera hecho entrega de las niñas a la madre, que tenía un proceso penal abierto, remarca Sergio. Y el juez, que aseguraba que Noa es “frágil emocionalmente” pero que no se puede asegurar que el daño esté producido sólo por el conflicto de los padres, creía que era la madre “probablemente la mayor causante de los desajustes emocionales, si es que la hay”. Además, la hija mediana, Yael, había denunciado durante estos años la nueva pareja de su madre por maltrato. “Se le hace entrega de las niñas a mi ex mujer y a su nueva pareja y a mí, que no tenía ninguna causa abierta, se me impone un régimen muy estricto de visitas”, lamenta Sergio.

La sentencia del juez suponía revocar la decisión de desamparo, la Administración perdía la tutela de las tres menores, pero ahora quedaba empezar de cero y repartir la custodia a través de otro proceso judicial, que no concluiría hasta 2013. Hoy las dos hijas mayores viven con el padre ya que ellas mismas lo decidieron y la menor tiene la custodia compartida. Sin embargo, Sergio estuvo cinco años sin hacer de padre, y viendo sus hijas bajo supervisión y muy pocas horas al año. Noa, a quien la madre había construido un relato contra el padre, según cuenta la hija, decidió no saber nada de su progenitor, se pasó cinco años sin verlo, ni siquiera durante las visitas programadas.

“A los 15 años no estaba bien en casa de mi madre, y no me cuadraban muchas cosas, decidí contactar mi padre y allí empecé a recordar”, explica Noa. “Mis padres han cometido errores, tenían un proyecto, no fue bien y no supieron resolverlo cuando las cosas no iban bien, pero la solución no era arrancarnos de la familia y llevarnos a un centro, lo perdimos todo”, reflexiona esta menor que se pasó muchos años sin entender lo que había pasado y que aún hoy se pregunta porque tuvo que vivir todo esto.

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