PERFIL

Illa, el Starmer que aspira a serenar la política catalana

Neus Tomàs

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Salvador Illa (La Roca del Vallés, 1966) es un hombre paciente. “Paso a paso” respondía las últimas semanas cuando se le preguntaba por las negociaciones con ERC. Estuvo siempre convencido de que habría acuerdo y ordenó a los suyos calma y discreción para no poner nerviosos a los republicanos ni dar munición a los adversarios que anhelaban el fracaso de la operación. 

Si la Filosofía se ocupa de la lógica y la religión de la espiritualidad, Illa puede preciarse de haber encontrado el equilibrio entre ambas puesto que es filósofo de formación, con especial devoción por Platón, y a la vez reza cada mañana un Padrenuestro. Exquisito en las formas y poco dado a sonreír, es de los dirigentes que se precia de interpretar la política como sinónimo de servicio público y de resolución de problemas. Por eso uno de los eslóganes que escogió para su campaña fue el de “unir y servir”. 

A los 21 años entró como concejal de su pueblo, La Roca del Vallès, y acabó siendo el alcalde durante una década. No es de los que profesionalmente hayan estado solo en política, pero es a lo que ha dedicado gran parte de su vida. Lleva casi 30 años militando en el PSC y le encaja a la perfección la etiqueta de hombre de partido porque sabe qué es acumular poder pero también tener que vender la sede histórica para sufragar deudas. 

Su nombramiento como ministro de Sanidad, en 2020, sorprendió y en ese momento se interpretó como un cargo de bajo perfil. Cuando Pedro Sánchez le llamó para proponérselo, él le explicó que la sanidad no era su campo de acción. A lo que el presidente del Gobierno le contestó que lo que se requería para ese puesto eran habilidades negociadoras con otros ministerios, comunidades autónomas, sindicatos y organizaciones profesionales. Y vaya si las necesitó. El día que tomó posesión, un coronavirus ya circulaba por China aunque nadie lo sabía. El primero que se lo comentó fue Fernando Simón. Al poco ambos se convirtieron en dos rostros habituales en todos los informativos y portadas.  

Durante meses habló cada noche con Sánchez. Evaluaban el día y esas conversaciones forjaron una relación personal que aún perdura. Pasó muchas semanas sin poder regresar a su casa y fue entonces cuando sintió algo parecido a la nostalgia. “Cuando volví por primera vez a Barcelona en junio de ese año fui consciente de que la añoré. Estuve muy cómodo en Madrid aunque no pude disfrutarla. Pero… no sé cómo decirlo, sentí añoranza de Catalunya, de Barcelona, de mis seres queridos, de mi lengua también. Fue algo que me sorprendió a mí mismo”, confesaba en una entrevista en elDiario.es

Cuando ya se había iniciado el proceso de vacunación, Sánchez le planteó la opción de ser candidato a las autonómicas y regresó a casa. Ganó las elecciones en votos y con 33 escaños empató con ERC. La mayoría independentista le dejaba sin opciones para ser president pero estaba convencido que a la segunda lo conseguiría. Dedicó la legislatura a patearse Catalunya y según consta en sus agendas mantuvo 4.000 encuentros con representantes del ámbito social y económico.

En el partido y en el Parlament ya han podido comprobar que Illa es de los que madruga. En la Cámara catalana llegaba antes incluso de que abrieran las puertas. Prefiere los desayunos de trabajo a las cenas y cuando se le pregunta por sus lecturas se comprueba que es más de ensayo que de novela. Sus imágenes corriendo maratones ya no son noticia. Tampoco las comparaciones entre su aguante político y el deportivo o la resistencia física y mental que se necesita en los dos casos.

Lleva tiempo dando vueltas a cómo quiere que sea su presidencia. Se propone modernizar la Administración catalana para que sea más ágil. Además de pericia habrá que desearle suerte en ese empeño. Además tiene entre ceja y ceja (y desde mucho antes que Sánchez empezase a hacer bandera de la regeneración) que se necesita un modelo más transparente y con criterios más objetivos en el reparto de subvenciones a los medios de comunicación. Ahí también necesitará arremangarse para lograrlo.

Se le ha comparado con el nuevo primer ministro británico,  Keir Starmer, porque es de izquierdas pero no incomoda a los sectores económicos. Ni por sus propuestas en ámbitos como las infraestructuras ni tampoco por su discurso sobre la seguridad. En las reuniones que ha mantenido con lobis y patronales solo le reprochan que no les quiera bajar impuestos. 

El nuevo presidente de la Generalitat no es de los que ataca a los adversarios en redes ni intenta defenderse a base de frases más o menos chistosas. Acostumbrados a legislaturas cortas y tortuosas, Illa confía en que la suya sea más productiva e incluso aburrida, algo a lo que los catalanes no están acostumbrados.

Es con esa esencia que Illa ha logrado ser presidente después de una agónica negociación para pactar con ERC un acuerdo de investidura, que contiene elementos polémicos, como la financiación singular para Catalunya. También contará con el apoyo de los Comuns, gracias a una negociación no tan agónica. Pero deberá recabar votación a votación la mayoría en el Parlament para lograr sobrevivir.

La incertidumbre ha acompañado a Illa en todo momento hasta el último minuto en que la votación en el Parlament le ha dado los 68 votos que necesitaba. Nadie -ni él mismo- tenía nada claro que este jueves se convertiría en president. De hecho, tenía asumido que el pleno se suspendería tras la detención de Puigdemont. Pero el expresident, a pesar de que dejó claro que intentaría llegar al Parlament para ejercer su derecho a voto, ha faltado a su palabra y se ha dado a la fuga, evitando la detención y, de paso, permitiendo la investidura de Illa.

Al socialista le ha faltado tiempo. Podía disponer del tiempo que quisiera en su discurso como candidato al principio del pleno. Pero ha hecho un parlamento inusualmente corto porque quería asegurarse de que el pescado quedaría vendido en una sola jornada. Y así ha sido.