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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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¡Feliz viaje hacia la gloria!

El Congreso guarda un minuto de silencio, con los diputados puestos en pie

Joaquín Copeiro

Hay personajes públicos que, cuando definitivamente desaparecen, dejan un vacío sólo comparable al tamaño de su figura. Esto, sin duda, sucede ahora con Adolfo Suárez. Porque, aunque en realidad ya estaba desaparecido, empujado a la ausencia por su injusta enfermedad, la muerte, ¡la maldita muerte que no ceja!, cuando se ha hecho presente, ha subrayado la realidad insoslayable de esa ausencia.

¿El tamaño de su figura? Sí, infinitamente más grande que la del dictador que le había precedido, y a pesar de haber formado parte de la Secretaría General de «su» Movimiento. Porque si Franco llegó al poder gracias a una sangrienta guerra civil, Suárez, tras una evolución honesta, fue uno de los pilares decisivos para que el acceso al mismo se hiciera en adelante por vías democráticas. Si Franco encarceló, torturó o asesinó a muchos de sus adversarios políticos, y lo hizo con mano dura e inmisericorde, Suárez dialogó, se entendió o pactó con los suyos, y siempre con una sonrisa franca por delante. Si Franco negó todo tipo de libertades a su pueblo, Suárez acabó reconociéndolas y plantando cara a quienes de nuevo pretendían arrebatárselas. Si Franco impuso un sistema económico basado exclusivamente en la explotación capitalista, Suárez propició el carácter más «social» de la economía de mercado a través de los Pactos de la Moncloa.

Es verdad que Suárez no hizo todo esto solo. Junto a él, otros personajes de gran tamaño, unos ya desaparecidos y otros aún vivos, contribuyeron a trazar las bases de la democracia en nuestro país. Pero, indiscutiblemente, los riesgos afrontados por Suárez desde la presidencia del Gobierno fueron enormes. Frente a ello, siempre mostró una actitud valiente y honorable, y además, supo ganar sin arrogancia, cuando ganaba, y perder con humildad, cuando perdía, o retirarse a tiempo con dignidad cuando la sociedad española le dio la espalda.

No obstante, hay algo que él solito se ganó a pulso, algo que lo diferencia todavía más profundamente del dictador que le precedió: su relación con la muerte y con la Historia. Si Franco se fue asegurando que lo dejaba todo «atado y bien atado», Suárez se ha ido en silencio, sin memoria y sin memorias; pero, aunque se trate de un silencio impuesto por la enfermedad, él, tan prudente, lo habría elegido igualmente para largarse, dejando «abierto», eso sí, el futuro de su país. Si Franco se fue entre grandes sufrimientos que los suyos le infligieron para que a toda costa sobreviviera su injusta y cruel dictadura, Suárez se ha marchado tranquilamente, arrullado por el amor de su familia. Si Franco desapareció entre la alegría de más de la mitad de los españoles, que no dudó en brindar por ello, Suárez lo ha hecho concitando el respeto y la pena de su pueblo, y el reconocimiento unánime, incluso de quienes fueron sus adversarios políticos. Si Franco dejó tras de sí una sociedad, una España, dispuesta a borrar cuanto antes su memoria, la España que deja Suárez le dedica su más sincero y respetuoso homenaje, deseándole, emocionada, un feliz viaje hacia la gloria por haber sido fiel a su pueblo.

¡Descanse en paz Adolfo Suárez!

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