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La mecha prenderá en Francia

Foto: EFE

Gonzalo Gómez Montoro

Los agricultores que el pasado viernes 19 de septiembre incendiaron una oficina de impuestos en la Bretaña francesa, para protestar contra las subidas tributarias, han confirmado el tópico según el cual nuestros vecinos del norte son más contundentes que los españoles a la hora de sublevarse ante una injusticia.

Al día siguiente del incendio, el Primer Ministro francés, Manuel Valls, reprendió en televisión a los agricultores casi al tiempo que anunciaba nuevos recortes en su cruzada por rebajar el déficit. El objetivo es reducir 50 000 millones de euros de gasto público para cumplir con el máximo de deuda establecido por la Unión Europea.

Según Valls, el permiso de maternidad pasará de 36 a 18 meses y la prima por nacimiento decaerá sensiblemente a partir del segundo hijo. A esta mal llamada austeridad, pregonada en los medios como inevitable, se añaden recortes sigilosos en sanidad, educación y ciencia, que ya despiertan protestas entre los colectivos afectados.

A los españoles residentes en Francia no nos sorprenden estos recortes. De hecho, el parecido entre el gobierno galo y el español comienza a ser inquietante: ambos sancionan al sector público mientras protegen al especulador improductivo, permitiendo además el fraude fiscal a gran escala. Con los culpables de la recesión fuera de los focos, el inmigrante es considerado responsable del desastre. De ahí el irresistible ascenso del xenófobo Front National.

En este caos aparente hay, sin embargo, una lógica clara: tras Grecia, Portugal y España, Francia es la siguiente víctima en el proceso de saqueo del Estado del bienestar. La privatización de su sistema sanitario —considerado uno de los mejores del mundo— es un objetivo primordial para el capital financiero, por no hablar de tantos otros servicios públicos del “único país comunista que ha funcionado bien”, como alguien dijo en broma.

Lo que no miden los carroñeros bursátiles es la respuesta ciudadana —narcotizada con el consumismo, pero latente como la radioactividad— que podría despertarse si los franceses vieran seriamente amenazadas sus conquistas sociales. Por la importancia del país y su representatividad a nivel mundial, Francia debería ser el “No pasarán” de las políticas de la Troika, la línea roja donde cambie de paradigma el ultraliberalismo económico de la UE. No olvidemos la Revolución de 1789, la Comuna de París, mayo del 68, ni a los jóvenes marginados que en 2005 quemaron miles de automóviles en un estallido de cólera que hizo temblar el Elíseo de Sarkozy. Pero tampoco a los grupos antiislam que comienzan a formarse o a las pandillas ultraderechistas que recientemente asesinaron al activista Clément Meric.

Ese será el peligro de la rebelión que tarde o temprano habrá en Francia. Lo que muchos deseamos que sea un movimiento organizado, pacífico y eficiente, basado en los valores de la República, degeneraría en lo contrario de caer en manos de los xenófobos, y una nueva Toma de la Bastilla podría convertirse fácilmente en Noche de Cristales Rotos.

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