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Hacia un periodismo libre y de código abierto

Firma invitada: Susana López-Urrutia. Periodista

Hablar de 'periodismo libre' es algo así como compartir una especie de chicle mil y una veces masticado. De puro romántico el término se nos quedó vacío, como la transparencia a los políticos o el 'te quiero' a tantas parejas. Y, sin embargo, me resisto a aparcar la palabra, como me resisto a dejar de creer en la democracia o en el amor. El periodismo al que me quiero aproximar en este artículo tiene algo de los tres ingredientes: es -un poco- más libre, -algo- más transparente y es idealista e irracional como un enamorado. Pero es una realidad que empieza a hacerse corpórea en la forma de una infinidad de proyectos sacados adelante por osados emprendedores -muchos les llamarían locos-. La arquitectura de su 'alma' tiene mucho que ver con la de las llamadas comunidades de software libre.

Existen ciertas tendencias que, de formas diversas, apuntan a la redefinición del periodismo en la línea marcada por estas comunidades (apertura, accesibilidad, edición y libre difusión). Raramente, sin embargo, todos estos puntos confluyen a la vez en el caso del periodismo -las palabras no son software-. Sea como sea, la moraleja del cuento es clara: los espacios cerrados -podríamos llamarlos espacios profesionalizados- se están abriendo, y no por casualidad. Las masas silentes se han transformado en públicos activos, comprometidos y participativos. Los consumidores han dejado paso a los 'usuarios'. En algunos casos la apertura llega a tal punto que pone en cuestión la figura misma del 'periodista' tal y como la veníamos entendiendo hasta ahora. La apertura y el consiguiente diálogo entre prosumidores -todos producen, todos consumen- genera comunidades de usuarios dispuestos a pagar no a cambio de un 'bien' sino porque desean involucrarse en aquello que consideran que se hace bien y 'hace bien'. En los siguientes párrafos trataré de reflejar la reflexión que sobre estos aspectos se ha desencadenado en ciertos círculos de la 'profesión'. La cuestión esencial es: ¿Cuál es el código del periodismo?

¿Por qué un periodismo libre? ¿Qué significa libre?

“Las producciones 'nobles' del ser humano” (como el conocimiento, los conceptos o las ideas), proclamaba David Boyle en 'El Dominio Público', deben ser “libres como el aire”. “La información”, nos decía McKenzie en 'Un manifiesto Hacker', “es el potencial del potencial”. Una fuerza que “cuando es desencadenada, libera las capacidades latentes de todas las cosas y de la gente (…) cuando la información no es libre la clase que la posee controla o revierte su capacidad hacia sus propios intereses”. Desde esta perspectiva el periodismo -entendido como el relato veraz e independiente de los hechos en pro de la igualdad y la democracia- es un derecho fundamental de las sociedades que no debería ser gestionado, o al menos no solo, en 'espacios cerrados' (grandes empresas o estados). Relegar su ejercicio a esos espacios implicaría colmarlos de un poder tan inmenso que, como nos advertía McKenzie, podría volverse en contra del 'bien común', como efectivamente está pasando.

Pero, ¿qué significa exactamente 'ser libre como el aire'? El término, tal y como ha sido acuñado en las comunidades de software libre (SL) tiene un carácter último y absoluto e implica que para que algo sea genuinamente libre debe ser -en términos generales- abierto, accesible, versionable y difundible. Llevada a su grado máximo la libertad abarcaría también el derecho del usuario a comercializar versiones modificadas (o no) de los bienes libres. Este punto es determinante ya que, como insiste Richard Stallman -padre del sistema operativo GNU y del movimiento de SL- “libre no es [necesariamente] igual a gratis” (“free as in freedom, not as in free beer”). Según Stallman un programa es SL sí:

  • Eres libre de utilizarlo para cualquier propósito.
  • Eres libre de modificarlo para adaptarlo a tus necesidades (para lo que debes tener acceso al código fuente: hacer cambios en un programa sin él es extremadamente complicado).
  • Eres libre de redistribuir copias, gratis o no.
  • Eres libre de distribuir versiones modificadas del programa para que la comunidad pueda beneficiarse de tus mejoras.

¿Qué ocurre cuando trasladamos estas prácticas al ámbito del periodismo? El ejercido bajo copyright queda automáticamente excluido del campo de la libertad -no es ninguna sorpresa-, pero el 'periodismo Creative Commons' (bajo licencias copyleft) tampoco sale mucho mejor parado. Como veremos, no todas las licencias CC contemplan los derechos citados por Stallman. Ni siquiera las más abiertas -como la CC BY SA- garantizan que los cuatro puntos anteriores serán respetados. Los aspectos más conflictivos son la accesibilidad y la apertura: en el software estos conceptos están muy claros, pero en el periodismo no tanto. ¿Qué es un periodismo 'accesible? ¿Y uno abierto?

Periodismo abierto

Resulta enormemente interesante analizar de qué formas tan diferentes han entendido el concepto de 'apertura' (tanto de dentro hacia afuera como a la inversa) los proyectos periodísticos más innovadores de nuestro país. Si hablamos de apertura 'desde dentro'-es decir, de transparencia y accesibilidad- debemos hablar del semanario digital Vía52. Vía52 expone públicamente –y en formatos accesibles- los datos cosechados por sus periodistas para elaborar los diferentes reportajes. La información la publican en la red social de datos 'Buzzdata' que “permite almacenar y compartir bases de datos con gran facilidad entre personas y entidades especializadas en el mundo de la investigación y comunicación”, explican en su web. Así lo han hecho en numerosas ocasiones como, por ejemplo, a lo largo de una profusa investigación sobre los bebés robados en España: “Nosotros hacemos un trabajo, pero si cualquiera quiere continuarlo, cree que puede mejorarlo o le va a ser útil para cualquier cosa, ahí está. Se trata de aplicar el creative commons de forma proactiva sobre materiales que no se suelen facilitar. El sentido es la reutilización”, me contaba David Rojo, impulsor de la iniciativa. “No somos los que más sabemos sobre nada, así que pedimos ayuda y consejo (…): pedimos en Facebook que se nos dijeran qué temas querían que tratásemos. Y así surgió el número que estamos preparando sobre gasto militar y también el periodista que lo está coordinando, que no colaboraba con nosotros y fue el que lo propuso”, exponía. Otras iniciativas, como 'The Reset Project', navegan en esta misma dirección: en este último caso proponiendo la creación una 'Red-acción', una red abierta de periodistas independientes (ciudadanos o no, no importa el carné sino aquello que cada uno puede contar) en la que el trabajo se realizaría de forma abierta y cooperativa. Los 'periodistas' propondrían temas que se desarrollarían con el apoyo otros miembros interesados de la red. Si el asunto propuesto tuviese la suficiente acogida, la comunidad podría costear colectivamente la financiación del reportaje.

La invitación a la cooperación puede venir en sobres muy diferentes: en Fixmedia.org, por ejemplo, se invita a los lectores-usuarios a que corrijan las informaciones elaboradas por los periodistas. En la cooperativa MásPúblico -editora del Diario La Marea- no se publican las bases de datos, como en Vía52, pero a cambio se ha concebido un proyecto '100% propiedad de sus trabajadores y lectores'. Los socios -denominados 'socios usuarios'- cuentan con derecho de voto en la asamblea general, en la que se decide sobre aspectos cruciales para el medio. Además, los socios usuarios se han autoorganizado en diferentes nodos locales desde los que han gestionado por su cuenta la difusión y promoción del diario, llevándolo en tiempo récord a más de 20 ciudades. Otras iniciativas, como la #pizarradigital20m, de 20 minutos, abren la redacción a la calle y brindan a los usuarios la oportunidad de participar en los debates editoriales.

Periodismo accesible

¿Qué es una información accesible? Volviendo a Mckenzie, es aquella que no sólo nos ofrece una representación mediada de la realidad, sino que además se nos revela en toda su desnudez: es decir, un reportaje periodístico no es accesible (y, por lo tanto, no es libre) si no nos muestra el 'código' que se oculta tras el relato, lo que en términos periodísticos equivaldría -quizás- a abrir los datos y los testimonios, imágenes o grabaciones completas (el 'bruto') que conforman una historia.

La cuestión, sin embargo, no se queda ahí: para que una serie de datos pueda ser considerada accesible debe presentarse en un formato estandarizado y 'procesable'. Los movimientos de Open Data, OpenGovernment y Data Journalism han insistido en este punto: cuando se les reclama a los diputados españoles, por ejemplo, que liberen la información relativa a sus patrimonios se les pide que lo hagan de forma que esa información pueda sea procesable, requisito que no se ajusta a formatos como el PDF, mucho menos si se trata de copias de escritos torticeramente caligrafiados. Precisamente este tipo de 'chapuzas' en la Administración son las que han motivado el trabajo de ciudadanos organizados de forma autónoma como los que, tras la plataforma 'Qué hacen los Diputados', recogen la maraña de datos (malamente) vertida por el Congreso, la procesan y la traducen en informaciones y visualizaciones que nos permiten saber qué hacen efectivamente nuestros representantes.

Actualmente no se aprecian en nuestro país indicios -al margen de honrosas excepciones, como el semanario Vía52- que permitan adivinar el surgimiento de una tendencia encaminada a incentivar el periodismo accesible. El debate, que fomentan organizaciones como Civio y los grupos de periodismo de datos, se ha centrado en exigir a las administraciones una ley de transparencia y acceso a la información pública que permita su análisis y reutilización, pero apenas ha considerado la aplicación de estos estándares a los datos generados por el propio trabajo periodístico.

Merece la pena pararse a pensar, sin embargo, en la importancia que en este sentido tienen fenómenos como Wikileaks o las retransmisiones en streaming de protestas, que tanto se han popularizado últimamente. La singularidad de ambos radica en que la información se ofrece 'en bruto', sin mediación de ningún tipo. En el caso del streaming cualquiera con un smartphone y una aplicación gratuita como la popular Bambuser puede retransmitir, en directo y en sin interrupciones, un evento. La larga duración de estas retransmisiones (las que acompañaban a las asambleas o manifestaciones suelen durar horas), su abundancia y la ausencia de filtrado previo las ha transformado en una opción decididamente fiable para informarse que compite con las coberturas parciales generadas por los medios.

Licencias y nuevos modelos de negocio: el valor del periodismo comprometido

Apertura porque todos sumamos, accesibilidad por un mundo legible y editable colectivamente y licencias libres para que la inteligencia colectiva beba de sí misma, crezca y se expanda sin barreras de por medio. Estas tres condiciones nos permitirían hablar de un efectivo periodismo libre. Una utopía circunscrita, sin embargo, a los estrechos márgenes del dinero. En los círculos periodísticos a menudo se recuerda, con cierta sorna, que “los periodistas también comen”. Por otra parte, no hay que olvidar que los periodistas compartimos 'representaciones' de la realidad, no datos: son cosas diferentes. Nos resistimos a desvelar el 'código' y tenemos poderosas razones para hacerlo: la más obvia, que no vamos a servir en bandeja nuestro trabajo a la competencia.

Este comprensible miedo parte de la falta de definición de modelos alternativos y, sobre todo, del razonamiento que nos dice que la única forma de obtener ingresos es intercambiar un bien 'exclusivo' por dinero. En este contexto, la lógica del copyright es la de crear una 'murallla' que asegure que el intercambio se produce sin incidencias, un proceso que se ha hecho extremadamente difícil en el ámbito digital. Las opciones son sencillas: resistir o dejarse llevar por la marea.

Las comunidades de software libre han optado por la última opción y los resultados son, cuando menos, sorprendentes: merece la pena reflexionar sobre ellos teniendo en cuenta, como hemos dicho, que el software no es periodismo. En vez de usar una licencia para levantar una barrera e impedir el acceso de los usuarios al código fuente (que se oculta como la fórmula de la Coca Cola para obtener los máximos beneficios a través de la comercialización en exclusiva del software), han apostado por conceder libertad y control absolutos al usuario, cualidad que han convertido en su valor añadido por antonomasia y de la que beben los modelos de negocio que han surgido en este contexto. Estas libertades han permitido que las comunidades de software libre generen una cantera pública de innovación y conocimiento de la que se han nutrido infinidad de iniciativas, empresas (como por ejemplo, IBM o Apple) y organizaciones del carácter de la NASA, para las que el software opaco y privativo se queda muy pequeño y que necesitan acceder al código para adaptarlo a sus propias necesidades. La apertura, en definitiva, crea comunidades y las comunidades oportunidades de negocio compatibles, a priori, con el bien común.

¿Hasta qué punto es aplicable esta 'filosofia' al periodismo? Se trata de un terreno poco explorado en el que, sin embargo, ya existen algunas iniciativas interesantes. La comunidad que surgió en torno a la cooperativa MásPúblico, por ejemplo, permitió la actual existencia del diario La Marea (CC By SA). El proyecto cooperativo continúa abierto: cualquiera puede convertirse en socio-usuario con una aportación de 1.000 euros. Eldiario.es, por otra parte, ofrece sus contenidos en abierto en su web (CC BY SA). El proyecto se financia -en parte- gracias a las aportaciones de sus socios (3.100 en la actualidad), que gozan de ciertos privilegios, como la oportunidad de participar en el desarrollo del proyecto a través de reuniones fuera de la red con el personal de la redacción etc. Evidentemente, ni las cooperativas ni las suscripciones son nada nuevo. La novedad aquí estriba en que el que paga no lo hace a cambio de un producto del que ya puede disponer gratis, sino más bien como forma de compromiso con algo en lo que se siente implicado. Cuando nos suscribimos a eldiario.es no estamos comprando un periódico (no se vende, es 'gratis'), sino una forma de hacer periodismo.

Las suscripciones no son la única vía de ingresos posible para proyectos periodísticos abiertos. Son numerosos los casos de iniciativas que se han lanzado a buscar financiación a través de la red, como Vía 52 o la revista local catalana Café amb Llet. El caso de esta última es muy significativo. Los editores lograron un hito inimaginable para un medio que ellos mismos definen como “de pueblo”: recaudar más de 14.000 euros con los que seguir investigando sobre corrupción en el ámbito de la sanidad pública catalana. El dinero, que obtuvieron en menos de 24h a través de la plataforma de crowfunding Verkami, servirá a Marta Sibina y Albano Dante, (ninguno de los dos periodista, por cierto) para afrontar la demanda de Josep Mª Vía, alto cargo de Sanidad, asesor de Artur Mas y amigo de Bagó –uno de los implicados en la trama de corrupción destapada por la revista- por vulneración de su “derecho al honor”.

¿Tiene futuro este modelo? Sí, en la medida en la que exista una comunidad comprometida dispuesta a sostener una iniciativa. Hoy por hoy es interesante apuntar que la principal fuente de financiación de Eldiario.es continúa siendo la clásica publicidad, lo que no significa que no exista compromiso sino que -probablemente- es necesario que esta nueva forma de concebir el mundo cale más.

Además de las microdonaciones, ya sean en forma de suscripción o aportación aislada, existen otras iniciativas interesantes inspiradas en los modelos de negocio propios del SL, como la de Nxtmdia. Nxtmdia es una consultora que se define a sí misma como especialista en 'comunicación horizontal y nuevos medios'. La plantilla está formada por profesionales de los campos del periodismo, la tecnología y el diseño, que trabajan juntos para ofrecer servicios tecnológicos a terceros (diseño, usabilidad y creación de contenidos). Su fundador (Pau Llop) la describe como una 'fundación' porque los beneficios que genera (en 2010 facturó 33.600 euros) se reinvierten en los proyectos del equipo (Bottup.com y Fixmedia.org son los más populares). Nxtmdia funciona como paraguas de todos ellos y es su única fuente de ingresos.

Todos estos esfuerzos redundan, sin lugar a dudas, en una ampliación de un espacio hasta ahora muy acotado. El lienzo, sin embargo, es caótico. Si somos fieles a la definición de libertad que he plasmado en este artículo la mayoría de estas iniciativas quedarían fuera de ella por no respetar principios básicos que sí se siguen a rajatabla en las comunidades de software libre: no se garantiza la accesibilidad, no se ofrece el material bruto y a menudo se restringen derechos como el de modificación o difusión. Sin embargo, los retazos de un lado y del otro permiten remendar -muchas veces desde el ámbito privado- un procomún que la comunidad de usuarios recoge, analiza y alimenta como buenamente puede.

El caos emerge de la propia naturaleza del periodismo. Nada tiene que ver éste con el código de los programas de software libre y, por eso, no encaja en sus premisas. Forzar ese encaje nos llevaría a cuestionarnos por completo nuestra interpretación actual acerca de qué es periodismo. El periodismo como interpretación de la realidad, como mediación entre el intelecto del periodista y los hechos, el periodismo de las 'representaciones', quedaría fuera del modelo: los datos (¿el 'código'?) cobrarían el protagonismo. Datos en abierto, datos para construir historias cooperativamente, datos para conquistar la verdad colectivamente, datos accesibles, datos editables y difundibles. ¿Es el genuino periodismo de 'código abierto' un periodismo de datos? La Historia aún está por escribir.

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Susana López-Urrutia (@Su_Urruti) es periodista e investigadora del máster en Comunicación, Cultura y Ciudadanía Digital de Medialab Prado. Su blog personal.

La ilustración que acompaña a este texto es de Carla Boserman, que la ha cedido al dominio público.

Hablar de 'periodismo libre' es algo así como compartir una especie de chicle mil y una veces masticado. De puro romántico el término se nos quedó vacío, como la transparencia a los políticos o el 'te quiero' a tantas parejas. Y, sin embargo, me resisto a aparcar la palabra, como me resisto a dejar de creer en la democracia o en el amor. El periodismo al que me quiero aproximar en este artículo tiene algo de los tres ingredientes: es -un poco- más libre, -algo- más transparente y es idealista e irracional como un enamorado. Pero es una realidad que empieza a hacerse corpórea en la forma de una infinidad de proyectos sacados adelante por osados emprendedores -muchos les llamarían locos-. La arquitectura de su 'alma' tiene mucho que ver con la de las llamadas comunidades de software libre.

Existen ciertas tendencias que, de formas diversas, apuntan a la redefinición del periodismo en la línea marcada por estas comunidades (apertura, accesibilidad, edición y libre difusión). Raramente, sin embargo, todos estos puntos confluyen a la vez en el caso del periodismo -las palabras no son software-. Sea como sea, la moraleja del cuento es clara: los espacios cerrados -podríamos llamarlos espacios profesionalizados- se están abriendo, y no por casualidad. Las masas silentes se han transformado en públicos activos, comprometidos y participativos. Los consumidores han dejado paso a los 'usuarios'. En algunos casos la apertura llega a tal punto que pone en cuestión la figura misma del 'periodista' tal y como la veníamos entendiendo hasta ahora. La apertura y el consiguiente diálogo entre prosumidores -todos producen, todos consumen- genera comunidades de usuarios dispuestos a pagar no a cambio de un 'bien' sino porque desean involucrarse en aquello que consideran que se hace bien y 'hace bien'. En los siguientes párrafos trataré de reflejar la reflexión que sobre estos aspectos se ha desencadenado en ciertos círculos de la 'profesión'. La cuestión esencial es: ¿Cuál es el código del periodismo?