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Expertos en generalidades, S.A.

València —
31 de agosto de 2025 01:03 h

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Un dato que suele fascinar a mis biógrafos, por su calidad de metáfora del mundo en el que vivimos, es la vez que me llamaron de la Sexta Noche para participar en un debate. Fue a colación del atentado contra Trump, no porque tuviera nada que ver sino por mis conocimientos sobre el mundo de las conspiraciones. El caso es que, al final, por un problema que no recuerdo, no pude ir. Para compensarme me dijeron que me invitaban la semana siguiente. Ni siquiera sabían de qué se iba a hablar, pero no me pareció un dato relevante. Cumplieron su palabra y allí que me fui a explicarle al mundo quién era Kamala Harris y lo importante que era que se presentara a las elecciones. Si el tema hubiera sido la pesca del atún o el renacer del cine filipino, tampoco me hubiera temblado el pulso.

No fue la primera vez que he salido en la tele, tampoco la última. Supongo que la gente pensará que si fui yo puede ir cualquiera. No se equivocan. Y lo del tema es lo de menos. Se puede ir sin tener ni puta idea. No es mentira, yo he llegado a hablar de ordenadores cuánticos en Cuatro —en un spin off de Todo es mentira— porque uno de los presentadores, amigo mío, me llamó para decirme que media hora antes se les había caído el experto, a la sazón investigador del CSIC, y necesitaban a alguien. Requisito: hablar castellano. No sé si alguien notó la diferencia, pero quedé como un marqués repitiendo cosas que acababa de leer, y hasta me permití improvisar uno de esos chistes preparados que sirven para engrandecer cualquier discurso y dar la apariencia de soltura.

No todos los expertos que salen en la tele o en la radio son como yo. Algunos son personas normales que saben de lo que hablan, aunque me temo que son los menos. A esos da gusto escucharles. Tampoco me refiero al especialista de una materia, sino al sabio recurrente, lo que en el colegio se llamaba el 'másquesabe': el experto en generalidades por excelencia. El sistema no ayuda, favorece a estos últimos y se ha convertido en una fábrica de vendedores de humo. Incluso hay gente que sabe mucho pero les toca hablar de lo que ignora. Esto suele ocurrir porque los medios tienen paneles de ‘expertos’ que van rodando. Si el experto en terremotos acude el día que ha habido un terremoto, miel sobre hojuelas; pero si ese día ha llovido en Madrid, pues a hablar de Madrid. O de marcianos. O del último ensayo de Froilán. O de lo que sea. Lo importante es llenar el silencio.

Otro secreto del maravilloso mundo de los expertos es que algunos no van por lo que saben —insisto en que se puede ir siendo ágrafo— sino por lo que son: testigos de parte propuestos por algún partido para que reciten sus argumentarios. Son la versión mediática de la cuota de integración. A estos les da igual siete que nueve, lo importante es quién les manda y para qué. Si les echa de comer el PP o el PSOE, pues la culpa será del PSOE o del PP (respectivamente). De ahí no se bajan. Y si se bajan, ya se pueden despedir de salir en la tele. Y de cobrar. Pero una vez que pisan plató, el culo les hace ventosa y ya no se levantan de la silla.

Aun así, ser experto no siempre es fácil. Soy muy fan de todos esos grandes analistas en política internacional que se llevan las manos a la cabeza con Trump. Para ellos, es como si un extraterrestre se hubiera colado por la chimenea en la Casa Blanca. Son los que llevan años poniendo a Estados Unidos como ejemplo de democracia y ahora que el sistema ha colapsado (y nos está arrastrando) no les queda otra que hacerse los sorprendidos. Lo de Palestina también les parece raro, no sé por qué. No lo vieron venir y aún se permiten dar clases. Tertulianos pata negra.

No quiero parecer optimista que luego todo se sabe, pero parece que algo empieza a cambiar. Algunos periodistas (Silvia Intxaurrondo, Javier Ruiz, Jesús Cintora…) parece que se han cansado de aguantar cantamañanas que un día ponen en duda el cambio climático, dicen que los ecologistas no dejan limpiar los bosques o que cuatro nazis agrediendo a un periodista a las puertas de su casa refleja que los extremos se tocan. Es gloria bendita verles achantar en directo, en la televisión pública, a esos tertulianos que tienen carta blanca en otras cadenas. Y lo más curioso es que la audiencia les da la razón. A lo mejor llega el día en el que, para que te inviten a un programa, hay que saber de qué hablas y demostrar cierta honestidad intelectual. Me sabría mal, porque me gusta salir en la tele.