Síndrome de la fatiga crónica: qué hacer cuando el cansancio no se va

Cristian Vázquez

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El síndrome de fatiga crónica se explica desde su nombre: se trata de un trastorno que genera en quienes lo padecen una sensación de cansancio intenso y persistente, el cual carece de causa aparente, no disminuye con el reposo y se mantiene durante al menos seis meses.

Como consecuencia, la persona tiene dificultades o directamente no puede realizar actividades que antes desarrollaba con normalidad, como trabajar o practicar deporte. De hecho, la fatiga empeora con el esfuerzo, no solo físico sino también mental.

No es ese el único síntoma. También se producen una afectación cognitiva, que incluye falta de concentración y pérdida de memoria y de agilidad mental. La persona tiene problemas para dormir y, cuando lo hace, el sueño es de baja calidad y por lo tanto no es reparador.

Además suelen presentarse jaquecas, dolor de garganta y mareos, sobre todo al dejar de estar acostado o sentado y ponerse de pie. Todos estos efectos perjudican de forma notoria la calidad de vida, a tal punto que -en los casos más graves- algunas personas llegan al extremo de no poder salir de la cama.

Una entidad compleja y controvertida

Se estima que este problema como alcanza a alrededor del 0,5% de la población. Por lo tanto, el número de personas con esta enfermedad en España se elevaría por encima de 230.000.

De acuerdo con un estudio realizado por científicos de Barcelona, el síndrome “afecta preferentemente a mujeres jóvenes”: la edad media de inicio de los síntomas es de 35 años. La Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos (BNM), por su parte, señala que es más común en personas de entre 40 y 60 años.

El síndrome de fatiga crónica también se conoce con el nombre de encefalomielitis miálgica y ha recibido otros nombres desde el siglo XIX, el más conocido de los cuales es neurastenia. Así lo explica un artículo publicado en 2019 por Íñigo Murga y José-Vicente Lafuente, expertos de la Universidad del País Vasco.

En 2015, la Academia Nacional de Medicina de EEUU propuso una redefinición de la enfermedad. Incluye un cambio de nombre: que pase a llamarse enfermedad sistémica de intolerancia al esfuerzo. Esto aún no ha sido consensuado por la comunidad científica internacional ni por la Organización Mundial de la Salud.

Los nombres diversos y la propuesta de redefinición retratan una realidad: este síndrome es “una entidad compleja y controvertida”, según afirman Murga y Lafuente. Por varias razones, entre las cuales se destacan el desconocimiento de sus causas y las dificultades para su diagnóstico y tratamiento.

Causas y factores desencadenantes

Aunque no se sabe a ciencia cierta cuáles son las causas del síndrome de fatiga crónica, los expertos estiman que puede existir una predisposición genética hacia el trastorno. Y que este se desencadenaría por la acción de factores como los siguientes:

  • Infecciones virales. Ciertos casos del síndrome de fatiga crónica comienzan después de infecciones causadas por virus como el de Epstein-Barr, el de la fiebre Q o el del herpes humano 6, según señalan la BNM y la Clínica Mayo, también de EEUU. Aclaran, no obstante, que aún “no se ha encontrado una relación concluyente”.
  • Problemas en el sistema inmunitario. Algunos cambios en el sistema inmunitario de las personas con el síndrome hacen pensar que esta podría ser otra de las claves para su aparición. Pero tampoco en este caso hay evidencias suficientes para afirmarlo.
  • Desequilibrios hormonales. Otra característica de algunas personas con el síndrome es tener “niveles anormales en sangre de las hormonas que se producen en el hipotálamo, en la hipófisis o en las glándulas suprarrenales”, explica la Clínica Mayo. También sobre este punto falta evidencia que lo confirme.
  • Episodio traumático. Una lesión, una cirugía o altos niveles de estrés físico o mental podrían ser factores desencadenantes, pues se han registrado en algunos casos antes de la aparición de los síntomas.
  • Comportamiento celular. Especifica la BNM que en las personas con el síndrome “la manera en que las células dentro del cuerpo obtienen energía es diferente”. Pero, al igual que en los posibles factores anteriores, no está claro cómo se relacionaría eso con el desarrollo de la enfermedad.

Dificultades para el diagnóstico

El diagnóstico de este síndrome, como se ha mencionado, es difícil. En primer lugar, porque -como apunta un documento del Hospital Universitario de Barcelona- quienes padecen el síndrome de fatiga crónica “pueden tener un aspecto completamente saludable”.

Además no hay una prueba que permita confirmar la presencia del síndrome. Por eso, el diagnóstico tiene que ser clínico: es decir, realizarse solo a través del análisis de sus signos y síntomas.

El problema es que esos síntomas, añade la Clínica Mayo, a menudo se asemejan a los de muchas otras enfermedades, como trastornos del sueño, problemas de salud mental (como ansiedad o depresión) u otras enfermedades: diabetes, anemia, hipotiroidismo, etc.

Por lo tanto, el diagnóstico debe efectuarse por exclusión. Esto es, consiste en eliminar todas las demás posibilidades. Una de las consecuencias de esta dificultad es que se tarde demasiado. Según el trabajo de científicos de Barcelona, el lapso medio entre la aparición de los primeros síntomas y el diagnóstico fue de nueve años.

Tratamiento, en busca de aliviar los síntomas

De momento no se conoce ninguna cura para el síndrome de fatiga crónica. El tratamiento consiste en el alivio de los síntomas para mejorar la calidad de vida del paciente. Los expertos del Hospital Universitario de Barcelona señalan que debe ser multidisciplinar, personalizado y continuado.

Ningún fármaco, por ahora, ha mostrado una mejora significativa en relación con la fatiga. Los que se recomiendan son los que pueden aliviar o eliminar otros síntomas, como el dolor, contracturas, insomnio, depresión o afecciones neurocognitivas. Por supuesto, el médico debe indicar qué corresponde en cada caso.

En cuanto a medidas no farmacológicas, es clave el apoyo emocional por parte de las personas cercanas. La terapia psicológica también puede resultar una ayuda importante. Por otra parte, la actividad física también puede resultar positiva.

Pero ¿cómo hacerlo si tal actividad genera una fatiga tan pronunciada? El citado documento detalla que “el ejercicio físico aeróbico en pautas cortas y adaptadas a cada persona mejora la sintomatología global del síndrome”.

Y añade que “las actividades más recomendadas son andar en períodos cortos e intermitentes de 15-20 minutos de marcha y descanso alterno y realizar una actividad suave en una piscina climatizada (32°C), en especial si es una piscina sin cloro”.

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