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Viene de la llegada de Aznar a la Presidencia del PP

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Este pasado sábado Enric Juliana, en La Vanguardia, sostenía la tesis de que la crispación en el Congreso viene de lejos y persigue una abstención masiva en las próximas elecciones generales. La violencia verbal con que la crispación se ha manifestado esta pasada semana no es algo casual, sino que es el resultado de una “estrategia de la crispación”, que, según Juliana, tiene su punto de partida en los años noventa del siglo pasado.

Estoy completamente de acuerdo con su tesis, pero, en mi opinión el origen de dicha estrategia arranca un poco antes, concretamente en las elecciones generales de 1989, que son las primeras en las que José María Aznar figuró como candidato del PP a la Presidencia del Gobierno. En la Presidencia del PP de José María Aznar está la clave de dicha estrategia.

Fue en la reacción a los resultados de dichas elecciones donde se manifestó por primera vez que la derecha española no está dispuesta a soportar que la izquierda gobierne el país. Sigue sin poder soportarlo.

En 1989 se produjo la tercera mayoría absoluta del PSOE en la proclamación de los candidatos por las Juntas Electorales provinciales: 176 escaños.

Jurídicamente fue una mayoría absoluta, aunque políticamente no lo fuera tanto. Se produjo dicha mayoría absoluta por el resultado del CDS, que obtuvo el 13.1% de los votos y 14 escaños. Con los votos del CDS el PP habría casi empatado con el PSOE y habrían obtenido casi el mismo número de escaños o incluso es posible que el PP hubiera tenido más. Fue la división de la derecha española la que posibilitó que el PSOE, con el 39,6% de los votos, obtuviera 176 escaños. El PSOE había descendido notablemente desde los resultados “históricos” de 1982, pero también respecto de los resultados de 1986. La mayoría absoluta era resultado del sistema electoral, que en este caso favoreció al PSOE de manera extraordinaria como no ha ocurrido en ninguna de las demás elecciones generales respecto de ningún partido.

Aunque las elecciones fueron limpias y no hubo fraude electoral, la derecha española se negó a aceptar los resultados proclamados por las Juntas Electorales Provinciales e interpusieron recursos contra dichos resultados en varias circunscripciones: Murcia, Pontevedra, Melilla y Barcelona.

Las Audiencias Provinciales de Murcia, Pontevedra y Málaga anularon las elecciones y ordenaron la repetición de las mismas. Las sentencias serían recurridas en amparo ante el Tribunal Constitucional que las anularía en el caso de Murcia y Pontevedra dando por buenos los resultados proclamados por las Juntas Electorales, aunque confirmaría la anulación de la de Melilla. En esta circunscripción se repetirían las elecciones, en las que el PSOE perdería el escaño a favor del PP. En lugar de 176, el PSOE se quedaría con 175. El PP pasaría a tener 108.

La batalla decisiva fue la de Barcelona, donde estaban en juego 33 escaños. De haberse anulado las elecciones, hubiera sido imposible que la investidura del presidente del Gobierno se produjera en los términos previstos en la Constitución. La simple ausencia de los diputados de Murcia y Pontevedra en la sesión de investidura llevó a Felipe González a presentar una cuestión de confianza tras la incorporación de dichos diputados tras la sentencia del Tribunal Constitucional, para que no hubiera dudas sobre la legitimidad de su mandato. Qué hubiera pasado si la Audiencia de Barcelona hubiese anulado las elecciones es algo que no podremos saber nunca. Pero la presión para que se anularan las elecciones en todo el Estado y se repitieran hubiera sido difícil de soportar.

La derecha española dejó claro en 1989 que no estaba dispuesta a aceptar que la izquierda siguiera en el Gobierno. Esto es lo que significaron los recursos electorales. A través de ellos se anunciaba que no se aceptarían resultados que no les dieran la victoria en futuras elecciones. De ahí que, en la misma noche electoral de las elecciones de 1993, Javier Arenas y Alberto Ruiz Gallardón, en un ejercicio de 'trumpismo', denunciaran como fraudulentos los resultados proclamados por las Juntas Electorales.    

La victoria del PSOE por cuarta vez reforzaría hasta extremos casi inimaginables la estrategia de la crispación, que se mantuvo desde entonces incluso en las legislaturas en que el PP ocupó el Gobierno. Desde que José María Aznar ocupó la Presidencia del PP no ha dejado de estar operativa dicha estrategia de la crispación nunca.

La derecha española, desde la llegada de José María Aznar a la Presidencia del PP, ha imitado la estrategia del Partido Republicano de los Estados Unidos desde Ronald Reagan, que sabemos muy bien a dónde ha conducido. La sigue imitando.

Nadie puede ni debe llamarse a engaño. La agresividad no va a ir a menos. Aumentará todavía más si las derechas ganan las elecciones en este próximo 2023. 

Este pasado sábado Enric Juliana, en La Vanguardia, sostenía la tesis de que la crispación en el Congreso viene de lejos y persigue una abstención masiva en las próximas elecciones generales. La violencia verbal con que la crispación se ha manifestado esta pasada semana no es algo casual, sino que es el resultado de una “estrategia de la crispación”, que, según Juliana, tiene su punto de partida en los años noventa del siglo pasado.

Estoy completamente de acuerdo con su tesis, pero, en mi opinión el origen de dicha estrategia arranca un poco antes, concretamente en las elecciones generales de 1989, que son las primeras en las que José María Aznar figuró como candidato del PP a la Presidencia del Gobierno. En la Presidencia del PP de José María Aznar está la clave de dicha estrategia.