Contar el 'Guernica' en la lengua wólof

Ángeles Oliva

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Un grupo de turistas llega al Museo Reina Sofía y pregunta enseguida por el Guernica. En la segunda planta, frente a la obra más conocida del museo, una mediadora está dando explicaciones sobre el cuadro. Lo hace en la lengua africana wólof y en español. Cuando habla, relaciona el trabajo de Picasso con los millones de refugiados africanos. Es Aisatu, una mujer de origen senegalés, negra, grande y alta. Es una de las primeras personas formadas en la escuela de mediación que tiene el museo.

“Esto de por sí ya rompe los esquemas. Tú vas a ver el Guernica y te lo presenta una mujer como ella, que además va vestida con traje típico senegales. Te descoloca y te hace pensar. Aisatu está muy preparada, además de explicar el cuadro en wólof y en español lo hizo en francés cuando unos chavales le pidieron que les aclarara cosas en ese idioma”. Lo cuenta Hanan Dalouh Amghar, la coordinadora de la Escuela de Mediación del museo, creada este año, con la propuesta de investigar prácticas que tengan en cuenta a la población del barrio madrileño de Lavapiés en el que está situado el museo.

La escuela prepara a personas migrantes para que ellas sean las mediadoras y cuenten las exposiciones en su lengua materna. Durante sesiones mensuales trabajan alrededor de cuatro temas con las obras del Museo: exilio, colonialismo, fronteras y 15-M. Las mediadoras que vienen de Bangladesh, Latinoamérica, Marruecos o Senegal elaboran sus propios recorridos y los relatos que los acompañan y que contarán a los visitantes del museo. No es una explicación al uso sobre la obra o el artista, sino un relato en el que parten de sus propias experiencias vitales y relacionan la obra con acontecimientos y hechos que les atañen. Los primeros recorridos pensados desde la Escuela de Mediación se hicieron en junio pasado, en dariya, wólof y bengalí.

Mabel Tapia, subdirectora del Reina Sofía, explica cómo la escuela no busca traducir sino interpretar: “Se trata de construir una manera específica de hablar sobre las obras, movilizar las propias experiencias en relación con el trabajo de los artistas, ver cómo se mira a las obras y se habla de ellas desde las propias vidas. Hablar un idioma no es solo traducir una palabra, es movilizar un universo, una cosmogonía”, indica Tapia.

Las barreras invisibles de los museos

“Se han hecho visitas guiadas con intérpretes pero hemos visto que no es lo mismo traducir que contar a partir de tu propia experiencia”, explica Hanan Dalou. “A la hora de interpretar, hay cosas que no se pueden traducir de manera literal: hay detalles o algún sentido que se pierde. No estás traduciendo a otra persona que a su vez está explicando un cuadro o una exposición si no que tú eres la persona que directamente invita a tu colectivo, o a las personas que hablan la lengua que tú hablas, a entender lo que están viendo. La implicación es mucho mayor. No se trata tanto de contar quién es Picasso, cómo era su vida, o cómo pintó el Guernica. Por supuesto, hay cosas concretas que hay que nombrar, pero lo interesante es ver qué tiene que ver el cuadro con situaciones que vivimos actualmente, como el exilio de millones de refugiados sirios, de los refugiados ucranianos, o el exilio del África negra por razones climáticas”.

No se trata tanto de contar quién es Picasso, cómo era su vida, o cómo pintó el 'Guernica' sino de ver qué tiene que ver el cuadro con situaciones que vivimos actualmente

Para las personas de origen extranjero no es fácil el acceso a los espacios culturales. No tanto por una cuestión económica, aunque a veces también lo sea, sino por una serie de barreras materiales, simbólicas y culturales. A través de los mediadores de origen extranjero se abre el espacio del museo a mucha gente. Dalou, que lleva años trabajando como mediadora intercultural en Rivas (Madrid) con mujeres de origen marroquí, conoce bien esas limitaciones: “Se habla un lenguaje distinto en este tipo de espacios, no está adecuado a la población general, normal y corriente, los que no somos historiadores del arte ni artistas ni gestores culturales. Es una cuestión ideológica, a veces sentimos que no es para nuestra clase y con esta mediación se abre, se hace más cercano”.

“Las personas migrantes que nos hemos profesionalizado dentro de la mediación hemos podido abrir las puertas, lo poco que nos han dejado, a los servicios de salud, la educación o los servicios sociales. Ahora es tiempo de abrir la parte cultural”, indica Dalouh. “Ya no se trata solo de la primera y la segunda generación, ya hay una tercera, hijas de migrantes que nacieron en España que solo han ido al museo con el grupo escolar. Cuando les preguntas por el museo, no les interesa, no les invita”, añade.

Agujerear las paredes del Museo para hacerlo permeable

En 2018, Mame Mbaye, un mantero de origen senegalés, murió en Lavapiés de un infarto después de una persecución policial. A raíz de estos hecho, el Reina Sofía inició un diálogo con algunos colectivos de Lavapiés para estudiar conjuntamente los deseos y necesidades del barrio. Así nació el proyecto Museo Situado, una asamblea permanente en la que participa la institución artística con asociaciones, plataformas y vecinas, a título individual, de Lavapiés. Mabel Tapia, la subdirectora del Museo, recuerda esos inicios: “El Museo tiene normalmente un peso histórico tan grande que las relaciones con otros agentes son asimétricas. Pero en Lavapiés las asociaciones defendieron su lugar, legitimando su trayectoria en su trabajo en el barrio y el diálogo se dio con mucha igualdad”, explica.

Queremos agujerear las paredes del museo, hacerlo permeable a lo de fuera

La primera demanda de los colectivos fue el uso del jardín interno del Museo, que aunque es de acceso libre, en la práctica apenas se visita. “Hay barreras que son invisibles y para las asociaciones había una barrera que desconectaba el jardín del barrio. En pos de eliminarla, se imaginó colectivamente el primer picnic conjunto. Un espacio de presencia, agitación y acción colectiva del barrio en el museo. Queremos agujerear las paredes del museo, hacerlo permeable a lo de fuera”, explica la subdirectora. El picnic del barrio se celebra desde hace cinco años en el jardín como un espacio de intercambio, celebración y reivindicación de las luchas de los diferentes colectivos. Este año, además de conciertos y comida, se presentaron tres campañas que reclaman la regularización y el acceso a derechos sociales y laborales, y sanitarios para todas las personas.

Escuela de derechos para migrantes

Durante estos años se han realizado distintas actividades en diálogo con todos los colectivos que forman la asamblea de Museo Situado. De ahí salió la decisión de dar carnés a todas las participantes para entrar gratuitamente al Museo. Cualquier día, a cualquier hora.

Después vino la escuela de español. Y más tarde la escuela de derechos para personas migrantes, en la que se trabaja sobre derechos con filósofos, historiadores, abogados especializados en derechos humanos o activistas. Se parte de obras de la colección del Museo, se hacen recorridos físicos por las salas y luego se fomenta una reflexión colectiva. “El mayor ejemplo que se utiliza es el Guernica —explica la subdirectora del Museo— claramente un icono al hablar sobre guerra, enfrentamientos o refugio. Es una obra que tiene esa característica magnífica de muchas obras que es trascender al autor y al primer objeto del que habla. Encuentra eco en muchos colectivos no solo migrantes. Le habla a muchas comunidades, dice cosas a muchas personas en diferentes momentos históricos”.

Al ver cómo la colección era capaz de generar ese debate, nació la idea de crear la Escuela de Mediación. “La experiencia se queda muy corta en una ciudad como Madrid, se tiene que extrapolar a otros espacios culturales de la ciudad, a los que es impensable acceder, porque el derecho a la cultura es universal y necesitamos ejercerlo de esa manera”, explica Hanan Dalouh. Y pone el foco en la potencia transformadora de tener mediadores de origen migrante en un museo.

“Quien va al Reina Sofía o a un museo en París o Londres, va con una idea preconcebida. Si has pedido una mediación te esperas a un hombre o mujer blanca, experta en la materia y que te va a proporcionar datos. Cuando te encuentras a una señora como Aisatu, de Senegal, o como Afroza, originaria de Bangladesh, esto te saca de tu lugar. En España no estamos acostumbrados a algo así, rompe barreras y clichés, hace al visitante adaptarse a muchas cosas y reconocerlas a ellas como agentes culturales es, en sí mismo, muy potente”, concluye Dalouh.