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Elvira Dyangani quiere abrir el MACBA a vagabundos, skaters y paseantes

La nueva directora del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), la historiadora del arte Elvira Dyangani Ose

Peio H. Riaño

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La teoría de Elvira Dyangani (Córdoba, 1974) suena inmejorable. Según la nueva directora del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) el museo del presente debe ser un lugar que en nada se asemeje a los museos que se visitan en la actualidad española. Ninguno se reivindica como un espacio público permeable, es decir, un lugar de libre tránsito desde la calle, en el que no existan barreras físicas ni culturales y en el que no se someta al público a una autoridad que no pretende dialogar ni escuchar a la ciudadanía. “El museo que quiero es disidente. Y si eres disidente, quiero que aquí te sientas a salvo. Pero no solo será un lugar de rabia y rebeldía, también de conciencia y de cuidado”, explica la nueva directora a elDiario.es. Dyangani ha llegado con la intención de derribar el castillo, le pese a quien le pese.

La primera mujer directora del MACBA no lo va a tener fácil. En julio fue recibida con toda la ilusión y con un organigrama reformado momentos antes de su llegada, en el que su poder quedaba bajo mínimos, tal y como adelantó este periódico. Dyangani no se amilanó y en su presentación advirtió a los presentes que el organigrama debía estar al servicio del proyecto que había ganado la convocatoria —el suyo— y no al revés. “Se adaptará a lo que sea necesario para llevar el programa a buen término”, dijo —brava y valiente— Dyangani ante Ainhoa Grandes, presidenta de la Fundación MACBA y máxima responsable de la alteración del organigrama.

Según esa reforma de último minuto, la nueva directora solo tendrá plenos poderes en el área de conservación y un papel residual en la dirección de produccion y de educación y mediación. En la anterior estructura la dirección artística era la responsable del área curatorial, los programas, las producción, la gestión y la marca. De esta manera desaparece “programas” y el poder de la gerencia crece ostensiblemente. Desde MACBA se niega que el área dirigida por Josep María Carreté acumule más poder.

Un museo más real

En aquel acto la directora, sentada junto a la alcaldesa Ada Colau, no dejó pasar la oportunidad para aclarar su territorio ante las posibles injerencias. Fue transparente y reconoció los errores cometidos por la cúpula al despedir a la conservadora jefe del museo, Tanya Barson, y al jefe de programas, Pablo Martínez, y dejar sin respaldo a los estudiantes matriculados en el Programa de Estudios Independientes (PEI). Pero avisó de que haría lo posible para recuperar el poder que le corresponde y para evitar que estos errores cometidos antes de su llegada vuelvan a ocurrir.

Durante la entrevista telefónica con este periódico, Elvira Dyangani asegura que ha pedido al patronato reelaborar el organigrama. Quiere tener un número dos que se convierta en director de conservación y programas, con el mandato de lograr una institución “más permeable a la realidad y a las comunidades que forman parte del entorno y de su patrimonio intangible”. Todavía no hay nombres para ese puesto. La reelaboración del organigrama también debe tener en cuenta otro aspecto: la directora quiere ampliar la gratuidad de la institución y para paliar la merma de taquilla debe encontrar nuevas fuentes y formas de financiación. “Lo primero es hacerle saber a las autoridades que 10 millones de euros de presupuesto es muy escaso”, indica.

Dyangani imagina voz en alto: “Dentro de tres años tú vienes al MACBA y sientes que la plaza es una extensión real de los edificios que constituirán el nuevo museo. Podrás pasear por la planta baja no solo para ver sino para estar, para sentarte a leer, para descansar de patinar… Habremos creado unos espacios realmente acogedores, que convivirán con la visita contemplativa del museo”. El museo transparente y permeable, que escucha y atiende a todos los ciudadanos, no solo al público que lo adora. Por eso la idea del lugar donde estar le parece fundamental en su proyecto.

La 'visión filosófica' del museo que pretende la ha llamado “política de los afectos”, porque hay una política de la experiencia que se tiene que cuidar. “El conocimiento ya no es suficiente y las estructuras rígidas limitan e impiden la relación con el usuario que se encuentra con la obra de arte. Quiero recuperar el sentido de lo humano para humanizar la visita”, explica Elvira Dyangani. “Hay gente durmiendo en los alrededores del museo: ¿qué podemos hacer para que se sientan parte del museo?”, se pregunta. Nadie queda excluido en el museo que piensa la nueva directora, cuya propuesta es derribar las barreras más clasistas de estos aparatos culturales que han prestado atención a los gustos de las elites pero no se han interesado por el resto.

Primero, lo imposible

Dice que es una “persona pragmática” porque es madre y que por eso le gusta empezar desde lo imposible: “Ya llegarán los recortes y la tijera, pero primero démonos la posibilidad de redefinir la institución”, cuenta. Dyangani habla desde la alegría y la esperanza, con un planteamiento que rompe con la visión tradicional del museo, cuya autoridad ha sido desbordada y la inviolabilidad de sus criterios ha quedado más anticuada que la edad de los fondos que custodian, protegen y exponen.

En el museo que Dyangani ha puesto por escrito —y ha sido aprobado— nadie queda fuera. Y ella sabe de lo que habla. “Cuando naces como sujeto colonial tienes que reconstruirte constantemente y definirte contra esa manera en la que te ven. El museo se ha aposentado en una visión de sí mismo que tiene que ser cuestionada y puesta en jaque. No dejaré que el museo se acomode y se aburguese”, explica contundente y dispuesta a darle la vuelta al centro. Quiere que el MACBA sea un lugar de prestigio y de autoridad, pero también que forme parte de un colectivo para generar una conciencia política.

Es posible que la ilusión más revolucionaria de todas las que plantea Elvira Dyangani sea perderle el miedo a la vulnerabilidad y la apuesta por la transparencia. “Quiero que seamos un museo que dé explicaciones y reconocer que nos equivocamos si nos equivocamos. Si quieres un museo más humano debes ser transparente para que nadie malinterprete lo que estamos haciendo. Esto es fundamental”, dice y con esta declaración convierte a muchas instituciones públicas de arte contemporáneo en centros decimonónicos.

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