‘Vasil’, una encantadora fábula para derribar el mito de que los inmigrantes se llevan las ayudas

Javier Zurro

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Uno de los falsos mantras para atacar a los inmigrantes es el de que ‘nos quitan las ayudas’. La extrema derecha y colectivos xenófobos hacen crecer la semilla del odio argumentando que los extranjeros copan el dinero público dedicado a los más desfavorecidos. Una afirmación que es fácilmente desmontable, ya que en España ninguna ayuda se da por razón de origen o nacionalidad, sino en función de criterios socioeconómicos. No hay ninguna partida destinada a ellos y, además, para recibirlas deben encontrarse en situación regular en el país.

El tópico se sigue repitiendo, y quizás la manera de combatirlo esté en la ficción, en películas como Vasil, que con su forma de fábula humanista rompe muchas de esas falsas leyendas. El punto de partida del debut de Avelina Prat parece la respuesta a aquella pregunta de Marine LePen cuando le preguntaron sobre la inmigración. “¿Los metería usted en su casa?”, dijo la líder de la ultraderecha francesa a Ana Pastor. El padre de la directora de Vasil lo hizo. Hace ocho años, hablando como cualquier día con su hija por teléfono, le contó que había acogido a un hombre búlgaro al que apenas conocía.

“Habíamos quedado para comer y me dijo que no podía venir porque tenía ‘un búlgaro en casa’ para hacer un favor a una amiga suya. La idea es que se quedara un par de días porque estaba durmiendo en la calle, pero aquello se fue alargando y fueron un par de meses. Mi padre iba contando las aventuras de este hombre y tiempo después la historia seguía en mi cabeza y me dije 'Tengo que escribir esto'”, cuenta Avelina Prat sobre su primer largometraje. 

Ella nunca llegó a conocer a aquella persona, y gracias a la ficción, ha reconstruido los huecos en un filme que ganó el premio a la Mejor interpretación masculina en la pasada Seminci. Fue un galardón ex aequo para sus dos protagonistas, Karra Elejalde e Ivan Barnev, que dan vida a estos dos hombres que se ayudan mutuamente en una solidaridad que emociona por la sencillez con la que se presenta. El Vasil de la ficción es un excelente jugador de bridge y ajedrez, apenas habla castellano y cada día depara una sorpresa a los que se cruzan en su camino. 

En el filme también está la mirada de extrañeza, sorpresa y también orgullo de la hija, que no es otra que la mirada de Avelina Prat. “Nunca llegué a conocerlo. Esto me ha ayudado bastante a escribir la historia desde el punto de vista de la ficción. El personaje no me lo he inventado completamente. Hay ciertos hechos que son verdad, por supuesto, pero lo he idealizado un poco. Por eso la película tiene ese aire de fábula. Creo que si lo hubiera conocido, a lo mejor no hubiera hecho la película. Primero, porque me ha ayudado a verlo desde un punto de vista más externo, y luego, porque al no haberlo conocido yo sentía que me había perdido algo, como que había tenido la oportunidad de vivir algo que no viví, y esto era mi manera de completar esta historia”, añade.

Desde su toque de cuento, la película muestra también cómo estas relaciones nunca son horizontales, sino que siempre la persona que acoge ejerce alguna forma de poder sobre la otra. Marcando sus reglas, permitiendo que se queden mientras no les suponga mucho esfuerzo. “Hay mucha gente que sí está dispuesta a entender al otro, pero siempre que no les toque su parcelita de confort, digamos que hasta ciertos límites, así que es difícil”, dice la directora, que muestra el clasismo con el que se trata a Vasil en el club de bridge lleno de señoras de visón que solo le aceptan porque juega bien, pero que le critican o que incluso piden su expulsión por no ser español.

Este hombre papeles tiene, pero no sirve de nada. Me documenté de todos los sitios a los que uno puede ir a solicitar algún tipo de ayudas y siempre hay algún requisito que no cumplen

La muestra de que esas relaciones están condicionadas y tienen algo de caridad es que el padre de Avelina Prat no guarda relación con aquella persona: “Para mí fue clave una frase que me dijo mi padre y que incluyo en la película, 'en otras circunstancias, podríamos haber sido amigos'”. La diferencia de clases como elemento que define nuestras amistades. El Vasil real un día cogió su maleta y se fue. Nunca más tuvieron contacto.

Uno de los grandes aciertos de Vasil es mostrar, sin dramatismos ni excesos, todos los problemas con los que el personaje se encuentra cuando va a pedir una ayuda. Un laberinto kafkiano burocrático que impide que tenga ni un solo euro público. Esas ayudas que dicen que nos quitan y que Vasil no consigue, aunque duerma en la calle. Es una constante en la película, y termina solidificando en un montaje donde se lo ve estrellarse con la administración una y otra vez. “Quería aunar en una sola secuencia todas esas dificultades burocráticas y las barreras institucionales a las que uno se enfrenta, ya no solo siendo inmigrante, porque son las mismas para alguien que no tiene recursos, siendo incluso del propio país. Este hombre papeles tiene, pero no sirve de nada. Me documenté de todos los sitios a los que uno puede ir a solicitar algún tipo de ayudas. Y ocurre eso. Les piden una cantidad de requisitos para cada cosa brutal y siempre hay alguno que no cumplen”, cuenta.

La directora cree que esa forma de fábula le ha permitido hacer una película social, “sin querer hacer cine social”. “Quería contar una historia personal, algo pequeño, pero que en una segunda capa estuvieran todos estos temas. Este tono creo que no puedo escapar de él, porque miro mis cortos o el próximo proyecto que estoy escribiendo y van también por ahí”, adelanta sobre su futuro.

Su estilo visual es austero, con largos planos fijos y una presencia musical que subraya el tono del filme. Su máxima es clara: “Si se puede contar en dos planos, mejor que en cuatro”. Le sale ahí su vena de arquitecta, la carrera que estudió y a la que incluso se dedicó durante diez años antes de llegar al cine. Se acuerda de un cartel pegado a un árbol que anunciaba un curso de guion de cortometrajes. Cogió un trocito de papel con un teléfono y se apuntó al primero de muchos. Hizo prácticas, entró de script en algún rodaje y durante años combinó ambas profesiones.

La casualidad hizo que su último proyecto como arquitecta se lo encargara un productor de cine. El giro definitivo llegó en un laboratorio de escritura de la Fundación Euskadi. Ese año estaba de directora Isabel Coixet, que cuando leyó el guion le dijo que conocía a una productora que le podía gustar. Se trataba de Miriam Porté, a quien le encantó y le dio la llave para comenzar a levantar este debut que ha sorprendido a todos desde su paso por Seminci y que ahora se enfrenta a otro jurado más difícil, el de las salas de cine.