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Crítica

‘El agua’, una de las películas más mágicas y diferentes del gran año del cine español

Luna Pamiés y Bárbara Lennie en 'El agua', el fascinante debut de Elena López Riera

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A las niñas, de pequeñas, se les lee el cuento de Caperucita roja, la muchachita que cuando iba a ver a su pobre abuela fue atacada por un lobo feroz. La moraleja era clara: eso le pasaba a Caperucita por salir de casa. La mayoría de los cuentos y leyendas abundan en el mismo imaginario. Mujeres que eran secuestradas, raptadas, vejadas y a las que les pasaban desgracias por desobedecer o por desafiar el estatus quo. Ahí estaba Bella, enamorada de su raptor manifestando un síndrome de Estocolmo que cualquiera le hubiera dicho aquello de ‘amiga, date cuenta’.

Las leyendas en los pueblos españoles han perpetuado, como los cuentos, el machismo de una sociedad patriarcal. En la Vega Baja, en el levante español, una vieja creencia popular afirma que algunas mujeres están predestinadas a desaparecer con cada nueva inundación porque tienen “el agua adentro”. Un relato transmitido oralmente de generación en generación que ha calado en el imaginario popular y se ha convertido en el temor de las mujeres del pueblo. Todo en una localidad cuya relación con el agua es conflictiva, con la gota fría amenazando todo, destruyendo cosechas y casas. El agua significa el miedo y, con esa leyenda, les metieron el cuerpo a ellas, a todas las mujeres que querían que se quedaran allí, convertidas en madres y esposas.

A través de esa leyenda, Elena López Riera constituye uno de los debuts más fascinantes del cine español reciente y una de las películas más diferentes de este gran año del cine español. No por casualidad estuvo presente en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. El agua es una ópera prima que escapa al cine que en los últimos años llega de las directoras debutantes. Ella también mira a la adolescencia y al pueblo, dos de los temas que se han solidificado con la llegada de las nuevas miradas femeninas al audiovisual, pero la suya escapa de cualquier etiqueta.

Elena López Riera demuestra una personalidad ecléctica, en la que lo onírico, el retrato naturalista, lo mágico y hasta lo fantástico se dan la mano con el documental. No pide permiso para hacerlo. Sino que apuesta todo a una idea tan suicida como única. El agua cuenta la historia de Ana, una joven que quiere escapar de su pueblo y que interpreta ese torbellino llamado Luna Pamiés, uno de los descubrimientos de la directora en el casting. No hay nada que la ate allí. Solo su madre y su abuela. Tres generaciones de mujeres señaladas por ser diferentes, por ser madres solteras, por escapar de lo que el patriarcado les demandaba. Todas ellas conocen la leyenda de ese agua que se mete por dentro y que hizo desaparecer a muchas mujeres. ¿Desaparecieron o huyeron y simplemente se construyó la leyenda para que nadie más lo hiciera? A su apuesta de ficción, López Riera une el relato real de mujeres contando su propia experiencia y relación con dicho relato. Cómo lo sufrieron. Cómo fue ese cuento lo que se les metió dentro.

El retrato de López Riera de la zona de la Vega Baja —ella es de Orihuela— logra lo más difícil: presentar el pueblo sin demonizarlo ni sin romantizarlo. Pueblos partidos por carreteras, con bares a los lados donde ya nadie va. Amagos de urbanismo salvaje abandonados. Lo más fácil hubiera sido hacerlo desde un feísmo propio del cine social, pero la directora escapa de lo que se espera de ella todo el rato y capta esta zona con una fotografía que mezcla lo realista con un halo de historia de fantasmas. Quizás porque El agua es, en parte, una historia de fantasmas, los que sobrevuelan los pueblos en forma de esas leyendas.

Es El agua una película que coge símbolos atávicos y lo presenta en forma de cine moderno y desprejuiciado. El retrato de Elena López Riera es alérgico a la nostalgia, a la mirada buenachona a lo rural. Es tan hermosa como dura y siempre política, como se manifiesta de forma evidente en la decisión de colocar a todas esas mujeres mirando a cámara; o en cómo cuenta la forma de relacionarse de los chicos con las chicas, perpetuando las figuras del hombre salvador o acosador. 

Hasta en su retrato etnográfico es una película política. Como ya hiciera en su excelente cortometraje Los que desean, López Riera capta las costumbres y tradiciones de la zona y las pone en un contexto donde se puede apreciar cómo casi siempre tienen un poso machista. Ahí están esos palomos pintados que persiguen a la hembra para quedarse con ella y los dueños de las aves, que parecen una extensión de los propios animales embrutecidos persiguiendo una mujer. Para ella esas tradiciones definen a sus gentes como lo hace un botellón con música tecno, que también adquiere la condición de tradición para esa juventud. Aquí el botellón se convierte en clímax de empoderamiento, donde la joven decide qué quiere.

Elena López Riera ya lo había hecho con sus cortos, pero con su largometraje también muestra la necesidad de salir de los grandes núcleos urbanos, de que el cine salga de Madrid y Barcelona. Que el cine se nutra de otros acentos, de otro tipo de personas. Ahí también hay una actitud política que se nota en una nueva generación de directores como ella o como Chema García Ibarra, que han llevado las historias a sus barrios, a sus zonas. A esos sitios donde nadie suele mirar y donde hay muchísimas historias que contar. El agua no es el nacimiento de una directora, porque sus trabajos en el cortometraje ya apuntaban maneras, sino la confirmación de alguien con algo tan importante como una mirada única, reconocible y sorprendente.

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