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Crítica

‘El vengador tóxico’, Peter Dinklage protagoniza un fallido 'remake' que se aferra al 'gore' para buscar simpatía desesperadamente

25 de septiembre de 2025 22:24 h

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En el verano de 2024, un productor anónimo dudaba de que El vengador tóxico llegara a estrenarse en cines. “Si hubiera tenido críticas buenísimas, quizá”, comentó, “pero es demasiado de nicho”. Lo más lógico en su opinión era que, transcurrido un tiempo y sin hacer ruido, la película apareciera en el catálogo de una plataforma de streaming cualquiera. Y eso que este remake del célebre filme de 1984 no había empezado mal su andadura. Se había proyectado en EEUU a caballo entre el Fantastic Fest y el Beyond Fest. Luego, continuando con su paso por certámenes especializados en terror, también se dejó ver en el Festival de Sitges de 2023. Las críticas no fueron malas en ningún caso. Pero, y quizá a esto se refería el productor, no había entusiasmado a casi nadie.

Lo cual suponía un problema. Los derechos de distribución de El vengador tóxico no eran baratos. En su reparto tenía a un Peter Dinklage que justo terminaba Juego de tronos cuando el proyecto se estaba materializado, acompañado de Jacob Tremblay (el último niño prodigio de Hollywood), Elijah Wood y Kevin Bacon. El director, Macon Blair, además de ser colaborador habitual de Jeremy Saulnier (Green Room), había triunfado en Sundance con su debut como director en Ya no me siento a gusto en este mundo (2017). Y la productora que estaba detrás de todo era Legendary, un coloso que había apostado por el remake al tiempo que lo hacía con, por ejemplo, Dune.

Sumando todo esto a la enorme cantidad de violencia de la película —requisito básico para respetar el recuerdo de la película original—, El vengador tóxico necesitaba cierta aura de acontecimiento, una capacidad probada de llevar al cine a un público selecto, que esos primeros pases en festivales de terror habían distado de confirmar. Así que pasaron los meses y ninguna distribuidora, pequeña o grande, quiso hacerse cargo de ella. No fue hasta enero de este año que supimos que El vengador tóxico por fin tenía distribución sin que se hubiera querido censurar nada —el título en inglés ahora es The Toxic Avenger Unrated, desdeñando la calificación por edades—, siendo la compañía responsable Cineverse. Y siendo evidente por qué había decidido arriesgarse.

Cineverse es el nombre actual de lo que antes conocíamos como Bloody Disgusting: originalmente una web dedicada al cine de terror que en 2011 había empezado a distribuir sus propias películas indie, estilo la saga de filmes, basados en metraje encontrado, V/H/S. En octubre de 2024, una vez había sido absorbida por Cinedigm y cambiado de nombre, la nueva Cineverse tuvo un debut por todo lo alto con Terrifier 3: propuesta de gore extremo que funcionó maravillosamente en taquilla y les dio la suficiente confianza como para adquirir a continuación El vengador tóxico. Un aparente final feliz —en España la distribución corre a cuenta de Vértigo—, que por otro lado dice mucho de las condiciones industriales que ahora mismo marcan este tipo de películas, por contraste a aquel primer Vengador tóxico de los años 80.

El legado de Troma

A nivel superficial, El vengador tóxico y Terrifier 3 se parecen. La festiva aglomeración de sangre y vísceras convoca a un sector análogo del público, mientras que el filtro granulado de su fotografía asocia la experiencia a la nostalgia ochentera. Nada nuevo en ese sentido. Pero, mientras que la saga Terrifier pertenece al pálpito creativo de un fan entusiasta (Damien Leone) que simplemente quiere seguir echando el rato con sus juguetes, El vengador tóxico tiene un bagaje más complicado. Como remake que es, ha de ofrecer alguna lectura de la película original y de todo lo que le rodeaba, al tiempo de preguntarse qué puede haber sido de la estética Troma en el presente.

Troma es el nombre de la productora independiente que hizo posible El vengador tóxico y la que, de forma exclusivamente nominal, apadrina la nueva versión. Es, como se obstinan en presumir sus fundadores Lloyd Kaufman y Michael Herz, el estudio independiente más longevo de la historia, y lleva cerca de medio siglo encadenando películas de bajísimo presupuesto a la búsqueda de un público fiel (en efecto y recordando a ese productor, “de nicho”). La naturaleza de estas películas ha ido variando pero su bautismo es inseparable de un impulso vagamente contracultural que recorrió las universidades estadounidenses durante los años 70, concretado en Desmadre a la americana.

Este impulso estaba marcado por lo antiautoritario y lo hedonista. Cuajaba bien con los miembros de las fraternidades que querían resistirse a la cercanía del mundo adulto, y en particular con sus deseos de tener relaciones sexuales. De modo que dentro de su materialización en imágenes es tan importante la anarquía y el rechazo al gusto establecido como la cosificación de las mujeres, todo mediado por una cultura pop omnipresente. El primer gran éxito de Troma —cuyo nombre idearon Kaufman y Herz buscando el sonido más desagradable posible— es El día de la madre (1980) y refleja bien todo esto. Su humor absurdo y su violencia sexual vista como algo festivo —pertenece al subgénero de rape & revenge —violación y venganza, con énfasis en la violación— maridan con una obsesión por la referencia pop que le ha convertido en un título muy analizado por la academia.

El día de la madre, por cierto, fue objeto de un remake tardío antes que El vengador tóxico. Darren Lynn Bousman, director de varias películas de Saw, fue quien lo firmó en 2011. Pero volviendo a la Troma ochentera, El vengador tóxico no hizo más que añadir a esta ecuación algo parecido al heroísmo. El secreto radicaba en que, dentro de una de estas comedias sexuales tan proclives al gore, irrumpiera una especie de superhéroe bondadoso. Que pudiera practicar una violencia brutal contra sus enemigos —ahora el gore vendría de ahí— mientras el pueblo no dejaba de admirarle, y las mujeres ligeras de ropa sucumbían a sus encantos. Toxie, el pobre hombre que había sido desfigurado por residuos radioactivos, era una continuación orgánica de ese furor universitario. La primera película de El vengador tóxico se estrenó el mismo año que La revancha de los novatos.

Así que Toxie es el reflejo del friki que se siente distinto a los demás sin dejar de opinar que la mejor forma de vindicarse pasa por la violencia y la posesión del cuerpo femenino. Una vuelta de tuerca a la masculinidad de toda la vida, que para lo que nos ocupa no es tan interesante vincular a cosas tardías tipo Ready Player One como al actual presidente de DC Studios, James Gunn. El primer trabajo de Gunn como guionista se lo dio Troma, en la parodia shakesperiana Tromeo y Julieta (1996). Kaufman ha sido su gran maestro, y parte de lo que hace especial a Gunn como creador radica en que persisten rasgos de la estética Troma en su obra.

El cine de Gunn simpatiza con los marginados. La misoginia ha disminuido con el paso de las películas, la violencia no tanto. Es decir, desde luego que apenas hay gore en las películas de Guardianes de la galaxia o Superman. Pero sí hay violencia suficiente como para sorprender dentro del timorato estándar superheroico, siendo una violencia justificada porque la ejercen “los buenos”. Algo parecido a lo que pasaba en El vengador tóxico y en las tres secuelas que le siguieron. La mayor parte de los filmes de Gunn tienen una secuencia donde se masacra a varios secuaces de los malos al ritmo de una canción. No hay sexo, no hay cosificación femenina ni bajos presupuestos. Lo que se mantiene es la violencia. Lo que nos devuelve al remake de El vengador tóxico.

La violencia como única carta

La nueva película de El vengador tóxico tiene mucho gore, en efecto. Es así, las dudas de los distribuidores eran entendibles. Vuelve a ser, maticemos, un gore unidireccional: según se transforma en el Vengador, el personaje de Dinklage cuenta con una fregona radiactiva con la que golpea sin piedad a sus enemigos y —gracias a un profuso CGI frente al que duele comparar la admirable artesanía de Terrifier—, proporciona espectaculares instantáneas de desmembramientos.

Podemos reconocer que, en este apartado, hay un genuino disfrute por parte de Blair —a quien se recurrió por su familiaridad con la Troma—, como también lo reconocemos en el aspecto del villano secundario que interpreta Elijah Wood y en la banda de metal con la que está asociado, interponiéndose asimismo en el camino de Toxie. Hay filias tan obvias como, todo hay que decirlo, remitentes a una estereotípica imagen del hombre friki. Que tampoco pasaría nada, al fin y al cabo ahí tenemos a James Gunn manteniendo bien alto el pabellón nerd, pero la cuestión es que en su cine hay una escritura inquieta, un ritmo cómico y una voluntad de evolución expresiva —materializada de forma categórica en Superman— que en El vengador tóxico está completamente ausente.

El vengador tóxico es un remake de una película de los 80 repleta de idiotez y misoginia. También del encanto ignoto que produce ver expresiones culturales asilvestradas, sin más cálculo que la intuición de que hay un espectador objetivo (siempre hombre) para esa movida, y surgidas de un contrahecho modelo productivo. Frente a su fuente primaria, el nuevo Vengador tóxico efectúa tantos cambios (y tan aburridos), como solo podría plantearlos esa industria de la nostalgia que viene a ser la ideóloga primigenia —más allá de lo que pueda haber aportado Blair— de todo este embolado. Por ejemplo ya no hay ningún romance ridículo con una mujer ciega, sino que el “corazón” lo pone una relación paternofilial, de madre ausente, entre Dinklage y Tremblay.

En esta misma línea, el conserje llamado a ser el Vengador Tóxico ya no es el tonto del pueblo que lo primero que hará una vez tenga poderes es asesinar a quienes le injuriaron, sino un héroe trágico que lucha por sacar a su familia adelante y ha sido diagnosticado con un cáncer cerebral. Por supuesto ya no hay sexo por ningún lado y todo reclama los ropajes de la dignidad, del entretenimiento legitimado. Como la comedia tampoco termina de funcionar —y el discurso ecologista es tan cosmético como lo era en los 80— lo único a lo que nos podemos aferrar en El vengador tóxico es, en fin, al gore. A ese Unrated del que presume el título definitivo.

La violencia es lo único que ha sobrevivido desde 1984. Y, nuevamente, no es tan grave. No necesitamos que vuelvan el ímpetu misógino y la falsa autenticidad de Desmadre a la americana —no cuando las élites políticas de EEUU alientan estos mismos rasgos—, aunque sí debemos destacar que esta violencia que parece haber resistido no es exactamente la misma violencia. Pues es una violencia gentrificada, vacía de contenido. No se sustenta en nada, no comunica nada, salvo el hecho de que el gore ahora pueda ser imagen de marca para una productora, llamada Legendary, que lo mismo te hace El vengador tóxico que Una película de Minecraft. Por ejemplo.