Taylor Swift lo ha sido todo a lo largo de sus dos décadas de trayectoria: ha sido la joven que canta al amor y al desamor pasando del country al pop, la villana que se enfrenta a la cultura de la cancelación para superarla como heroína, la voz que aboga por los derechos de los artistas reclamando el control de su obra, la cantautora que resiste a la pandemia homenajeando la música folk y la poeta torturada que hace de la escritura su mayor fortaleza. Taylor Swift ha sido tantas cosas a través de tantas eras que, con once discos a sus espaldas, era una sorpresa que la última figura monocultural de nuestros tiempos y la cantante más taquillera de este siglo jamás se hubiera presentado a sí misma como la chica del espectáculo, la chica que vive por y para el entretenimiento.
El duodécimo álbum de la artista, sin embargo, cambia esta narrativa para siempre. Compuesto por doce canciones que ahondan en la vida de la mujer más famosa del planeta, The Life of a Showgirl se torna su trabajo más divertido y autoconsciente hasta la fecha. “¿No estáis entretenidos?”, bromeaba Swift en 2023 cuando la revista Time la consideró la persona del año. En aquel entonces, la estadounidense acababa de sembrar una hegemonía nunca antes vista en la cultura pop. Una hegemonía que los medios de comunicación apodaron como Taylormanía y que sigue palpándose a día de hoy con cada movimiento de la artista. “Así es el mundo del espectáculo”, proclama ella en este trabajo. Si la cantante se posiciona políticamente, el voto electoral se dispara; si la cantante anuncia su compromiso de matrimonio, Instagram se paraliza; y, si la cantante presenta su nuevo disco, la cultura se arrodilla.
“A menudo no me parece tan glamuroso ser yo misma”, canta Swift en uno de los temas del álbum. Pero lo cierto es que asomarse a su mundo desde el exterior es mucho más que glamuroso. Desde que anunciara The Life of a Showgirl, las marcas han cambiado sus logos al color naranja de la era —una estética que ha escalado hasta la promoción del iPhone 17—, cada versión de vinilo se ha agotado en minutos y las salas de cine han reorganizado toda su cartelera para acoger, sin pensárselo, un estreno sorpresa que permitirá a los fans escuchar juntos el disco y ver uno de los videoclips. Ganarse esta lealtad por parte de los oyentes, dispuestos a comprar múltiples copias del álbum sin haber escuchado un solo acorde hasta el día del lanzamiento, requiere una rigurosa calidad que no tiene comparación en la industria musical.
Resulta fascinante que la vida de Swift se haya vuelto tan anormal y única que la cantante se vea obligada a identificarse con personajes históricos o ficticios porque, como humana, no puede identificarse con ninguna celebridad o persona moderna. Lo hace en la hipnótica pista de apertura, The Fate of Ophelia, en la que narra un épico romance en el que su amante la salva de la misma tragedia que vive el personaje de Ofelia en Hamlet de Shakespeare. “Durante todo ese tiempo que pasé sola en mi torre, tú solo estabas perfeccionando tus poderes”, canta en un tema que cuenta con todos los clásicos de la composición swiftiana. Es denso, conversacional, pero aun así dramático y atemporal. Con un estribillo vertiginoso al estilo de Blank Space, la artista sigue la línea de su hit country Love Story y utiliza vívidas imágenes para alternar un lenguaje coloquial con uno más prosaico y melancólico.
Además de recurrir a la tragedia shakesperiana, Swift reza a las leyendas de Hollywood cuando los fantasmas de la fama tocan a la puerta. Este miedo, no obstante, asombra vislumbrarlo desde la perspectiva de su estatus, que no ha dejado de hacerse más grande con cada obra. La compositora ya confesaba su terror a que la industria la dejara de lado en la interesantísima Holy Ground (2012), un sentimiento que se supo que estaba más presente en su cabeza de lo que parecía gracias al proyecto Taylor's Version, que sacó del baúl canciones como la misteriosa Castles Crumbling (2023) o la bellísima Nothing New (2021), escritas cuando tenía alrededor de 22 años. Ahora, la actriz estadounidense Elizabeth Taylor, que da título a la segunda pista, sigue la estela de iconos como Clara Bow o Stevie Nicks, mencionados en su anterior disco, y es confidente de sus plegarias.
“Elizabeth Taylor, ¿crees que es para siempre?”, le pregunta Swift bajo una producción oscura que acoge con brillantez el estribillo. “Solo eres tan sexy como tu último hit”, se lamenta arropada por toda la humildad de la que es posible la mayor superestrella del planeta. Esta humildad, en cambio, desaparece en otra de las canciones más agresivas del disco, Father Figure. Interpelando el clásico de 1987 de George Michael, la artista presenta a un narrador arrogante y patriarcal, la considerada figura paterna, para retratar los abusos de poder en la industria musical. “Puedo hacer tratos con el diablo porque la tengo más grande”, dice en la canción. “Este amor es puro beneficio, entra en mi oficina, secaré tus lágrimas con mi manga”, añade.
Father Figure es un ejemplo más de la exquisita destreza de Swift para narrar historias. La canción da un giro en el puente y tanto la posible traición de la figura paterna como la venganza de la persona protegida no pintan un final que evidencie un bueno o un malo. Esto es algo que Swift nunca ha hecho antes en su amplio universo lírico, porque incluso en su adictiva No Body, No Crime (2020), donde relata el asesinato de un hombre que le es infiel a su esposa, el oyente apoya al narrador para que se salga con la suya. En Father Figure, por el contrario, el protegido gana, pero tras haber sido pintado como un villano por los escándalos que le ayudó a encubrir su figura paterna. No es descabellado pensar que la canción trate del ascenso de Swift desde que era una protegida hasta que se ha transformado en la figura paterna de la industria, tomando ella la palabra en la última estrofa, justo cuando su voz hace un cambio de registro.
Otro conflicto que aguarda el disco lo esconde la sarcástica, atrevida e inteligentísima Actually Romantic, un tema que continúa la línea melódica del proyecto, guiado principalmente por la guitarra, y en la que Swift aborda los problemas con otra cantante. La vida de una chica del espectáculo pasa de forma inevitable por las rivalidades musicales, y la artista estadounidense, conocida por ser autora de todas sus canciones y usarlas como diario, siempre ha acostumbrado a responder en ellas. Lo hizo en Mean (2010), en la que se dirigió a un crítico que había sido cruel con ella; en Bad Blood (2014), himno que sembró una guerra ya solucionada con Katy Perry; y también en Look What You Made Me Do (2017) y Thank You Aimee (2024), dirigidas a Kanye West y Kim Kardashian tras su intento de cancelación mediática.
En esta ocasión, es probable que Swift se dirija a Charli XCX, quien llegó a ser su telonera en el Reputation Stadium Tour pero que más tarde le dedicaría la pista Sympathy Is a Knife (2024), donde señala que hay una cantante que la hace sentir insegura y a la que no quiere ver en el backstage del show de su novio. Mucho más juguetona, y tratando sus ansiedades y traumas pasados desde una posición de poder y confianza, Swift contesta a través de un tema que utiliza el tono romántico como burla. “Me enteré de que me llamas 'Barbie aburrida' cuando la coca te da el valor de hacerlo”, canta la estadounidense. “De hecho, es romántico, tengo que reconocerlo. Ningún hombre me ha amado jamás como lo haces tú”, agrega en el estribillo, antes de satirizar en el puente que todo el tiempo que esta artista pasa pensando en ella la está “excitando”.
La seguridad de quien se sabe la cantante más importante del mundo se refleja en Cancelled!, que goza del instrumental más sombrío de The Life of a Showgirl. “Es fácil quererte cuando eres popular. Las apariencias cuadran y todos prosperan. Pero una sola caída y estás fuera de la lista”, escribe Swift en la canción, que la hace pasárselo de maravilla con su “Whisky Sour” y las “flores con espinas y veneno”. “Menos mal que me gusta que mis amigos estén cancelados, que estén cubiertos de Gucci y de escándalos”, dice en el contagioso estribillo. Las preguntas que deja en el aire son igual de reveladoras: “¿Acaso hiciste un chiste que solo un hombre puede hacer? ¿O fuiste demasiado presumida por tu propio bien? ¿O llevaste un pequeño violín a una pelea de cuchillos?”.
Pero Taylor Swift, que ha hecho de su catálogo un canto al amor en todas sus versiones, tampoco obvia en este disco qué es lo que la mueve más allá del escenario. Esta es la vida de una chica del espectáculo, no solo su actuación, que ya vimos en su histórico The Eras Tour. Ahora toca contemplar su vida tras bambalinas, y, más allá del escenario, más allá de ser la artista con más premios Grammy al mejor álbum del año, ella vive por y para el amor. En la alegre y dulce Wish List, estilizada como Wi$h Li$t, Swift deja de lado el Oscar, la Palma de Oro, los tres perros que la gente llama “hijos” y reconoce que ella solo quiere sentir la compañía de su pareja. “Unos quieren un contrato con el Real Madrid, otros quieren unas vacaciones de primavera que sean la hostia”, dice la artista. “Y ojalá todos tengan lo que quieren”, sentencia impulsada por la evidencia de que a ella ya no le falta nada, ni siquiera el amor de su novio.
Las canciones románticas, que dedica al jugador de fútbol americano Travis Kelce, con quien ha decidido mantener una relación pública desde que comenzaran a salir tras el verano de 2023, van desde la grandilocuente Opalite, con un estribillo vibrante bajo el que explora la sanación que llega cuando se encuentra a la persona ideal tras varios intentos fallidos, hasta la delicada Honey, que juega con el significado de la palabra “cariño” durante sus tres minutos de duración. Mucho más audaz es Wood, con una de las producciones más hipnóticas y revueltas del disco, en la que Swift toca madera para tener suerte, recorriendo numerosas supersticiones que esconden interpretaciones más sexuales.
Uno de los temas más profundos de la obra es, por supuesto, Eldest Daughter, la quinta pista. La cantante siempre sitúa en esta posición la canción más vulnerable del disco, como ya hizo con All Too Well (2012), You’re on Your Own, Kid (2021) o So Long, London (2024). Eldest Daughter está construida bajo dos instrumentos: un piano con el que va en ascenso, y una guitarra que coge el relevo en la segunda mitad. Hay una referencia preciosa a White Horse, el quinto tema de su álbum Fearless (2008). “No soy una princesa, esto no es un cuento de hadas”, cantaba entonces. “No soy una zorra mala, esto no es brutal”, se abre ahora. Es la balada de The Life of a Showgirl, escrita a sus seres queridos, y supone un abrazo para quien ha crecido con la música de la estadounidense a lo largo de estas últimas décadas.
Aun así, lo cierto es que la canción que le sigue en el tracklist también podría haber funcionado en esa privilegiada posición. Con la letra más desgarradora de todo el trabajo, y trayendo de vuelta a la mejor narradora de historias, Swift cuenta el romance que nunca se dio con un amigo de la infancia que ha fallecido. Al estilo de lo que se cuenta en la sacada del baúl Forever Winter (2021), el contundente verso “Debería haberte besado de todas formas” de Ruin The Friendship resume a la perfección todo tipo de remordimientos: las cosas que se quedan sin decir, el potencial que nunca acaba siendo aprovechado, la decepción e impotencia de quien mira atrás cuando ya es demasiado tarde. Es una de las joyas del disco.
El duodécimo trabajo de Taylor Swift concluye con un dueto con Sabrina Carpenter, telonera de la artista en la gira The Eras Tour y convertida ahora en una de las figuras más importantes del pop internacional, que se siente como si una multitud estuviera mirando y creando el ritmo. Las voces de ambas empastan de una manera muy bonita y el aumento del tempo es emocionante, creando un gran cierre para un álbum que es otro acierto en su discografía. Cuando se trata de Swift, siempre hay un interesante término medio: es una estrella del pop, pero no en el sentido artificial de alguien como Dua Lipa o Ariana Grande; es cantautora, pero no se entrega únicamente a las letras como lo hace Lana Del Rey. Se encuentra justo en la mitad, y esta combinación es la que la convierte en la persona más especial de la industria. Su escritura tiene que ser extraordinaria y, al mismo tiempo, atraer al gran público, y ella siempre da en el clavo.
Hay quien ignora qué es lo que hace de Taylor Swift una genia, qué es lo que hace que, en pleno 2025, se hayan formado colas a medianoche en tiendas de Estados Unidos para hacerse con el disco. Y, entre los muchos factores, se debe a que es una compositora visionaria que es capaz de escribir los éxitos pop más gloriosos de este siglo. Es enormemente complicado capturar esa versatilidad, tener una canción tan impactante como Cardigan (2020) y poder escribir otra como Cruel Summer (2019), pero en The Life of a Showgirl vuelve a conseguirlo distanciándose de todo su repertorio pop hasta la fecha. 1989 (2014), Reputation (2017) y Midnights (2022) están basados en sintetizadores, mientras que su enfoque relajado lo distancia también de Lover (2019). Esta es, si acaso, una obra imprescindible que sigue enriqueciendo su universo narrativo y agrandando una leyenda que no tiene final: la leyenda de una reina del espectáculo a la que no solo no le pesa la corona, sino que juega con ella como le da la gana.