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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Crónica

Vetusta Morla tira de épica y folclore para cerrar su gira con un concierto apoteósico

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Después de llenar salas pequeñas, cinco días consecutivos la Riviera y una Caja Mágica con más de 38.000 personas, a Vetusta Morla solo le quedaba un reto por delante, llenar un estadio de fútbol. Como lo hacen las bandas internacionales, como lo hicieron los Rolling Stones hace unas semanas. De hecho, el escenario para lograrlo fue el mismo que eligieron Mick Jagger, Keith Richards y compañía, un Wanda Metropolitano en el que quedaban algunos espacios vacíos y que congregó a más de 35.000 personas para ver a aquella banda que revolucionó el indie en 2008 y que casi 15 años después ya son algo más que un grupo, son casi una religión para todos los fans que les siguen en cada paso.

15 años es mucho tiempo, y sobre todo es tiempo para echarse a perder, para traicionarse a uno mismo y para venderse al mercado. Vetusta Morla ha sorteado todos esos riesgos y se ha mantenido fiel. Primero a su estilo, imitado hasta la saciedad, y segundo a unos principios morales que les diferencia de tantas bandas que intentan aprovecharse de un indie más mainstream que nunca y que hasta suena en las radiofórmulas. Ese mantenerse fieles solo es posible si se ama lo que se hace, y eso se palpa en cada concierto de Vetusta Morla. Se notaba en los garitos donde los primeros seguidores lloraban con Copenhague y saltaban con Saharabbey Road. Se ha sentido más que nunca en un concierto épico, casi histórico. Pocas bandas españolas son capaces de llenar un Wanda Metropolitano, y menos aún son capaces de llenarlo también de energía y transmitir la misma ilusión que en sus inicios.

Aunque en las entradas marcaba el comienzo a las 21:30, las pantallas del escenario ya dejaban claro que eso no ocurriría. Para dar tiempo a que el Wanda se llenara lo más posible y para evitar comenzar el concierto a plena luz del día (el más largo del año según avanzaban) el concierto se retrasó hasta las 22:00. No tardaron ni un minuto más. A las diez en punto la música se apagó y comenzó un show que dio el inicio con ellos vestidos de blanco y tras unas mamparas sobre la que proyectaron unos visuales. Su Puñalada trapera fue la primera toma de contacto, y la multitud se entregó a pleno pulmón.

El comienzo del show fue dedicado a su último disco, ese Cable a tierra en el que apuestan por los sonidos folclóricos y tradicionales que trasladaron al escenario gracias a lo que han denominado 'Orquesta Cable a Tierra', entre la que se encontraban la banda palentina El Naán y la gallega Aliboria, que desplegaron sus panderetas y panderos al ritmo de ese 'sample' de Concha García Piquer que es La virgen de la humanidad, una de las canciones más celebradas de su último álbum. La presencia de esta orquesta celtíbera, como la definió Pucho, fue una decisión hermosa y emocionante que elevó el concierto. Una apuesta por los ancestros, las raíces, las abuelas y los pueblos.

Todo iba como la seda hasta que llegó El hombre del saco, uno de los hits de su segundo disco, Mapas. A mitad de canción la música dejó de sonar en lo que parecía un guiño para que el Wanda coreara la letra hasta que la gente se percató de que Pucho seguía cantando pero nadie era capaz de oírle. Ni a él ni la música de la banda. Cuando terminó la canción el sonido volvió, pero tomaron un descanso para decidir cómo retomaban. Lo hicieron a golpe de épica, con Pucho derrochando energía y recogiendo el concierto como si no hubiera pasado nada y con su canción más política, Golpe Maestro.

Ahí fue la primera vez que tomó la palabra para pedir que la gente disfrutara. “Es un placer estar juntas y juntos otra vez. Hemos estado un par de años con tiempos muy inestables muy inocuos muy introspectivos y parece ser que el panorama en el futuro no es que sea muy halagador. Esta noche queremos hacer un pensamiento global conjunto, situarnos aquí en este estadio metropolitano de Madrid y nos demos cuenta, seamos completamente conscientes de la puta suerte que tenemos todos de estar aquí hoy. Somos muy afortunadas y afortunados”, lanzó.

La música está muy sola. Necesitamos leyes que amparen a los músicos, a los técnicos. Que los estadios inviertan un poco de las entradas en una buena calidad de sonido

Tras el discurso llegó uno de los grandes momentos de la noche, ese Maldita Dulzura que se ha convertido en casi un himno para los seguidores de Vetusta Morla y que sonó mejor que nunca, dando importancia a una percusión realizada por el Naán, Aliboria y a la voz de María Alba, que realizó los coros a los que se unió el público. Un momento de éxtasis que precedió otro de los muchos guiños del concierto a la poesía y a la música folclórica española.

La presencia de esa banda que acompañó a Vetusta Morla en el escenario fue lo que convirtió su concierto del Wanda en algo más, en un grito a las tradiciones olvidadas, a las lenguas y a la música de los pueblos en momentos donde todo suena a algoritmo y melodías prefabricadas. Pucho les presentó, les sentó en una mesa y les entregó uno de los momentos más emocionantes del concierto. Cantaron “los latidos del pan” aporreando con sus manos y empalmaron con Finisterre, una de las canciones que mejor muestra esa apuesta por el folclore de su último disco. Consiguieron que sus clásicos sonaran diferentes, en ocasiones hasta mejorados. Así se pasó el ecuador y llegaron esas que nunca fallan, como Copenaghe, quizás la canción que les puso en órbita en 2008. 

Vetusta Morla dejó claro que esta noche -que de paso grababan- tenía que ser todo único. Se guardaban varios ases en la manga, como La Tarara cantada a capela y ese homenaje a Antonio Gasset, el mítico presentador de Días de Cine que apareció en las pantallas anunciando una mítica pausa y dando consejos para descubrir a los imbéciles. Un guiño también a esa cinefilia de Pucho, que le ha hecho hasta ir de ojeador el Festival de Cannes y que le lleva a cada festival de cine español.

El sprint final encadenó varias de las canciones más populares. Palmeras en la mancha, con mención al guantazo de Will Smith a Chris Rock incluida; Consejo de sabios, con versión nueva en forma de rap gracias a Wos, y las que siempre cierran, Valiente -que en esta ocasión vino con recadito para la extrema derecha cuando cambió la letra para decir “y los fascistas fuera”- y el Saharabbey Road que convierte cada concierto en una explosión de gritos y saltos. Pucho no se hizo de rogar para los bises, y salió rápido para coger el micrófono y realizar un discurso político, activista y reivindicativo.

“Mucha gente de las industrias musicales han desaparecido del mapa. Somos un sector que ya estaba bastante arrasado y que se ha quedado tiritando. Tenemos casi tres años de giras suspendidas saliendo a la vez. Hay falta de material y de técnicos. Todas las personas que no veis en el escenario, que no son músicos, se estando dejando la piel para que cada festival y concierto acontezca y nos transmita algo de musica, amor y poesía”, dijo antes de agradecer a la gente de las barras, de vestuario, a las costureras, a los escenógrafos, tramoyistas que se dejan la piel para que “todas disfrutemos”. 

Continúo denunciando la “falta de recursos en el mundo de la musica”. “Hay otras industrias que tienen leyes, mejores o peores. La música está muy sola. Necesitamos leyes que amparen a los músicos, a los técnicos. Que los estadios y los sitios para el deporte inviertan un poco de las entradas en una buena calidad de sonido, porque aparte de para el deporte se usan para la música. Hago un llamamiento, rompo una lanza y pido a que ayuden a que no desaparezcan las salas y que haya conciertos de calidad”, dijo antes de cerrar con un trío imprescindible, Si te quiebras, Cuarteles de invierno y Los días raros, la canción con la que siempre cierran desde su segundo álbum y que esta vez volvió a recurrir a la percusión y el folclore para ser un broche perfecto para un concierto único.