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Salman Rushdie, tres décadas bajo amenaza de muerte

Elena Cabrera

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Un día concreto, el 14 de febrero de 1989, determinó toda la vida futura de Salman Rushdie. Ruhollah Jomeini, el líder político y religioso de Irán, promulgó una fetua (fatwa) contra él, una condena a muerte por la que una fundación ofrecía una recompensa económica de 3,3 millones de dólares, al considerar blasfemo su libro Los versos satánicos. 33 años después ha estado, por primavera vez, expuesto directamente a la muerte y ha sido objeto de un ataque este viernes en el Estado de Nueva York. 

En aquel momento Rushdie tenía 41 años y había publicado otros tres libros, además de Los versos satánicos. Había nacido en Bombay solo dos meses antes de que la India se independizase como colonia británica y con 13 años sus padres le enviaron a estudiar al Reino Unido. De estos puentes culturales nace su narrativa, una especie de realismo mágico, que él prefiere llamar surrealismo, que entrelaza oriente y occidente.

Con su primer libro, Grimus (1975), el autor nunca estuvo muy orgulloso; de hecho, no se ha traducido al español. Pero con el segundo, Hijos de la medianoche (1980) le llegó el reconocimiento inmediato gracias al premio Booker, el galardón literario más importante que se concede en Inglaterra. Posteriormente, mereció en dos ocasiones el Booker of Bookers, es decir, fue elegido el mejor libro entre los últimos 25 últimos premiados. En esta novela, el escritor viaja en el tiempo y lo hace precisamente a los importantes eventos de independencia que sucedieron en el año de su nacimiento. Casi como el autor, el protagonista nace en el preciso instante en el que India se independiza. Tiene telepatía y un olfato extremo, poderes que le permiten averiguar que todos los niños que nacieron en ese mismo momento tienen también poderes especiales, por lo que decide reunirlos. Cada niño es diferente, como lo es la nueva nación y la historia se convierte en una alegoría de cómo el país se divide y afronta el futuro.

Las revueltas políticas en Pakistán son el telón de fondo de su siguiente novela, Vergüenza (1983), aunque en el libro recibe el nombre de Peccavistán, un país mágico asolado por la vergüenza y la desvergüenza, entre el honor y la humillación, y se sucede una trama de varias familias en las que aparecen personajes bajo circunstancias extraordinarias: uno es hijo de tres madres que se quedan embarazadas simultáneamente, otro es un dictador al que ahorcan después de muerto, otra es condenada a parir hijos cada año en progresión aritmética, otra es la bella y la bestia a la vez. Rushdie utiliza el esperpento para abordar la situación poscolonial de Oriente y las divisiones de los países.

Vergüenza es el trampolín para Los versos satánicos que se publica en 1988 y en él hace una aparición un trasunto del profeta Mahoma, fundador del Islam. Esos “versos satánicos” refiere a unos fragmentos suprimidos del Corán, los gjaraniq (“grullas”). La traducción literal al árabe del título perdió la referencia a los descartes e introdujo una incorrecta alusión al satanismo, según explica el traductor Mark Polizzotti en el libro Simpatía por el traidor. Manifiesto por la traducción (Trama, 2020). Y ese error de traducción, según Polizzotti, motivó la fetua que emitió Jomeini pocos meses antes de morir, y que no se lanzó solo contra el autor sino contra “todos aquellos que hubieran participado” en la publicación del libro.

Los versos suprimidos del Corán refieren a tres diosas paganas de la Meca, y Rushdie, una vez más, utiliza el realismo mágico para entremezclar sagas de personajes a los que les suceden acontecimientos extraordinarios revestidos de normalidad y que le sirven al autor para abordar las relaciones entre la India y el Reino Unido. Los protagonistas son actores de Bollywood que deciden expatriarse a Inglaterra. En el vuelo, el avión resulta secuestrado y estalla en mitad del Canal de la Mancha pero, antes de morir, los dos protagonistas se salvan de una manera mágica y toman la personalidad de un arcángel y un demonio; este último es detenido por inmigración irregular, y ese es solo una serie de acontecimientos que asedian la vida de ambos. A partir de ahí, ambos intentan recomponerse como pueden, incluso vuelven a la India, pero ya no son los mismos que fueron. Farishta, el protagonista transformado en arcángel, tiene ensoñaciones y en una de ellas es en la que se alude a la historia de los versos descartados del Corán. En ella, aparece Mahoma —Mahound en la novela— y anuncia que aceptará en el islamismo a las diosas paganas, aunque posteriormente se retracta y admite que obró influido por Satán.

Un mes después de su publicación, la editorial comenzó a recibir cartas y llamadas de teléfono de musulmanes que pedían la retirada del libro y, al poco, el Gobierno de la India prohibió su importación, siguiéndole Bangladesh, Sudán, Sudáfrica, Sri Lanka, Kenia, Tailandia, Tanzania, Indonesia, Singapur y Venezuela, según recoge Ian Richard Netton en su libro Text and trauma. Y poco después, la comunidad musulmana de Yorkshire realizó la quema de un ejemplar. Esa fotografía prendió la llama de muchas otras protestas fuera del Reino Unido y, de ahí, a la fetua de Jomeini, pidiendo la muerte del autor. Un año más tarde, la edición de tapa dura del libro —la editorial no se atrevió a publicarlo en bolsillo— había vendido un millón de ejemplares.

Casi 15 años después del inicio de la persecución contra Rushdie, el escritor Hanif Kureishi escribió en The Guardian que aquella fetua ha sido “uno de los eventos más significativos en la historia literaria de la posguerra” y señaló que “las palabras pueden ser dinamita” pero que “en otras partes del mundo, particularmente en el mundo musulmán, los escritores que hablan libremente pueden correr un gran peligro”.

La pena de muerte extrajudicial que pendía sobre su cabeza cambió su vida. Tuvo que ocultarse primero y vivir escoltado después. En 1991, su traductor al japonés fue asesinado, cumpliéndose la amenaza contra “aquellos que hubieran participado”. Diez días antes, su traductor al italiano fue apuñalado en el cuello, pecho y manos, aunque sobrevivió al ataque. La policía italiana no pudo probar la conexión del atentado con el libro de Rushdie, pero el traductor declaró que el atacante se identificó como iraní.

El escritor y amigo de Rushdie Ian McEwan también rememoró en The Guardian cómo eran aquellos días: “Los primeros meses fueron los peores. Las turbas eran aterradoras. Quemaron libros en la calle, gritaron pidiendo sangre frente al Parlamento y ondearon pancartas que decían: Rushdie debe morir”. “Parecía que el pegamento social del multiculturalismo se estaba derritiendo”, recordó. “Nos estábamos desmoronando, y lo hacíamos sobre una novela satírica posmoderna de múltiples capas, una que los espíritus más ruidosos del debate no tenían la intención de leer por temor a ser contaminados espiritualmente”, analizó sobre aquel momento, y también dio detalles sobre cómo era la vida del novelista amenazado: su escolta lo escondía cada día en diferentes casas de campo, hoteles y chalés adosadas. A veces sus amigos quedaban con él, pero eran momentos tensos. “A pesar de todas las expresiones de solidaridad personal, estaba esencialmente solo. Era a él a quien querían matar, no a nosotros”, dijo.

Alí Jamenei, el sucesor de Jomeini, sugirió que si Rushdie se disculpaba, sería perdonado. Y lo hizo: ″Lamento profundamente la angustia que esa publicación ha ocasionado a los seguidores sinceros del Islam. Viviendo como lo hacemos en un mundo de muchas religiones, esta experiencia ha servido para recordarnos que todos debemos ser conscientes de las sensibilidades de los demás″, escribió en un comunicado. E Irán dijo que no era suficiente.

Numerosos gobiernos condenaron la fetua, incluido el de España, pero algunas instituciones tardaron considerablemente en hacerlo: la Academia Sueca, que entrega el premio Nobel de Literatura, lo hizo 27 años después, al poco de que se publicara una nueva recompensa por asesinar a Rushdie de medio millón de euros.

Como pudo, el escritor continuó con su vida y su escritura aunque la crítica le ha reprochado que su obra posterior, pese a lo deslumbrante de sus artificios, no está a la altura del terceto que forma Hijos de la medianoche, Vergüenza y Los versos satánicos. A partir de la experiencia de los primeros meses bajo la fetua, escribió un cuento de fantasmas para niños en una ciudad triste y en ruinas que se había olvidado de su propio nombre, Harun y el mar de las historias (1990). En clave simbólica, la narración se interpreta como los peligros de contar historias y la defensa del poder de estas sobre el silencio. Prosiguió su carrera escribiendo relatos y narrativa: El último suspiro del Moro (1995), la musical El suelo bajo sus pies (1999) y Furia (2001), cambiando sus antiguos escenarios orientales por Nueva York.

Después, pasó cuatro años escribiendo Shalimar el payaso (2005), sobre el asesinato de un antiuo héroe de la Resistencia francesa a manos de un terrorista; el trasfondo es de nuevo los conflictos religiosos y políticos entre Pakistán e India. Sus últimas obras son La encantadora de Florencia (2008) y, tras un largo hiato, la novela de fantasía Dos años, ocho meses y veintiocho noches (2015), que agrupadas de otra manera son las mil y una noches de Sherezade, donde de nuevo el ambicioso autor lo quiere contar todo en una sola historia, que son muchas a la vez. En una entrevista con elDiario.es, tras publicar ese libro, el autor anunció que estaba “cansado de hablar del Islam” y “agotado de opinar sobre el extremismo islámico”, por eso se volcó en investigar hacia las tradiciones musalmanas preislámicas.

Entre una obra y otra, el escritor hizo memoria y trazó su autobiografía Joseph Anton —el alias que eligió para que la policía se dirigiera a él, una combinación de Joseph Conrad y Anton Chéjov—, donde explica cómo vivió en la clandestinidad tras la emisión de la fetua y cómo afectó a su vida. “Estoy cansado de que las religiones exijan un trato especial, no hay ninguna razón por las que se les deba dar. Tenemos que poder hablar de las cosas en serio, pero también con sátira”, dijo en una entrevista en Europa Press.

Sus dos últimos trabajos han sido La decadencia de Nerón Golden (2017), un retrato de la sociedad estadounidense desde Obama a la llegada de Trump a la presidencia, y Quijote (2019) una metaficción a partir del ingenioso hidalgo cervantino.