Nankurunaisa es, para millones de japoneses, la dicción con mejor sonoridad del mundo. Como muchos de sus términos idiomáticos, tiene un significado etéreo, poco preciso. Pero, en esencia, los residentes del archipiélago de Okinawa, de donde es originario el vocablo, convienen en que significa: “Con el tiempo, todo se ordena”. Puede que no sea la palabra más bonita del diccionario para Donald Trump, que ha reservado tal galardón a 'tarifa' –'arancel', fuera del mundo anglosajón– aunque a buen seguro la probable futura primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, que acaba de romper el techo de cristal de género en un país conservador y de tradiciones ancestrales, apostaría por un lema con este mensaje para iniciar su estilo de gobierno.
Siempre que la Dieta (el parlamento japonés) le conceda la investidura el próximo miércoles, un plácet que no está tan seguro como parece, dado que el líder de Komeito, socio político durante décadas del gubernamental Partido Liberal Democrático (PLD) de Takaichi, ha puesto en tela de juicio la renovación de la coalición. Su líder, Tetsuo Saito, rechaza la reforma de la financiación de los partidos que plantea el PLD.
Takaichi es la discípula aventajada del difunto ex premier nipón Shinzo Abe y ha llegado, contra pronóstico, a la jefatura del PLD, formación que ha regido casi sin interrupción los destinos de Japón desde la Segunda Guerra Mundial, después de derrotar a cuatro adversarios. Entre ellos, a Koizumi Shinjiro, hijo de otro ex primer ministro y el favorito inicial en la carrera por el liderazgo de su formación, con la promesa de imponer una agenda con un marcado acento nacionalista, capaz de revitalizar la economía, de restablecer la credibilidad del PLD y de sortear las tensiones entre su aliado tradicional y ahora rival arancelario, EEUU, y su archienemigo geopolítico en Asia y en el tablero de ajedrez global: China.
Japón, pues, inaugura su enésimo ensayo gubernamental para sanar al enfermo económico del planeta. Un apelativo forjado a conciencia. Porque han tenido que pasar 34 años –en 2023– para que su índice globalmente conocido, el Nikkei –ahora apellidado 225 por el número de activos de su selectivo– recuperara su techo de 1989, situado en los 38.000 puntos. Antes, los inversores habían disfrutado de un lustro de bonanza, con subidas anuales del 75%. Aunque en los 18 años posteriores, el índice japonés se dejara el 80% de su valor. La adrenalina que dejó esta montaña rusa bursátil no ha desaparecido. Desde ese año maldito en que estalló la burbuja inmobiliaria que provocó un colapso crediticio con subidas espectaculares de los tipos de interés, Japón inicio una larga travesía de no retorno por un desierto de estancamiento y deflación, con inmersiones frecuentes en los números rojos y anemias consumista e inversoras sistémicas.
Más de tres décadas perdidas después, y tras múltiples y milmillonarios programas de estímulo económico y una estrategia monetaria casi perpetua de tipos próximos a cero para espolear el gasto familiar y empresarial, Japón sigue a la deriva. Con un cierto pulso en el último bienio. Muy en especial, durante el Kishidanomics o doctrina aplicada por su primer ministro, el liberal Fumio Kishida, titular de Exteriores con el malogrado Abe y su “capitalismo a la usanza japonesa” que creó una especie de “círculo virtuoso” que generó riqueza y los primeros síntomas moderados de inflación.
El PIB llegó a crecer un 6% entre abril y junio de 2023. Con repuntes del consumo por la elevación del salario mínimo, la equiparación de retribuciones por puestos de trabajo de similares cualificaciones laborales, la incitación a la movilidad y la relajación de restricciones a la mano de obra extranjera, que hizo mella en la histórica acusación al país de practicar el sakoku o cerrojo a la libre circulación de trabajadores. Para 2025, el FMI pronostica otro ligero repunte del 0,6%.
Takaichi siempre se ha mostrado cercana a Kishida, con quien compartió tareas de gobierno en el gabinete Abe. Aunque su devoción política haya sido Margaret Thatcher. “Es mi tesoro”, dijo durante su periplo como ministra de Asuntos Interiores al ser preguntada por su lectura del libro de memorias de la dama de hierro británica. Nunca ha escondido su entusiasmo por el recetario liberal. Solo que ahora, además, lo ha engordado de un nacional-populismo próximo a Sanseito, la formación ultraderechista nipona que ha emergido en las últimas elecciones que dejaron en un limbo político a su antecesor, Shigeru Ishiba, cuya agonía de varias semanas concluyó con su dimisión el pasado 7 de septiembre.
El Kishidanomics impuso el estilo de la Administración Biden de catapultar con recursos públicos las inversiones sostenibles y los avances tecnológicos y creó el llamado jardín digital japonés que se ha cultivado desde entonces con ayudas masivas a la innovación. En Nomura aseguran que en el pasado bienio Japón “ha reordenado su economía y fortalecido su vigor”. Sin culminar una senda de prosperidad estructural y cediendo, en este periodo, el bronce dentro del pódium del PIB global a Alemania, cuyo sorpasso productivo se ha debido más al baile de divisas yen-euro que a cualquier arrebato de actividad de dos mercados sumidos en una clara crisis de identidad.
Prioridad: una agenda de reformas estructurales
La primera jefa de Gobierno nipona instaurará un intervencionismo estatal en la economía. Muy en sintonía con la política proteccionista de la Administración Trump encaminada a catapultar una profunda reconversión industrial, con intercesión constante en asuntos empresariales con el beneplácito de los jerarcas tecnológicos. Como el líder republicano, en aras de la seguridad nacional. O la China de Xi Jinping de planificaciones quinquenales. Japón se sumará a esta nueva ola con Takaichi: “Orgullo por las tradiciones y la historia”, proclama. Pero no le resultará sencillo porque tendrá que poner en liza una ambicioso y nítido calendario reformista guardando un más que complejo juego de equilibrios entre las dos superpotencias.
Tendrá la primera prueba de fuego con la visita de Trump a Tokio el 27 de octubre, camino de la cumbre de la APEC (las siglas en inglés de la Cooperación Económica Asia-Pacífico) en Corea del Sur, a quien a buen seguro le trasladará el sólido compromiso de que EEUU seguirá siendo la piedra angular de la seguridad nipona. También la necesidad de una nueva coraza arancelaria bilateral –ha sido muy crítica con el acuerdo alcanzado por Ishiba– y de explorar líneas de consenso en torno a la alianza Indo-Pacífico y en el seno de Aukus, el bloque geoestratégico y militar que componen Washington, Londres y Canberra. A este bloque se habían acercado Japón e, incluso, la India de Narendra Modi durante el mandato de Biden para debilitar a China. Ambas iniciativas diplomáticas están en revisión con Trump.
De momento, los mercados han dado la bienvenida a la Dama de Hierro nipona. El prestigioso informe Tankan, que mide la confianza empresarial, otorga su apoyo a la estrategia monetaria del Banco de Japón (BoJ). El BoJ convence con su táctica de reducir las compras de bonos para paliar los vencimientos de una deuda que alcanza el 235% del PIB a medida que abandona los tipos próximos a cero para combatir un IPC, que ha saltado por encima del 3% en verano, impulsado por el encarecimiento del arroz, que ha llegado a valer 29 euros los 5 kilos y que pasó factura al gabinete Ishiba.
El final del dinero barato –en la actualidad, sigue en el 0,5%– está a la vuelta de la esquina y el Nikkei 225, el termómetro de la estabilidad japonesa desde la década de los noventa, así lo descuenta, con una revalorización del 21,9% en lo que va de año.
Louis Chua, analista de Renta Variable de Julius Baer en Asia, no descarta que rebase los 50.000 puntos antes de que termine 2025, que inició en los 38.000. Por la esperada política de impulso al dinamismo de Takaichi, el impulso de la IA en un mercado altamente sofisticado y atractivo y las perspectivas inversoras favorables a una agenda de reformas estructurales a medio y largo plazo.
¿Thatcher o Lizz Truss? Esa es la cuestión
Analistas como Gearoid Reidy, columnista de Bloomberg, anticipan una proximidad a Lizz Truss, que dimitió tras 44 días de andadura como premier británica por el castigo inversor a unos presupuestos que pregonaban rebajas de impuestos con aumentos de los gastos sociales. Reidy recuerda la sintonía entre ambas. En 2024, criticó al BoJ por emprender el alejamiento de tipos próximos a cero y abogó por la expansión tributaria, lo que le valió el apelativo de la Truss nipona. Ahora, ha sido la ex líder conservadora de Reino Unido la que, en X, ha elogiado el triunfo de Takaichi y su “reacción contra el estancamiento del PIB, la migración excesiva y la disminución de la soberanía nacional”.
El segmentado parlamento japonés obliga al PLD a mantener un gobierno en minoría junto a su socio conservador Komeito, al que Takaichi quiere incorporar dos guiños trumpistas: la seguridad económica y la idea de que el gobierno es el responsable de la política monetaria, aunque el BoJ sea el que elige “de forma autónoma” las herramientas de gestión. En contra del criterio de su gobernador, el prestigioso Kazuo Ueda, y de la parte budista de Komeito, con clara inclinación hacia el pacifismo. Mientras los analistas le reclaman la prioridad de inculcar flexibilidad laboral para restituir con cautela una fuerza de trabajo que envejece a marchas forzadas en un amplio abanico de profesiones, más o menos cualificadas. La consigna #ChangeLDP que Takaichi utilizó en su campaña también recogía transformaciones en el ámbito laboral.
Junichi Inoue, responsable de Renta Variable en Janus Henderson, cree que la futura mandataria japonesa “podría catalizar” la economía y aportar “previsibilidad”, pero únicamente si sabe jugar las cartas geopolíticas, en paralelo, con acierto. Y siempre respaldó la diplomacia agresiva de su mentor, Abe. En Goldman Sachs le recomiendan “cooperar con la oposición” las recetas fiscales.
Mientras Nicholas Szechenyi, del Center for Strategic and International Studies (CSIS), resalta su compromiso en reforzar el gasto militar, su revisionismo histórico y su deseo de cooperación en la industria de Defensa con EEUU y Corea del Sur para disuadir a China, Corea del Norte y Rusia. Dentro del Diálogo Quad que alumbró el Aukus y mediante una revisión de las reglas que Biden confeccionó para la Alianza Indo-Pacífico. Probablemente ya sin India, destino del mayor castigo comercial de Trump.
Takaichi, entusiasta del heavy metal de Black Sabbath e Iron Maiden y cuya canción favorita es Burn, de Deep Purple, que toca a la batería, podría hacer valer su doctrina diplomática del lado de Trump y ganar mejoras arancelarias a las firmadas por su antecesor, del 15%, con un amplio elenco de contraprestaciones a modo de inversiones milmillonarias en EEUU, a imagen del pacto transatlántico de cesiones bajo amenazas concebido con la UE.