Entrevista

Juan Evaristo, filósofo: “La libertad tiene que ver con descansar a pierna suelta y no con moverse como pollos sin cabeza”

El escritor Juan Evaristo Valls Boix se ha propuesto imaginar cómo sería un mundo de perezosos. Qué pasaría si nuestro próximo acto de resistencia fuera descansar. Puede que lo primero que te venga a la mente es un mundo lleno de vagos que no quieren trabajar, pero este profesor de Filosofía de la Cultura está dispuesto a demostrar que la pereza es mucho más. En El derecho a las cosas bellas, un libro a medio camino entre el ensayo y el manifiesto en el que reivindica la vida “holgada”, desafía el sistema en el que nos vemos atrapados, y plantea si la solución está en pararnos y en las soluciones que encontramos cuando podemos pensar.

El derecho a las cosas bellas es la continuación del trabajo anterior del filósofo, Metafísica de la pereza, que ya indagó en las “formas de pensar la vida buena que no fueran capitalistas”. El también profesor de la Universidad Complutense de Madrid explica a elDiario.es que aquel trabajo, a pesar de que le dio “mucha alegría”, también podía entenderse como algo “muy individual”, así que surgió el reto de llevar este derecho al descanso desde la esfera más personal hasta la política social.

El resultado, escribe, es “una defensa de aquellos derechos que nos permiten dejar de trabajar para empezar a vivir”. Con una buena dosis de optimismo y alegría, sin que falten también apuntes históricos, el autor defiende una propuesta del descanso como resistencia, del parar como acto revolucionario que derive en un cambio a favor de las personas y su bienestar, de otra forma de vivir, pero también de hacer política, desde el activismo ciudadano hasta las medidas públicas que sustentan la vida de las personas sin la obligada mediación del mercado.

“Hoy en día tenemos muchas imágenes de la pereza, pero son privadas. Tienen que ver con un yate, una sauna… con una serie de pautas de consumo que son básicamente privilegios”, afirma Juan Evaristo, porque en ellos “la holgazanería de unos se sostiene con el trabajo de otros, y esos otros son casi siempre cuerpos migrantes, racializados y feminizados”. El autor aspira a vindicar no solo el derecho a las cosas bellas, sino también “a entender que la vida buena, en un sentido político colectivo, pasa justamente por permitir que los cuerpos paren, por valorarlos también donde no son productivos; valorar la vida en sí misma y no por sus méritos”.

Entre las voces que acompañan a Juan Evaristo están Hannah Arendt —“reconocía que ese mal horroroso pero ordinario que todos toleramos y ejercemos está vinculado a una asombrosa incapacidad de pensar”—; Paul Lafargue, autor de El derecho a la pereza en el siglo XIX, y Emma Goldman, que definió el anarquismo como un movimiento y una filosofía donde la belleza, el placer y la igualdad forman parte imprescindible de nuestra existencia.

El reino de la libertad comienza cuando dejamos de trabajar, y nuestra libertad será tan vasta como capaces seamos de acotar el reino de la necesidad

Y hay sitio además para Bad Bunny —“La vida es una fiesta que un día termina”—, o la poesía de Robin Myers —“Nada me gusta más / Que tumbarme sobre la hierba / Y recordar de dónde vengo”. También para Silvia Plath, Audre Lorde, Judith Butler o, por supuesto, Karl Marx, con el que el autor coincide en que la reducción de la jornada laboral es “la condición básica” para ser verdaderamente libres. “El reino de la libertad comienza cuando dejamos de trabajar, y nuestra libertad será tan vasta como capaces seamos de acotar el reino de la necesidad”, añade.

De su mano reivindica los cinco derechos que, según el autor, articulan la vida holgada: el derecho a la pereza, a la huelga, a la jubilación, a la ciudad y a la literatura. “Estos derechos son un modo de parar, de hacernos libres parando. Ejercerlos supone dirigir nuestros recursos a construir las condiciones materiales para vivir gustosamente”, afirma en el manifiesto. Pero también supone imaginar lo que ya hemos olvidado: “¿Dónde estamos cuando no crecemos, ni trabajamos, ni nos realizamos? ¿Qué somos, quién somos, cuando menguamos o nos deshacemos, cuando perdemos?”.

El derecho a la pereza y lo que nos vendió el capitalismo

Muchos de estos autores, explica Juan Evaristo, trataron de pensar en el capitalismo no como un sistema económico, sino también político “que produce un tipo de subjetividad que nos gobierna” y que consigue implicar plenamente a las personas “en la conducta que desea conseguir”. El autor se remonta a la primera mitad del siglo pasado y explica que entonces “la sociedad disciplinaria nos gobernaba a través del cuerpo, es decir, yo quiero que el trabajador a esta hora esté en la cadena de montaje o en la oficina hasta tal hora”.

Una vez gobernado el cuerpo, llegó el momento de lo que el filósofo denomina “gobernar el alma”. Al empresario ya no le preocupa tanto dónde está el trabajador y “lo que le importa es que esté pensando y deseando en la empresa”, dice Juan Evaristo. Ahí llegan las ofertas de flexibilidad, trabajo online, y las promesas de realización. “Como hay un continuo cuidado del vínculo afectivo con el trabajo, porque eso es lo que genera el rédito, el rendimiento, las horas extra…, la ideología neoliberal nos hace entender que nuestro lugar de realización, de felicidad y de plenitud vital es el trabajo y, por tanto, nuestra identidad y el sentido de nuestra vida están mediados por el trabajo”.

Hemos aprendido que ante las crisis y la precariedad la pasión es una solución, un escudo, aquello con lo que podemos vivir felices pese a la miseria material y la precariedad que nos rodea. Ya no nos creemos nada de eso

Sin embargo, basta una conversación con la generación atrapada en esta trampa para saber que algo muy importante no funciona. “El trabajo ya se ha mostrado como un fraude en la mediación hacia la vida buena, plena, feliz… que uno esperaba encontrar allí”, dice Juan Evaristo. “Hemos aprendido que ante las crisis y la precariedad la pasión es una solución, un escudo, aquello con lo que podemos vivir felices pese a la miseria material y la precariedad que nos rodea. Ya no nos creemos nada de eso”.

El escritor explica que hasta ahora hemos vivido “una fantasía de vida buena” y que consistía por ejemplo en vernos en un puesto laboral importante. Pero ese trabajo, afirma, “hace que nuestra vida sea una mierda, que nos mantengamos vinculados a vidas que no funcionan porque estamos hasta los 30 o 40 años en pisos compartidos, somos empleadas precarias o estamos haciendo prácticas hasta los nosecuántos”.

La pandemia y la oportunidad de pararse a pensar

Porque la vida, dice Juan Evaristo, está “al otro lado” del trabajo. “La vida inútil, holgada y bellísima, está ya muy lejos de aquí, en cualquier otra parte”. Habla de esa vida holgada de tiempo, de recursos, de cuidados, de salarios y de dignidad. Y para alcanzarla es necesario ir más allá del derecho a descansar: “Estos derechos del descanso no son suficiente. Nos procuran un descanso ‘necesario’, el cuidado mínimo que requerimos para recuperar nuestra fuerza y volver a la fábrica de la infelicidad”.

El filósofo sitúa nuestro despertar en la etapa posterior a la crisis financiera de 2008-2010 y especialmente en la pandemia, cuando detecta dos cambios. El primero es una toma de conciencia crítica. “Pasa por entender que la mayoría de los malestares que nos aquejan, que creemos que son psicológicos y que vamos a atender con terapia, con pastillas, no son una cuestión privada, sino que tiene una dimensión sistémica”, explica. Es la dimensión estructural que hace la mitad de los jóvenes emancipados de nuestro país viva con tres o más personas, el 41% comparta piso para repartir gastos y, aun así, el 48% de los menores de 30 años que están de alquiler realicen un “sobreesfuerzo” para pagarlo.

La mayoría de los malestares que nos aquejan, que creemos que son psicológicos y que vamos a atender con terapia, con pastillas, no son una cuestión privada, sino que tiene una dimensión sistémica

El segundo síntoma de cambio que detecta son los movimientos activistas que han brotado en torno a la crisis de la vivienda, la huelga de alquileres, las protestas contra la masificación turística de las ciudades o las consecuencias de la gentrificación. “Creo que abren la posibilidad de un cambio político. No sé cómo se va a dar, no sé cómo va a funcionar la pugna de este imaginario precioso, pero creo que hay una batalla que es lo que importa”, asegura el escritor. “Y creo que hay algo de este deseo de parar, entender que la libertad tiene que ver con descansar a pierna suelta y no con moverse como pollos sin cabeza”.

El derecho al descanso no necesario

El autor se declara optimista y defiende que “la revolución empieza cuando cambiamos de deseo, no cuando se satisfacen nuestras demandas. Y ese cambio de deseo está teniendo lugar”. Juan Evaristo equipara esos años de pandemia con el momento de parar, cuando algunas de las preguntas que plantea en el libro pasaron por nuestras cabezas: “¿Qué hacéis vosotras con la rabia y la resignación de no poder hacer otra cosa que producir y trabajar? ¿Cuánto scrolling y cuántos vídeos, cuánta anestesia necesitáis para dejar por un momento de pensar y desaparecer de esta vida que queríais amar y acabáis odiando? ¿Qué haréis con la tristeza que os espera cuando descubráis, un domingo por la noche, que no sabéis vivir sin trabajar, que la única forma y hábitos que vuestra vida tiene son los del trabajo?”.

Esas cuestiones llevan inevitablemente a plantear de qué tipo de descanso —y de vida— estamos hablando. El filósofo especifica que el descanso necesario sigue siendo entendido como la pausa que requiere reponerse para poder volver a arrancar la rueda de la productividad. Este, dice el autor, “es un derecho conservador, pensado para garantizar la longevidad o la durabilidad de las empresas y de la circulación capitalista”. El descanso necesario, argumenta, “no es un derecho para la gente básica, no es un derecho que garantice una vida buena o las cosas bellas”.

El descanso libre, tiene que ver con que uno se relacione con su vida y no se sienta constantemente expropiado de ella porque tiene que pagar el alquiler, trabajar, o consumir. Esa es la gracia

Y, frente a esto, habla de un descanso “libre” y que solo nos pertenece a nosotras. “El descanso libre tiene que ver con que uno se relacione con su vida y no se sienta constantemente expropiado de ella porque tiene que pagar el alquiler, trabajar, o consumir. Esa es la gracia”, afirma. También es su razón para el optimismo, porque ahí es donde dice que encuentra “una fuerza extraña y vulnerable, la fuerza para rendirse”.

Juan Evaristo habla del poder de una fuerza blanda que provoca el cambio, paradójicamente, desde la inacción. Es la protesta mediante la huelga, pero también el grito colectivo de movimientos como la ‘Gran Dimisión’ de cuatro millones de empleados en EEUU a finales de 2021, la realidad salarial detrás de la dificultad para cubrir cientos de miles de vacantes en nuestro país, el ‘Tang ping’ de los millennials chinos que renuncian a las presiones para seguir trabajando nueve horas al día, seis días a la semana; o el manifiesto Descanso Como Resistencia, de Tricia Hersey, también fundadora de The Nap Ministry.

Y en esa rendición está el descanso libre que defiende Juan Evaristo para todos: la holganza, entendida como “una relación con el tiempo sin objeto”, como ese rato de tiempo libre “que no sea ni tiempo de consumo ni descanso necesario”. Un rato para dormir más, soñar más, cocinar, cuidar o pasear, lo que él llama “tiempo sin objeto, que no está colonizado ni por el trabajo ni por el consumo”.

Una sociedad de perezosos solidarios

Juan Evaristo apuesta por la pereza por el mundo que surge cuando paramos. Asegura que los perezosos son, por definición “incompetentes”, lo que lleva a establecer relaciones que no están mediadas por la economía: “Cuando tú estableces una relación desde la incompetencia, la estableces desde el amor, desde el cuidado o desde la solidaridad, y hay un vínculo político desde la pereza”.

El escritor defiende que se trata de un planteamiento valioso porque trae “otras estructuras” que llevan a desprendernos de relaciones con el otro “porque vamos a sacar algo de él”. Así, aparecen “relaciones de camaradería” que pueden acabar teniendo consecuencias políticas. Porque estas relaciones de cuidado y de solidaridad nos llevan a pensar en las políticas que las respaldan —tanto laborales como económicas o de salud— y los lugares donde podemos hacer eso, cuidarnos.

“Un mundo de perezosos tiene que ver también con una ciudad distinta. Tiene que ver con pensar una sociedad que no esté orientada hacia el crecimiento, sino hacia permitirnos vivir en la vida”, comparte el escritor. “Tristemente, vivimos en ciudades que nos quieren para trabajar, pero nos expulsan para todo lo demás, donde es imposible vivir por los alquileres insufribles. El trabajador trabaja y luego la ciudad le expulsa, ya no le quiere si no es trabajando o consumiendo”.

La defensa de nuestro derecho a la ciudad empieza por el descanso como acto de resistencia y continúa por cuestionar si debemos cambiar políticas orientadas hacia el crecimiento por unas que “estén a disposición de la vida”. “La pregunta ‘¿cómo vivir?’, como buena pregunta filosófica, no admite respuesta alguna que se quiera definitiva, y preocuparse en contestarla es cosa ociosa e inútil”, escribe el filósofo. “Pero por eso es una pregunta bellísima y cada tentativa de respuesta es el comienzo de un mundo nuevo”.