Hacer más deporte, leer más, aprender un nuevo idioma… Con cada inicio de año regresan los propósitos: esos cambios que, aunque no siempre cumplamos al pie de la letra, nos empujan a mejorar o a probar algo nuevo. Enero parece funcionar como un punto de inflexión simbólico, un momento en el que sentimos la necesidad de revisar nuestra vida y marcar nuevas metas.
Antes de fijarlas, solemos hacer un balance: repasamos lo que logramos, lo que nos quedó pendiente y lo que nos gustaría añadir. En este análisis de nuestros últimos doce meses la tecnología juega un papel cada vez más central. Nuestras nuevas metas están ya atravesadas por métricas y aplicaciones como Duolingo, Strava o Goodreads, que convierten nuestras actividades en datos, nos ofrecen resúmenes visuales del año y, al mismo tiempo, nos animan a establecer nuevos objetivos.
Propósitos en la era del dato
La tendencia de medir y cuantificar diferentes aspectos de nuestra vida ha dejado de limitarse al ámbito laboral —donde registramos tareas, horas o llamadas— para extenderse al ocio y los hobbies. Actividades que antes escapaban del control ahora se traducen en datos: pasos diarios, vasos de agua, minutos de ejercicio... Bajo la premisa de motivar y ayudar a mejorar los hábitos, proliferan aplicaciones que convierten estas prácticas cotidianas en cifras.
Si las hemos usado con cierta frecuencia, cuando llega diciembre resumen nuestro año a través de datos y gráficas, que sirven para hacer un repaso –de lo bueno y de lo malo–, pero también un punto de partida para lo que viene. Cada número, estadística o racha nos ayuda a definir nuevas metas, al mismo tiempo que nos pueden invitar —con sutileza— a compararnos con otros. Así, los propósitos de año nuevo ya no son solo intenciones: son objetivos medibles, visibles y, a menudo, compartibles.
Para Mapi López, psicóloga sanitaria en Zaragoza, “la tecnología puede ser muy positiva si se utiliza de forma adecuada”. Puede servir como apoyo para instaurar hábitos y tenerlos más presentes, “siempre que se haga desde la flexibilidad”.
Los propósitos de año nuevo ya no son solo intenciones: son objetivos medibles, visibles y, a menudo, compartibles
Estas aplicaciones pueden motivar, estructurar nuestros hábitos y facilitar la constancia. Lo corrobora Belén, una joven canaria que usa Strava para registrar sus entrenamientos de carrera y Weward para grabar sus pasos diarios. Reconoce que, después de años usándolas, le ayudan a tener constancia de estas actividades y a retarse a sí misma. Marcos, de 26 años, “vive” por los resúmenes que le ofrecen aplicaciones como Letterbox (para anotar películas), Goodreads (para el mundo de la lectura) o Last FM (app que integra con su cuenta de Spotify para sacar estadísticas): “Para mí usarlas es muy positivo, me motiva a seguir escuchando música, viendo películas y series…”.
Ambos reconocen que parte de sus propósitos para este 2026 parten de las estadísticas y datos que han obtenido de estas plataformas. “Se cumple especialmente en los pasos, este año me gustaría tener más pasos de media que en 2025”, comenta Belén. Por su parte, Marcos asegura: “Siempre me pongo propósitos, y aunque no siempre se basan en lo pasado, sí que me gustaría mantener el hábito lector de este año”.
Del disfrute al rendimiento
“Contamos largos en la piscina, kilómetros andados, calorías, likes, views, shares, audiencias… Lo contamos todo, y lo contamos para poder comparar: con nosotras mismas, con las demás”. Laura Camps, publicista y autora de No nos da la vida: cómo el trabajo devora nuestro tiempo y qué podemos hacer para recuperarlo (Bruguera Contemporánea), tiene claro que detrás de los resúmenes, recaps o balances que nos ofrecen las aplicaciones hay algo que nos perjudica.
El problema surge cuando esos objetivos no están bien situados o no se ajustan a la realidad de cada persona
Tener objetivos puede ser algo muy positivo, según explica la psicóloga Mapi López, “porque nos da sentido y una dirección hacia la que avanzar”. El problema surge cuando esos objetivos no están bien situados o no se ajustan a la realidad de cada persona. En esos casos, en lugar de ayudarnos, pueden acabar siendo contraproducentes. “Si estoy atravesando una etapa complicada, me encuentro mal físicamente o estoy agotada por el estrés laboral, que una aplicación me recuerde al final del día o de la semana todo lo que no he cumplido puede convertirse en una obligación más”, explica. Estas herramientas cuantifican al final del día cómo de “bien o mal lo hemos hecho”, sin tener en cuenta otras circunstancias que pueden influirnos, lo que puede facilitar llegar a conclusiones como “no estoy llegando a nada” o “haga lo que haga, nunca es suficiente”. Reforzando una mirada muy exigente y poco amable hacia uno mismo.
Alonso, un joven que acaba de iniciar su carrera como entrenador personal, utiliza Strava para registrar sus carreras y entrenamientos. Cuenta que la aplicación le ayuda a “mejorar sus objetivos”, ya sea comparándose con sus propios resultados pasados o con los de otros usuarios. Sin embargo, y aunque subraya que considera positivo el uso de esta herramienta, reconoce que, en medio de ese ejercicio de comparación, se ha sorprendido pensando que quizá debería haber hecho más.
Cuando actividades que antes estaban vinculadas al placer, la curiosidad o el descanso se convierten en métricas, se produce un cambio de sentido: podemos dejar de hacerlas por lo que nos aportan internamente y hacerlas para cumplir un indicador externo. Así lo explica Joanna Cortés Saura, psicóloga general sanitaria y fundadora de Phoenix, que advierte de cómo la experiencia puede desplazarse “del disfrute al rendimiento”. Por ejemplo, “aprender un idioma puede dejar de ser comunicación y pasa a ser rachas, puntos o niveles”.
Cuando aplicamos esta lógica de exigencia a nuestros hobbies, lo que eran actividades para disfrutar o desconectar se pueden convertir en una obligación más, perdiendo el sentido original por el que los estábamos realizando. Lo que empieza siendo una forma de autocuidado y disfrute acaba sintiéndose como otra obligación. Y cuando no se cumple con estas “obligaciones”, “aparece la culpa, como si estar bien tuviera que ser medido y controlado”, expone Esther Blázquez Álvarez, psicóloga en Epsiba Psicología. Y advierte que “apegarse demasiado” a cumplir lo que marca una de estas aplicaciones puede volverse una fuente de presión, generando “ansiedad, frustración y una sensación de no ser suficiente”.
El ocio tiene que ser útil, visible y cuantificable
Cada vez es más común que midamos todo lo que hacemos: cuántos libros leemos, cuántos pasos damos, cuánto tiempo meditamos…. Y eso, para Blázquez Álvarez, en parte responde a la cultura de la productividad en la que vivimos. “Necesitamos sentir que lo que hacemos sirve para algo, para llevar una vida apta, y buscamos esa validación fuera, en algo que nos diga: ‘Vas por buen camino’. Por eso, tantas personas se sienten mejor cuando una aplicación les dice que han cumplido el objetivo del día”.
Necesitamos sentir que lo que hacemos sirve para algo, para llevar una vida apta, y buscamos esa validación fuera (...) Por eso tantas personas se sienten mejor cuando una aplicación les dice que han cumplido el objetivo del día
“El valor personal está muy ligado a lo que hacemos, producimos o demostramos”, según Cortés Saura. En esta “colonización del tiempo personal por la lógica del rendimiento, incluso el ocio tiene que ser útil, visible y cuantificable”. Esto refuerza la idea de que siempre deberíamos estar haciendo algo útil, incluso cuando el cuerpo o la mente necesitan parar. Al mismo tiempo, el descanso puede percibirse como algo a “merecer”.
Mapi López advierte de que descansar “sin haber cumplido objetivos” puede “generar culpa”, “como si estuviéramos perdiendo el tiempo o fallándonos a nosotros mismos”. En esta misma línea, Camps menciona la “cultura del ajetreo” de Helen Hester: consiste en creer que cuánto más ocupados y atareados estemos, más éxito tendremos, “porque los ricos están muy ocupados siempre y tienen éxito”. Esto, según la autora, es una falacia para la clase trabajadora, para la que este ajetreo indica “precariedad” y es “sinónimo de pobreza del tiempo”.
A pesar de que el objetivo con el que nacen muchas aplicaciones destinadas a medir hobbies es acompañar a los usuarios en el proceso y facilitar el seguimiento de una actividad, pueden reforzar la idea de que es necesario mejorar de forma constante, superando retos, niveles o manteniendo rachas. Aquí entra el “miedo a bajar los resultados, porque se interpreta como un retroceso”, según apunta Blázquez Álvarez. “No se trata solo de cumplir metas, sino de hacerlo de forma impecable, y de compararse constantemente con los demás, incluso sin querer”.
Sergio, con casi 700 días de racha en Duolingo, empezó a usar esta aplicación para seguir practicando francés cuando dejó de ir a clases por falta de tiempo. A pesar de que reconoce que no está aprendiendo casi nada nuevo y solo le sirve para repasar contenidos básicos –porque la dificultad de los ejercicios no es muy alta–, siente cierta angustia al pensar en perder esta racha.
Repensar los propósitos
Las expertas coinciden en que para construir la vida que queremos es necesario el esfuerzo, el compromiso y la constancia. En este camino, las aplicaciones y métricas pueden ser útiles: nos ayudan a orientarnos, a tomar conciencia del trabajo que estamos realizando y a establecer nuevas metas para 2026. El problema llega, para Blázquez Álvarez, cuando se nos olvida disfrutar “de esa vida que estamos intentando crear”. “El bienestar, la felicidad, no está solo en alcanzar metas, sino en aprender a estar bien en el camino y disfrutar del proceso”.
Las aplicaciones y métricas pueden ser útiles ya que nos ayudan a orientarnos, a tomar conciencia del trabajo que estamos realizando y a establecer nuevas metas para 2026
Es por la presión que suponen los propósitos y la sensación de fracaso al no cumplirlos por lo que Hugo, un joven madrileño, es “antipropósitos”. Le agobia pensar en que tiene que cumplir una meta “sí o sí”, sin importar el momento de su vida en el que esté. Sin embargo, tener objetivos –en cualquier momento del año, no solo en enero– “siempre está bien” para López, ya que “todas las personas tenemos lugares a los que nos gustaría llegar o aspectos que queremos mejorar”.
Para la psicóloga es muy fácil decir “quiero ahorrar más”, “quiero dejar de fumar” o “quiero hacer más deporte” y que no se cumpla, porque “son objetivos generales que no hablan de ti ni de tus circunstancias”. La clave, para ella, está en “pensar de qué forma realista podemos hacerlo y cuáles son los pasos: en lugar de decir ”voy a hacer deporte“, plantear ”voy a hacer dos días de deporte a la semana“ y preguntarnos cómo hacerlo. Siempre teniendo en cuenta que no todo el mundo disfruta del mismo tipo de actividad: ”Quizá obligarme a ir al gimnasio me aburre y me desmotiva, pero descubro un deporte en equipo que disfruto y eso hace que pueda mantenerlo en el tiempo“.
Además, las expertas recuerdan la importancia de no perder de vista las circunstancias personales de cada persona en cada momento. Es fácil que una aplicación nos haga sentir “insuficientes” por no haber cumplido los objetivos de la semana, pero conviene recordar que se trata solo de estadísticas: no tienen en cuenta si estamos atravesando una etapa más complicada que nos deja menos tiempo o energía para nuestros hobbies.
Por su parte, Camps reivindica “más tiempo” y, aunque advierte de que disponer de él no basta por sí solo para romper con la lógica productivista, subraya la importancia de reflexionar sobre cómo queremos sostener nuestros hobbies. Recuperarlos, dice, como espacios para “alimentar el alma”, al margen de métricas, objetivos y de la cultura marcada por la exhibición y la competición.