De la dificultad para quedar con amigos a la obsesión por nuestras caras: las tendencias que dominaron la conversación en 2025
Si la palabra del 2025 ha sido ‘arancel’, según la RAE, junto a finalistas como apagón, papa o macroincendio, el resultado que sale de una breve encuesta improvisada a diferentes personas sobre qué palabra define su año dista mucho, con resultados como “ansiedad”, “amigas”, “trabajo”, “mudanza”, “burocracia”, “oposición” o “supervivencia”.
Aunque, como defiende Juanlu Sánchez, todo es política, la conversación no siempre gira en torno a partidos y resultados electorales, la mayoría de las veces hablamos de lo que afecta directamente a nuestra vida. Desde la forma en la que trabajamos, a cómo nos relacionamos, educamos a nuestros hijos, consumimos o gestionamos el estrés... Muchos de estos temas han marcado la conversación este año. Recordamos los once abordados en ERA que mejor reflejan las preguntas que nos hemos hecho como sociedad.
Sobrepasadas por el trabajo
Este iba a ser el año de la jornada laboral de 37,5 horas semanales, pero mientras esas dos horas y media de descanso se atragantaron a ciertos sectores políticos y empresariales, pensadores y expertos insisten en repensar cómo trabajamos. “La historia moderna del trabajo está totalmente separada de la realidad y constituye un fracaso de la imaginación que nos ha empujado a una rutina diaria agotadora, estamos hartos”, analiza la periodista estadounidense Brigid Schulte, autora de Over Work, libro con el que quería demostrar que no es necesario elegir entre tener éxito laboral y tener vida. ¿Y si nuestro próximo acto de resistencia fuera descansar? El filósofo Juan Evaristo propone en El derecho a las cosas bellas parar como acto revolucionario, una apuesta por el descanso de las personas y su bienestar.
¿Qué tiempo libre?
Con las redes sociales saturadas con propuestas de planes espectaculares, a cada cual más original, el ocio se ha convertido en una forma más de rendimiento social, en una lista de experiencias que tachar, generando presión y frustración en lugar de tranquilidad y disfrute real. “¿Cómo no vas a aprovechar cada minuto?”. Esta manera de consumir el tiempo libre, que te hace sentir mal por quedarte en casa, es la causante del FOMO (Fear Of Missing Out) o miedo a estar perdiéndose algo. Incluso cuando por fin llegan las vacaciones, la urgencia por “descansar bien” puede convertirse en una fuente de ansiedad: planificamos, comparamos y anticipamos tanto la desconexión que no logramos deshacernos del estrés cotidiano. Especialmente en verano, pero también en Navidad o en otras festividades, la comparación y la autoexigencia derivada de las redes nos deja más preocupados por hacer algo memorable que por descansar o disfrutar honestamente.
Agendar la amistad
Como consecuencia de todo lo anterior, el espacio reservado para los amigos ha sido uno de los temas que más han dado que hablar este 2025. Escribimos la amistad con mayúsculas, pero el peso simbólico que le damos a esta red no siempre tiene cabida en unas agendas tan apretadas: cada vez más adultos perciben que sus amigos han pasado de ser parte de la vida cotidiana a un compromiso calendarizado. Incluso las personas con una vida social muy activa pueden sentirse solas si no disfrutan del tiempo de calidad o la intimidad que necesitan. Entre otras cosas, esto también se debe a esa hiperconectividad que nos permite estar en contacto constante: “Si te lo puedo contar por audio, ya no hace falta que quedemos”.
IA íntima
Si en los últimos años la inteligencia artificial empezaba a mostrar sus capacidades técnicas, en 2025 se ha convertido en una presencia cotidiana. Como ayudante de trabajo que organiza calendarios o redacta emails, como guía en viajes, pero también como asesor sanitario que interpreta síntomas o incluso como compañía capaz de establecer una relación de amistad o amorosa, todo un sueño cumplido de la ciencia ficción. Esta cercanía ha abierto debates sobre soledad, delegación de responsabilidades e intimidad, ¿dónde está el límite?
Repensar la pareja
Las relaciones de parejas de carne y hueso también han dado de qué hablar este año. Las nuevas generaciones se acercan al amor y a las relaciones desde otra perspectiva y, especialmente para las mujeres, tener pareja ya no es un fin en sí mismo, ni hay que conformarse o aceptar patrones antes normalizados. La conversación sobre el mankeeping, la presión por cumplir roles tradicionales de cuidado emocional, el heteropesimismo y la fatiga que genera sostener relaciones desequilibradas han impulsado un replanteamiento de prioridades que lleva a muchas a preferir parejas más jóvenes, a practicar el celibato voluntario o, directamente, a replantearse la idea de tener pareja. De hecho, uno de los artículos más virales al respecto, Is Having a Boyfriend Embarrassing Now? (¿Es vergonzoso tener novio hoy en día?), de la edición británica de Vogue, defiende que “estar obsesionada con tener novio te hace parecer, culturalmente, un poco perdedora”. Aunque, paradójicamente, también hemos hablado mucho de lo contrario: bodas.
No quiero
Las bodas siguen siendo el evento favorito de Instagram y el más rentable para los influencers, pero el boom de estas celebraciones, que se han convertido en maratones sociales de varios días con costes y exigencias altísimas, tanto para los invitados como para los propios novios, nos ha llevado a reflexionar si se están yendo de las manos. ¿El resultado? Por favor, no me invites a tu boda.
Vivienda imposible
La reina de las preocupaciones, la vivienda, por supuesto, tampoco ha faltado en la conversación y seguro que seguirá dando de qué hablar en 2026, porque el lugar en el que vivimos influye mucho en nuestro bienestar: desde lo más emocional hasta lo puramente funcional, sin olvidar el aspecto económico. Poder colgar un cuadro o personalizar tu hogar no es un capricho estético, sino una reafirmación de identidad y bienestar psicológico, a menudo frustrado por relaciones de alquiler restrictivas. La gran demanda de vivienda y los precios desorbitados también han enfrentado la necesidad de confort con la realidad de los minipisos, y nos ha obligado a repensar cómo vivimos y organizamos espacios cada vez más pequeños, pensados para obtener la máxima rentabilidad con la mínima sensibilidad.
El lenguaje de las emociones
Hace tiempo que hablar de salud mental dejó de ser tabú, pero este año hemos visto cómo el discurso terapéutico se ha colado en las conversaciones cotidianas. “Estar disociada”, “el duelo de romper con una amistad”, “gestionar emociones” o “trabajar un trauma”, son expresiones que encontramos fácilmente en redes sociales y conversaciones informales y que visibilizan experiencias antes silenciadas. Pero cuando el dolor y el trauma se venden como categorías omnipresentes, también existe el riesgo de trivializar experiencias complejas y convertir el sufrimiento en un producto cultural.
Genocidio en directo
Nunca pensamos presenciar un genocidio así: a través del móvil, en tiempo real y con imágenes de violencia extrema en Gaza conviviendo con la cotidianidad digital de los memes y fotos de vacaciones. Muchos usuarios han lidiado con la culpa del superviviente y una tensión constante entre querer seguir adelante con el día a día y sentir que la rutina es una forma de traicionar a quienes sufren. A su vez, el auge de banderas palestinas en los perfiles, se mezcla con las peticiones de firmas, los hashtags y las publicaciones de apoyo generando una forma de ‘activismo de Instagram’ que, aunque bienintencionado, plantea preguntas sobre la eficacia de estos gestos frente a un genocidio real. También ha habido cabida para el compromiso, bandera en mano, más allá de las redes, a través de la protesta o la huelga de consumo.
Odio mi móvil
Esa relación de amor-odio que mantenemos con nuestro teléfono permanece intacta. A pesar del deseo de desconexión y de estar más presentes, las notificaciones y el scroll infinito no lo ponen fácil y la ansiedad por no perdernos nada nos hace más dependientes. Frente a ese pulso entre querer dejarlo y no poder, empiezan a surgir estrategias para usar menos el móvil de forma consciente, pero el problema va más allá de una simple costumbre: es una dependencia cultural y emocional que nos enfrenta a nuestra propia necesidad de atención, pertenencia y evasión.
La cara de la era selfie
El skin care ha dejado de ser una simple rutina cosmética para convertirse en una auténtica filosofía de vida que, en muchos casos, desemboca sin pudor en la jeringuilla como un paso lógico. En la era del autocuidado, la misma que ha sustituido noches de fiesta por rutinas de sérums, velas y descanso, la piel ya no solo se cuida: se optimiza. El rostro se ha convertido en una moneda de cambio social y tener una face card, una cara que no necesita filtros, se percibe como un capital simbólico que abre puertas, suma prestigio y funciona como el cumplido definitivo en redes.
El reinado del autocuidado y del culto al cuerpo convive con viejas tensiones que creíamos superadas: ¿dónde ha quedado lo de celebrar la diversidad de cuerpos? En tiempos de Ozempic, el cuerpo normativo reaparece disfrazado de salud o disciplina personal de la mano de pseudogurús e influencers. Hablamos más que nunca de querernos, pero seguimos midiéndonos, comparándonos y valorándonos, sobre todo, por nuestro físico.
0