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Pedaleando por el Alto Tajo: caminos de roca y agua

Los cortados del Tajo

Valeria H. Mardones y Bernard Datcharry

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Poco después de su nacimiento en los Montes Universales, el Tajo, el río con mayor longitud de la península Ibérica, atraviesa uno de los parajes más quebrados de Guadalajara y de la España central. Son casi 100 kilómetros de aguas bravas fluyendo sin parar entre increíbles cortados calizos. Fiel a su nombre, el río aprovecha la más mínima debilidad de la roca para encajarse, como si de un afilado cuchillo se tratase. A su paso desgarra sin contemplaciones las calizas, creando una sucesión de cañones y hoces, escenarios verticales de abismos y estrechuras. Un marco incomparable para rodar en bicicleta.

Todo este tramo alto del río Tajo tiene la distinción de parque natural. Es el tercero más grande de España, 105.721 hectáreas de naturaleza salvaje e indómita, pero también inhóspita, no vano su densidad de población es una de las más bajas de Europa, inferior a tres habitantes por kilómetro cuadrado. En la mayoría de los escasos pueblos no se ve mucha gente, viven al ritmo que marcan las vacaciones y el veraneo. Molina de Aragón es la capital económica de la comarca y el punto de partida y llegada de nuestra ruta. A lo largo de dos o tres jornadas, la ruta recorre los más emblemáticos caprichos orográficos de este enclave, como las rojizas hoces del río Gallo, el salto de Poveda, la laguna de Taravilla y también el tramo más espectacular del propio cañón del Tajo, entre el puente de San Pedro y el del Martinete. El circuito se cierra siguiendo las llamadas rutas de los miradores que discurren por las altas y silenciosas parameras y muelas, patria de viejas sabinas. El borde de estos altiplanos depara sobrecogedoras panorámicas a vista de pájaro del río que llegan a enmudecernos.

Esta es la ruta:

Primero la hoz del río Gallo

Para ir al encuentro del Tajo, salimos de Molina de Aragón, que no está en Aragón sino en Guadalajara. Su nombre original fue Molina de los Caballeros y el actual procede de cuando perteneció al reino de Aragón. Como capital del Señorío del mismo nombre, luce el castillo más imponente de esta tierra de frontera entre Castilla y Aragón. Desde el vasto recinto amurallado, se abarca toda la villa con sus palacetes renacentistas y barrocos, sus siete iglesias, su judería y su puente románico sobre el río Gallo, donde tomar la foto típica.

Este mismo río nos sirve de guía para comenzar la travesía. Afluente del Tajo, el Gallo ha labrado su propio desfiladero, pequeño pero vistoso por sus tonalidades rojizas. La erosión de los conglomerados y areniscas rojas ha dado como resultado una sucesión de torreones, monolitos y pináculos, todos caprichos geológicos. El Santuario de la Virgen de la Hoz, de estilo románico en su origen, está adosado a la base de una de estas torretas naturales. Se entra al recinto por la portada sur, con un arco de medio punto, el altar está presidido por la talla románica de la virgen. Nada más pasar el santuario, en la parte trasera arranca a la derecha una senda con escalones que asciende a tres miradores. Hay que subir a pie unos 100 m de desnivel. Merece la pena alcanzar el mirador de la Cueva, situado en lo más alto del barranco. Una placa nos muestra huellas de raíces y galerías de gusanos de hace 245 millones de años. Estamos siguiendo la Geo Ruta nº5 equipada con paneles interpretativos en los principales puntos de interés geológico. El Alto Tajo no solo es un parque natural, sino también uno de los 10 geoparques declarados por la Unesco en España. Así se dan a conocer minerales, fósiles marinos, edificios tobáceos, pliegues, lagunas kársticas, antiguas playas y todos los procesos que han permitido su formación.

Continuando por la carreterita y nada más empezar la subida a Cuevas Labradas, la ruta se desvía por una pista que baja a las márgenes del río Gallo cruzándolo por un puente. Poco más adelante en un talud del camino, una placa describe un pequeño pliegue en las calizas. Se produjo durante la orogenia Alpina, un importante episodio de formación de montañas en Europa, cuando grandes esfuerzos tectónicos fueron capaces de levantar los Alpes y deformar las rocas con intensidad.

Tras 5,4 kilómetros, alcanzamos la carretera CM-2015. La bajada continúa por asfalto y termina justo en el puente de San Pedro, donde el Gallo se une al Tajo. Desde el mismo puente ya se percibe todo el esplendor del río Tajo con sus aguas transparentes y de tonalidades esmeralda. Buen sitio para echar el rato y, si se tercia, un chapuzón en la llamada playa natural del Tajo. Aunque en verano, todo el río es tentador para el baño.

Por el río que nos lleva

Unos 900 metros más adelante, dejamos el asfalto para tomar la pista forestal que remonta el río Tajo, el gran protagonista de este largo tramo. El desvío está señalizado con indicadores de color granate del Camino Natural del Tajo. Serán 42 kilómetros de travesía sin tocar una población, con escasa o nula cobertura telefónica y de datos. Hay varias áreas recreativas y refugios de pescadores donde se puede pernoctar una noche si la travesía se realiza a pie o en bici. También está permitido el uso de hornillos para cocinar, eso sí dentro de los refugios. Si se pretende dormir en ruta es necesario llevar esterilla y un saco, las noches son siempre frías incluso en agosto. Las fuentes no faltan, pero el agua sí. Las escasas lluvias de estos últimos años no llegan a recargar los acuíferos que alberga el roquedo y en las fuentes no mana agua o se reduce a un hilillo. Hay que contar con esto y por tanto es imprescindible cargarse con agua y algo de comida. 

La primera impresión es la de vivir una aventura, pero asequible. Entre esbeltos pinos, el camino poco a poco se adentra en el barranco y deja en los altos los caseríos de Zaorejas y mucho más adelante los de Peñalén y Poveda de la Sierra. La espesura impide ver con nitidez el río. No pasa nada, se le oye con claridad, como si prestara un hilo musical al paseo, y la mezcla de olor a pino y boj húmedo lo delata.

Delante del primer mirador natural sobre el río, las emociones se disparan y surge el primer flechazo. La postal es definitiva: un caudal verde turquesa desciende de rápido en rápido, de remanso en remanso, sombreados por sauces, mimbreras y alisos a través de una garganta cuajada de pinos. Solo en lo más alto se asoman las paredes de matices anaranjados. Estos acantilados calcáreos ofrecen refugio a multitud de aves, entre las que se reconocen las escandalosas grajillas y los señores buitres leonados. Naturaleza en estado puro.

La pista no es llana. Las cuestas, en ocasiones pedregosas por el tránsito de los vehículos, obligan a apartar la vista del hipnótico entorno y a apretar un poco más subiendo piñones. Son muchas las duras subidas y muchas las siempre cortas bajadas. Los metros de desnivel van desgastando las piernas poco a poco.

La naturaleza nos rodea, nos desborda y, en medio de tanto verdor, de vez en cuando aparece la mano del hombre en forma de antiguos pasos que permitieron la comunicación entre los pueblos. Tras una de esas subidas aparece el puente de Peñalén en el paso que comunicaba la población homónima con Baños de Tajo. Puente rústico que ahora utilizan solo los pescadores y senderistas para enganchar el carril que remonta el río Cabrillas, afluente del Tajo.

En el cruce con la CM-210 hay una caseta de información que abre los viernes, sábados y domingos del verano. Poveda de la Sierra está solo a tres kilómetros y 200 metros de desnivel, cuenta con una tienda, restaurantes, varios hostales y un albergue. La pista continúa poco más adelante, al otro lado del asfalto. Tras el área recreativa Fuente del Berro, alcanzamos el Salto de Poveda, muy visitado en verano y otoño. La cascada no es natural, sino originada por la rotura de una vieja presa hidroeléctrica. El objetivo era dotar de energía eléctrica a toda la zona aprovechando el flujo de agua, pero la obra nunca se terminó. De ella quedan las paredes que cerraban el embalse y que ahora hacen de mirador sobre la cascada. Las casas de los obreros que trabajaron en la presa han sido transformadas en casa rural, con alojamiento y restaurante. Delante de estas casas, conocidas como Casas del Salto, las señales indican un sendero que baja al río, hay que echar pie a tierra, en BTT y con poco equipaje puede resultar divertido. Abajo una pasarela colgante salva un antiguo vado del río. Se sube por rodadas a la pista de la margen derecha. La paradisíaca laguna de Taravilla queda más arriba, detrás de la barrera de toba que represa un arroyo, aunque la mayor parte de su agua proviene de un cercano manantial kárstico. Verde jade, verde botella, azul esmeralda… Son tan diversos sus colores e irisaciones, según la altura del sol, el nubarrón pasajero o el reflejo de los árboles, que no extraña nada que circule la leyenda de un tesoro escondido en su fondo.

La pista vuelve a adentrarse en la garganta. Chopos, sauces, abedules y boj componen la vegetación de ribera. La subidas y bajadas se suceden casi sin tregua durante siete kilómetros. Junto al puente del Martinete, los farallones rocosos se tiñen al atardecer de un un intenso color rojo. Es el momento de mayor actividad para los buitres leonados, aprovechando las últimas corrientes térmicas del día para sobrevolar la hoz antes de recogerse en sus nidos. El puente marca el límite provincial, a un lado Cuenca y al otro Guadalajara. Hasta principios del siglo pasado, desde este mismo puente los gancheros echaban al río los troncos de los pinos cortados en los alrededores. Aprovechaban las lluvias primaverales, que aquí se llaman marzadas, para conducir las maderadas hasta Aranjuez. “marzo y sus marzadas se llevan las maderadas”. La novela “El río que nos lleva”, de José Luis Sampedro, describe la arriesgada vida de los gancheros que dirigían los troncos.

A Peralejos de las Truchas se llega por carretera. Se trata del primer pueblo que se acerca al río desde que éste nace, 50 kilómetros aguas arriba. Hasta hace unos años, Peralejos era conocido por sus truchas, hoy está decididamente volcado en el turismo. Su población se multiplica en verano, hay hostales y hoteles fondas, varias casas rurales, tiendas y un camping.

Regreso por las parameras

El recorrido abandona definitivamente el Tajo, para volver a Molina por los altos páramos. Toca subir. Primero por carretera y luego por una pista forestal que alcanza la altiplanicie de la Muela de Utiel. Los bordes de la muela (nombre local de los páramos) ofrecen magníficas vistas y se han acondicionado dos miradores señalizados, el primero, el del Pie Molino (seis kilómetros ida y vuelta y 100 metros de desnivel), y el segundo, El Machorrillo (5,8 kilómetros ida y vuelta salvando 50 m de desnivel). Este último es el más espectacular por sus vistas sobre la laguna de Taravilla. Eso sí, su acceso requiere más esfuerzo por el cuestón final y su piso irregular, pero vale la pena. La llamada ruta de los miradores atraviesa la paramera solitaria. El paisaje es pobre. Pero con suerte se pueden avistar ciervos y gamos, y apreciar la diversidad de las aves forestales. 

La bajada al río Cabrillas no se hace esperar. Un par de revueltas y dejamos a la derecha el camino que lleva a la fuente Valdedomingo (señal). Más adelante confluimos en la pista que sube al collado Somero y baja a la laguna de Taravilla. A pocos metros, se divisan unas llamativas cárcavas blanquecinas originadas por la extracción a cielo abierto de caolín, la llamada sangre blanca del parque. Se trata de una arcilla totalmente blanca que servía en la fabricación de la porcelana.

Una vez en la carretera hay que volver a subir. El pueblo de Taravilla está situado en lo alto de otra paramera, a 1.325 metros de altura. Pasado el bar restaurante, comienza la siguiente ruta de los miradores que atraviesa otra inhóspita muela. Volvemos a rodar entre pinares y añosas sabinas. La soledad es absoluta y el silencio, solo roto por las copas de los pinos que susurran al compás del viento. La ilusión de estar lejos de todo es omnipresente; y es ahí donde reside el atractivo de estas parameras.

Tres ramales alternativos permiten acercarse al borde del cañón. El mirador Cueva del Febrero (7,3 kilómetros ida y vuelta y 50 metros de desnivel) se asoma al río Cabrillas. El del Pie y Medio (7,8 kilómetros y 100 metros de desnivel) ofrece una panorámica del paraje de la Fuente de la Teja, junto al río Tajo y la enorme losa caliza llamada Peña Horadada. Desde el del Puntal del Pancho (5,6 km y 100 m de desnivel) se contempla el peñón calizo ubicado en el fondo del valle del Tajo, el llamado Castillo de Garabatea. Hay que considerar que todos los ramales bajan primero y que luego habrá que subirlos. El mirador del Pie y Medio es el más espectacular, pero el que más baja.

Al bajar a Lebrancón, la pista se vuelve pedregosa e incómoda. En el mismo pueblo conectamos con el asfalto. Tan solo quedan 25 kilómetros remontando el río Gallo para regresar al punto de partida.

Consejos

  • Ruta semicircular: 148 kilómetros. Se puede dividir en 2 o 3 etapas, según si se lleva una ‘e-bike’, la forma física o las paradas (hay montones de atractivos).
  • Tipo de bici: la mayor parte del trazado se compone de caminos y pistas en buen estado, por lo que una gravel o una BTT convencional son válidos tanto en 'bikepacking' como con alforjas.
  • Avituallamiento: cruzamos muy pocos pueblos y la mayoría no dispone de tienda, en muchas ocasiones ni siquiera el bar está abierto. Poveda de la Sierra (a 3 kilómetros de la ruta) y Peralejos de las Truchas cuentan con todos los servicios y en Taravilla hay un bar-restaurante. Por tanto, es necesario prever algo de comida y bebida para el día. 
  • Dormir: si se opta por pernoctar en los refugios de pescadores, se necesitará saco de dormir y esterilla. Poveda de la Sierra dispone de un albergue, dos hostales y apartamentos y Peralejos de las Truchas de dos hostales, un camping y casas rurales. Las Casas del Salto, junto al Salto de Poveda, están acondicionadas como casas rurales.

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