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La oficialidad es un compromiso
En las últimas semanas se ha vuelto a hablar, y mucho, de la oficialidad de las selecciones deportivas vascas. En el ámbito deportivo y en el político, que en este tema van unidos como en pocos. Ha tenido que ver sin duda el partido de fútbol de la Euskal Selekzioa con Palestina, un éxito de asistencia y audiencia, de organización y de alcance internacional en su fundamental vertiente solidaria, pero también como actualización de la larga reivindicación de la oficialidad del equipo vasco.
Por otro lado, la celebración estos días en nuestros frontones de la liga de naciones de pelota en distintas modalidades ha evidenciado que ese carácter oficial ya se ha alcanzado (en espera de un laudo del TAS) en este deporte tan autóctono, donde tampoco ha sido nunca fácil. La oficialidad, hoy, se requiere y se demanda, pero también se disfruta. No es una quimera, es una realidad.
Al calor principalmente del partido de San Mamés hemos escuchado pronunciamientos políticos al más alto nivel sobre nuestra oficialidad internacional como “país deportivo”, como territorio con singularidad también en el ámbito del deporte. Subrayamos, porque no debiera ser cosa irrelevante, que los datos demoscópicos que una y otra vez se recaban confirman el mayoritario deseo de los deportistas y de la población de todos los territorios vascos de contar con esa representación deportiva propia, a lo que no son ajenos los partidos políticos y sus principales líderes.
El pasado 5 de noviembre el lehendakari Pradales se reunió con representantes de las federaciones deportivas vascas y les mostró su firme compromiso en transitar el voluntario camino hacia la oficialidad. Les aseguró su total apoyo, lo que supone la disposición de recursos materiales, humanos y jurídicos con ese fin. Recordó que el programa de Gobierno establece expresamente “un compromiso claro con la internacionalización deportiva y el impulso de las selecciones nacionales”.
Así puede comprobarse de la fiel lectura del programa del actual Gobierno Vasco de coalición, rubricado por PNV y PSE-EE, que en su “compromiso 57” hace suyo el “apoyar a las federaciones deportivas vascas que opten por avanzar en la oficialidad de sus selecciones para participar en campeonatos oficiales internacionales, tomando en consideración el marco del acuerdo alcanzado con el Gobierno español”.
Se refiere con ello al acuerdo entre nacionalistas vascos y Pedro Sánchez para la investidura de éste, concretado en la ley española del Deporte, que en su artículo 48.2 viene a consagrar un derecho para las federaciones autonómicas que quieran alcanzar la oficialidad en el caso de deportes con arraigo histórico y social, o que hayan formado parte en el pasado de entes internacionales. Reza tal precepto que el visto bueno del Consejo Superior de Deportes conllevará el “apoyo conjunto” a la integración solicitada por la federación autonómica en la correspondiente internacional.
El presidente Sánchez aseguró el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados que el Gobierno español “hace todo lo que puede” en cumplimiento de sus compromisos en esta materia, aduciendo, ante los continuos obstáculos producidos, la necesaria “voluntad de las federaciones internacionales” de cada deporte.
Y, efectivamente, esa aceptación de la federación internacional es ineludible, pero la cosa tiene letra pequeña, como casi siempre. Sánchez viene a obviar la postura que en el seno de las internacionales están adoptando las concernidas federaciones españolas, posición que lejos de ser de “apoyo conjunto” se viene traduciendo en abierta hostilidad, con incluso la presentación de recursos jurisdiccionales. El presidente Sánchez no puede desconocer que es el Gobierno el que a través del CSD ha de cumplir y hacer cumplir lo dispuesto en la citada ley, que obliga a todas las partes implicadas. Ante la ejecución de compromisos propios no cabe seguir escudándose en terceros (lo que viene siendo habitual en distintos pactos con diversos interlocutores). El compromiso es suyo y está en su ámbito de influencia. Hay tiempo para el cumplimiento, pero también perentoriedad ante posibles coyunturas peores. La oficialidad es un compromiso.