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A Txiki, medio siglo después

14 de septiembre de 2025 22:30 h

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Txiki, soy Bixar.

Quiero compartir contigo estas líneas y estas reflexiones escritas latido a latido de mi corazón, tal como lo hacíamos medio siglo atrás. Éramos ciertamente más jóvenes. Pero éramos. Éramos Txiki y Bixar, Bixar y Txiki. Y así seguiremos en la eternidad.

Txiki, desde el alba de su vida, el ser humano marcha, lucha, conquista, progresa y trabaja, ríe, se ilusiona, sufre y llora. Pelea, vive y muere, convive con contradicciones, virtudes y defectos. Tiene la capacidad de conocer. Puede asumir en sí lo que haya y trasladarlo a esa forma de posesión que llamamos saber. Puede, aún más allá, interiorizar lo sabido mediante el sentimiento y la vida, y avanzar hasta lo que llamamos comprensión, donde se aclara la esencia de la cosa, se abre su sentido y el espíritu percibe la capacidad significativa de lo que es. Somos capaces de tomar posición, enjuiciar lo pasado y lo presente, distinguir entre razón y sinrazón, libertad y tiranía, valor y cobardía, importancia y banalidad.

Miro hacia atrás y te veo, oigo y siento que te sigo echando en falta. No te puedo olvidar porque el ser humano, no digo nada nuevo, tiene memoria, lo recrea y lo transmite, es dueño de su silencio, de nuestra quietud interior, de nuestra viveza desprendida, de la profundidad de un compromiso, de lo indeleble de una imagen y de su propia confusión.

Dueños de nuestra capacidad de reposar, y dueño de la frescura pasada, de nuestra seguridad a veces aparente, de una creatividad tan intensa como la acción al límite. Somos dueños de una felicidad que lejos de alcanzarla satisfaciéndola de inmediato la requiere aplazada, porque no es posible disfrutar lo que se ve sino se tiene ni siente lo que se está viendo y viviendo. Y cuando inevitablemente me cambia la percepción del transcurrir del tiempo, cuando éste ni me vuelve ni me tropieza y ya no lo siente como algo interminable, sino escaso, y por eso se ensalza el vincularse al ritmo preciso de las cosas y a su latido natural me acuerdo de ti. No te olvido, no quiero olvidarte, quizá ni debo, ni mucho menos, puedo. Me acuerdo y no te olvido, fusilado en los estertores del franquismo hace cincuenta años al alba de un 27 de septiembre de 1975. Moriste cantando el “Eusko Gudariak”. Fue, es y será, Txiki, un honor recordar que te lo enseñé andando por tierras navarras y en aquel piso de Iparralde.

Y con el viento del norte, la lluvia mojando y el olor penetrante a salitre viejo deseo más que nunca que la condición de ser humano se anteponga de una vez por todas en Euskadi a cualquier otra consideración. Porque negar que todos los humanos somos iguales, nos lleva a la encrucijada, a la brutal y cruel contradicción de arrancar la vida y la conciencia, y a la incapacidad de descifrar el enigma de lo que significa negar el ser en un acto de estúpida violencia física sin vuelta atrás, no rectificable ni modificable, definitivo, de vergüenza y escalofrío. Matar nunca estuvo bien. Como dice aquella canción “quizás nos equivocamos desde el primer momento”.

Pero quiero reafirmarme al decirte que sigo viviendo y bebiendo, ya como vasco septuagenario, de aquella misma, decidida, firme e inquebrantable convicción antifranquista y profundamente abertzale como jóvenes nacionalistas vascos que sabían muy bien que se la estaban jugando. Tuve más suerte que tú. Quiero que sepas que llevo 30 años militando en EAJ-PNV.

Yo pude elegir mi futuro político posfranquista. Tú no, te fusilaron. Hoy y aquí, Txiki, es tarea de todos arrimar el hombro, reto colectivo de toda la sociedad, sin ira y por el futuro de nuestros hijos e hijas. Te lo haré saber. Lo estamos consiguiendo, aunque todavía hay pasos a dar, porque no es lícito, decente, ético ni moral, apropiarse de tu memoria de una manera descarada, oportunista, cínica y partidista; ni lo es tampoco la de otros mediocres de la historia que desde trincheras contrarias te maltratan obscenamente desde ese su sillón de confort cuestionando tu honorabilidad y faltando al respeto de tu ser y dignidad, sean de uno u otro partido, con el ruin objetivo de que todo sirve para el convento particular.

Al alba que, como dice la letra del cantautor, es cuando sangra la luna al filo de su guadaña. Fusilado tiro a tiro los gatillos del crimen. Eran ya los estertores vengativos de la dictadura franquista. Últimos vómitos de sangre de aquel golpista asesino que vivió y murió matando. No fuiste el único, los verdugos de la luz y de la esperanza, los esbirros de la noche oscura, y también ante el paredón, acabaron con otras cuatro vidas, una de ellas la de otro joven vasco, Ángel Otaegi, y la de tres militantes antifranquistas más. Maldito baile de muertos al alba, la noche más larga amanecía teñida de sangre.

Los que venían con hambre atrasada quisieron así, y se lo llegaran a creer, arrancar las raíces de la tierra y congelar el viento del mañana. Me acuerdo y no te olvido, Txiki, por mucho que ha llovido en estas tierras vascas. Y cuando la finitud inspira y provoca a esa vocación de vivir más intensamente lo que tenemos, y de pasar de tener una idea -y aferrarse a ella- a pasar a la imperiosa necesidad de tener que buscar la capacidad de relacionarlas, con el viento y al alba te deseo Txiki, en este bisoño otoño de este ya desflorado tercer milenio, que la tierra vasca donde yaces te siga siendo leve. Me seco las lágrimas. 50 años más tarde, al alba, te recuerdo, agur. Eusko gudariak gara! Gora Euskadi askatuta!  

Bixar