El cierre de las canchas de Atxuri en Bilbao deja a cientos de personas sin hogar a la intemperie en pleno invierno

Hamada, Adil y Nabil de 31, 21 y 22 años, llegaron hace unos meses a Bilbao desde su Marruecos natal. En su viaje, que ha durado varios años, han recorrido 15 países. Una travesía en la que, según confiesan, han sido golpeados por policías, han perdido a familiares por el camino y han viajado durante días escondidos en los bajos de los camiones para poder cruzar la frontera. Una vez en Bilbao, tras haber agotado las cinco noches en albergues que ofrece el Ayuntamiento a los migrantes en tránsito, pasaban las noches en las canchas de Atxuri junto a una veintena de migrantes. Con el cierre de las canchas, se ven sin alternativas para pasar las noches. Durante el día, acuden a comedores sociales y guardan sus pertenencias en un pequeño local de Atxuri Harrera, colectivo que pertenece a la asociación Ongi Etorri Errefuxatuak, que desde 2018 da apoyo a los extranjeros sin recursos que llegan a la ciudad. Al llegar la noche, cada uno de ellos se busca la vida como puede.

Ninguno de los tres habla español ni quiere que su imagen salga en el artículo. Uno de sus amigos, también de Marruecos, traduce lo que dicen gracias a lo que ha aprendido durante los ocho meses que lleva en España. Él vive en un albergue en el que para entrar se les pide que lleven un mínimo de tres meses residiendo en Bilbao para que se les pueda realizar un empadronamiento social. “No estamos bien. Lo único que queremos es trabajar, pero para poder hacerlo necesitamos una vivienda”, señala Hamada. No habría tanto problema si estuvieran de paso, pero los tres quieren quedarse y hacer su vida en la ciudad. “Nos gusta mucho y ya llevamos mucho tiempo viajando. De los sitios en los que hemos estado, este es en el que mejor nos han tratado, por eso queremos quedarnos aquí, pero no somos delincuentes ni hemos venido a robar a nadie. Solo queremos vivir nuestra vida de forma tranquila”, asegura.

En Bilbao no está permitido acampar en la calle, por lo que continuamente tienen problemas con la policía. “Nos dicen que no se puede acampar, pero que si no tenemos mantas ni sacos podemos estar. Con el frío que hace es imposible. El otro día, estaba en un parque y me dijeron que me fuera a un monte, que ahí podría estar”, señala Adil, al mismo tiempo en el que saca un papel del bolsillo en el que se lee “monte Artxanda”. “Esto me lo dio uno de los policías”, confiesa.

El Ayuntamiento de Bilbao tomó la decisión de cerrar las cancha de Atxuri el pasado 3 de enero. Para ello, instaló unas vallas que rodeaban la zona y así evitar que entrasen las personas sin hogar que se quedaban ahí por las noches. Según informó la concejal delegada del área de Seguridad Ciudadana, Amaia Arregi en una comisión el pasado 28 de enero, se tomó la decisión de cerrar las canchas porque creaban “problemas de convivencia” entre los migrantes y los vecinos y porque “no son lugares para dormir”. “La Policía Municipal está para hacer cumplir unas normas y las ordenanzas, que establecen claramente que no se puede hacer un uso libre de espacio público y que no se pueden poner tiendas de campaña donde cada uno estime”, señaló Arregi.

La policía nos dice que no se puede acampar, pero que si no tenemos mantas ni sacos podemos estar. Con el frío que hace es imposible

En el pequeño local de Atxuri Harrera, lugar en el que se llevan a cabo estas entrevistas, los voluntarios, en su mayoría vecinos de la zona, guardan las pertenencias de los migrantes, les dejan cargar sus teléfonos móviles y les ofrecen información sobre los posibles recursos de vivienda a los que pueden acceder, sobre comedores sociales y también todo lo relativo a su salud. En las paredes hay carteles colgados en los que se les informa de que los lunes y viernes pueden dejar la ropa sucia y los voluntarios se encargan de lavarla, información sobre la vacuna de la COVID-19 y si están interesados en ponérsela y sobre la posibilidad de acudir al dentista o higienista dental, si lo necesitasen.

“Empezamos el pasado marzo porque vimos que había unas cien personas durmiendo en las canchas. Un día hubo un desalojo de la policía y de los servicios de limpieza y tiraron todo lo que tenían a la basura. Les preguntamos qué necesitaban y nos dijeron que un sitio en el que guardar las cosas. Ahora estamos cerca de 30 personas en turnos que nos encargamos de estar en el local para que puedan guardar sus cosas. Nuestra labor es esa, además del acompañamiento en temas burocráticos y la denuncia. También hacemos acciones en el barrio para que haya momentos de relación y convivencia con ellos, como partidos de fútbol los domingos, fiestas o manifestaciones”, señala Luis Rodríguez, uno de los voluntarios de Atxuri Harrera, que indica que la mayoría de las personas que acuden a ellos en busca de ayuda son magrebíes jóvenes y en su mayoría chicos. “También sabemos que vienen muchos migrantes latinos y senegaleses, por ejemplo, pero las redes que han tejido a lo largo de los años han hecho que los que ya residen aquí de forma legal amparen a los que vienen llegando, por eso no hay muchos de ellos en situación de calle”, detalla.

Según explica el voluntario, a pesar de ser conscientes de que la probabilidad de que vuelvan a abrir las canchas de Atxuri es mínima, van a seguir saliendo a las calles para denunciar la situación de los migrantes que cada día llegan a Bilbao. “Sabemos que en comparación con otras ciudades Bilbao cuenta con muchos recursos para las personas sin hogar, pero lo que denunciamos es que se podría hacer más. ¿Cuánto le puede costar al Ayuntamiento crear un servicio como el que hacemos nosotros para que puedan guardar sus cosas? En esas cosas ni se piensa. Prefieren gastar recursos en impedir que vengan y estén, que en que, ya que están aquí puedan vivir de una forma humana”, asegura, haciendo referencia a que la instalación de las vallas ha costado cerca de 30.000 euros al Consistorio.

No somos delincuentes ni hemos venido a robar a nadie, solo queremos vivir nuestra vida de forma tranquila

A medida que van cogiendo confianza, Hamada, va contando más detalles de su historia. Cuenta cómo en Serbia le dispararon y en Croacia y Grecia sufrió ataques racistas en los que le llegaron a quitar toda la ropa y le tiraron al río. “Mi vida parece una película, como la de La Casa de Papel”, intenta bromear con un halo de tristeza en la mirada. En un momento de la conversación saca el móvil para mostrar un vídeo en el que se le ve en los bajos de un camión, agarrado fuertemente para no caer, mientras el vehículo sigue en marcha. Según confiesa, así pasó más de tres días sin comer, beber, ni poder hacer sus necesidades.

Hamada es el más mayor del grupo y también el único de los tres que tiene claro a qué quiere dedicarse cuando consiga regular su situación en España. “Quiero estudiar algo relacionado con máquinas, me gustan las excavadoras y la construcción”, indica, aunque es consciente -porque desde la asociación le han informado- de que para optar a un curso primero debe estar empadronado, algo que, según calcula, puede llevarle otros tres o cuatro meses de vivir en la calle. “Después de lo que he pasado, te diría que ya puedo con todo. He llegado hasta aquí y no me voy a rendir”, confiesa, tras agradecer varias veces la oportunidad de poder contar al menos una parte de su historia.

elDiario.es/Euskadi

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