La semana en la que Trump se contagió: viajes, arrogancia y pocas mascarillas

Luke Harding

0

La presidencia de Donald Trump ha estado llena de giros de guión inesperados, pero ningún tuit ha provocado un terremoto tan grande como el que publicó el presidente en la madrugada del viernes, poco antes de la 1 de la mañana en Washington: “@FLOTUS y yo hemos dado positivo en la COVID-19. Empezaremos inmediatamente con nuestro proceso de cuarentena y recuperación. ¡De esto vamos a salir adelante JUNTOS!”.

El anuncio fue impactate, pero si uno piensa en las cosas que ha hecho Trump últimamente, no parece tan sorprendente. Tal vez incluso estuviera dentro de lo cósmicamente inevitable. En los últimos cinco días Trump se ha comportado con la misma imprudencia e indiferencia por las normas de salud pública que han caracterizado desde enero su respuesta a la pandemia del coronavirus.

Analizados en retrospectiva, sus encuentros con otras personas durante la última semana parecen imprudentes, como poco. El lunes, Trump apareció en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca para anunciar nuevas medidas para repartir tests entre los estados del país con el objetivo de derrotar al “virus de China”, según sus palabras. El presidente parecía optimista y predijo que faltaba poco para el fin de la pandemia. “A la vuelta de la esquina”, dijo a una audiencia compuesta por miembros del Congreso y autoridades de los estados.

Pocos llevaban mascarillas. Tampoco Trump ni el vicepresidente Mike Pence, que siguió al presidente hasta el atril. Entre las autoridades de su Gobierno presentes figuraban el secretario de Salud, Alex M. Azar, y la secretaria de Educación, Betsy DeVos. Antes, Trump había inspeccionado una camioneta en el jardín sur de la Casa Blanca y se había reunido con unos fabricantes de Ohio.

Trump estuvo preparando el martes su primer debate televisado con Joe Biden, su rival demócrata, en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Como los periodistas de Washington han dicho en varias ocasiones, se ven pocas mascarillas dentro del edificio de la Casa Blanca. Como si esta zona del poder ejecutivo hubiera sido considerada fuera del alcance del virus, una fantasía que pronto se demostraría espectacularmente equivocada.

Ese mismo martes, más tarde, Trump se subió al Air Force One de camino al debate de Ohio. Con él viajaba un gran séquito: personal de alto rango, miembros de su familia como Melania y sus hijos mayores y su ayudante de confianza Hope Hicks, de 31 años. Desde que a principios de 2015 se unió a su campaña, Hicks ha estado a menudo junto a Trump. Regresó a la Administración en primavera tras un período como secretaria de prensa.

Séquito sin mascarilla

Ninguno de los miembros del séquito fue visto con mascarilla al bajar del avión. El periódico The New York Times publicó que a Hicks la vieron subiendo a la furgoneta de personal junto a Bill Stepien, director de campaña del presidente. Entre los que viajaban en esa furgoneta estaban el estratega de campaña, Jason Miller, el jefe de personal de la Casa Blanca, Mark Meadows, y el asesor político Stephen Miller.

Dentro de la sala de debate, los dos candidatos guardaron cierta distancia entre ellos. Fue una desagradable noche de ensañamiento que será recordada por las múltiples ocasiones en que Trump interrumpía a su rival. Un momento del debate en aquel escenario de Cleveland cobra ahora especial relevancia: cuando Trump se burló de Biden por su costumbre de usar mascarilla en público. “Creo que las mascarillas están bien”, dijo Trump. También dijo que a los dos candidatos les habían hecho la prueba de la COVID-19 justo antes del duelo televisado y añadió: “Me pongo una mascarilla cuando creo que la necesito”.

Luego pasó al ataque. Mirando directamente a Biden, sugirió que las precauciones de su rival eran exageradas y ridículas. “No uso la mascarilla como él. Cada vez que lo ves, lleva una mascarilla. Puede estar hablando a 60 metros de los demás y aparece con la mascarilla más grande que he visto nunca”. Para reforzar su argumentación, Trump extendió los brazos. Biden, que pasó 90 minutos cerca de Trump, ha dado negativo en la prueba de coronavirus este viernes.

La familia Trump lo miraba desde el público. Ninguno llevaba mascarilla. Una muestra de apoyo al presidente que era (o parecía) transgresora y que rompía las reglas de una universidad anfitriona, que pedía el uso de mascarillas quirúrgicas. Una médica de Cleveland ataviada con una bata blanca de laboratorio había intentado acercarse a los invitados de la familia Trump, ofreciéndoles una mascarilla, pero no lo consiguió. Según informaciones de la prensa, alguien sacudió la cabeza cuando la médica se acercó con la mascarilla.

Otro vuelo sin mascarillas

En el vuelo de regreso a Washington DC, Jared Kushner charló con sus colegas de nuevo sin mascarilla. En la pista de aterrizaje, la nuera de Trump, Lara Trump, compartió un paraguas con Kimberly Guilfoyle, la novia de Donald Trump Junior.

Pero fue el miércoles el día que se convertiría en el más relevante para las presidenciales estadounidenses de 2020. Trump siguió con sus actividades de campaña. En Minneapolis asistió a un acto de recaudación de fondos en casa de un donante privado y en Duluth celebró un mitin. Todo como de costumbre: música para calentar, multitudes esperando al presidente, y la llegada espectacular del Air Force One.

Trump apareció con aspecto solemne saludando a sus seguidores. Una vez en el escenario lanzó un par de gorras de béisbol “MAGA” [‘Make America Great Again’] a los espectadores detrás de él. Luego se embarcó en su discurso habitual: dijo que había “ganado a lo grande” en su debate con “Sleepy Joe” y que durante su segundo mandato en la Casa Blanca priorizaría a Estados Unidos por encima de todo. Un observador atento podría haberse dado cuenta de que terminó temprano. Tan solo duró 45

Entre bastidores, algo iba mal. Hicks había acompañado a Trump en su viaje a Minneapolis y se encontraba mal. Los síntomas eran preocupantes: probablemente tos o dolor de cabeza, o las dos cosas. Durante el viaje de regreso a Hicks la aislaron en una parte separada de la cabina. Cuando aterrizó, salió por la parte de atrás del avión.

Hasta ese miércoles, el comportamiento del presidente podría ser defendible. Al fin y al cabo, Hicks se había aislado del resto del personal de la Casa Blanca en cuanto se encontró mal. Sin embargo, en las 24 horas que siguieron Trump se comportó como si nada hubiera pasado. Un notable acto de arrogancia que puede haber favorecido la propagación del virus. Otros miembros clave de su Administración tampoco se aislaron.

El jueves, Hicks dio positivo en las pruebas de la COVID-19. La noticia resonó como una bomba en la Casa Blanca y terminó con la complacencia que hasta ese momento había prevalecido. Con consternación y, se supone, también con miedo, el personal de la Casa Blanca comenzó a usar mascarillas. La noticia del diagnóstico de Hicks no se hizo pública. Los altos cargos confiaban en ser capaces de mantenerlo en secreto. Según las informaciones, el ambiente era de pánico creciente.

Mal desde el miércoles

Mientras tanto, algunos de los ayudantes más cercanos del presidente dijeron que el miércoles habían notado que Trump se sentía mal, pero lo atribuyeron al cansancio del intenso programa de campaña. El presidente parecía exhausto, según afirmó una fuente a Bloomberg.

Sin ninguna preocupación aparente, Trump voló a Bedminster, su club de golf en Nueva Jersey, para un evento privado de recaudación de fondos. Varios asistentes que habían estado cerca de Hicks debían ir con él, pero cancelaron el viaje. En el club de golf, Trump dio su discurso y se mezcló con sus seguidores en una mesa redonda. Como de costumbre, no llevaba mascarilla. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, había estado con Hicks el miércoles y tampoco usó mascarilla cuando dio un briefing a los periodistas.

A Trump le hicieron el test más tarde, el jueves, después de regresar a la Casa Blanca. Al principio, todo siguió como de costumbre. El presidente concedió una entrevista telefónica a Sean Hannity, de Fox News. Hablaba desde su residencia y su voz sonaba un poco ronca. Trump explicó que tanto él como la primera dama se estaban haciendo la prueba del coronavirus. El resultado –difundido por Twitter en la madrugada del viernes– llegó mientras gran parte de Estados Unidos dormía.

Horas después de ser diagnosticado con COVID-19, Trump fue trasladado en helicóptero al centro médico militar Walter Reed donde permanecerá hospitalizado “los próximos días”, según ha informado la Casa Blanca. Este viernes por la noche, el presidente de EEUU comenzó una terapia con el antiviral Remdesivir.

“El presidente está muy bien. No requiere oxígeno adicional, pero en consulta con especialistas hemos optado por iniciar terapia con Remdesivir. Ha completado su primera dosis y descansa cómodamente”, explicó el médico presidencial, Sean Conley.

En los últimos nueve meses Trump ha tratado de reducir la importancia de un virus que ha matado a más de un millón de personas en todo el mundo y a 200.000 en Estados Unidos. Ha desdeñado las medidas de distanciamiento y durante mucho tiempo ha minimizado la importancia de llevar mascarilla. Con los casos en aumento, Trump ha presionado a los estados para que reabran sus economías. Incluso llegó a predecir con ligereza que el “virus” desaparecería como por arte de magia.

No ha sido así. Y ahora Trump se ha convertido en su víctima más famosa.