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Oxígeno para Kamala Harris ante Donald Trump: así marca el debate el resto de la campaña

La candidata demócrata, Kamala Harris, estrecha la mano de su rival republicano, Donald Trump, durante un debate presidencial de este martes.

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La tensión que acumulaba el apretón de manos entre Kamala Harris y Donald Trump antes de empezar el debate se podía cortar con un cuchillo desde el salón de casa. Rápidamente, la candidata demócrata consiguió que la incomodidad entre ambos se trasladara por completo al lado del republicano. Fueron 90 minutos de un Trump defensivo que seguía hablando a los suyos, mientras chocaba contra una Harris sólida que buscaba traspasar la burbuja demócrata para llegar a los indecisos y conservadores. Una dinámica que augura cómo serán los 55 días que quedan para las elecciones presidenciales.

“Harris continuará tratando de proporcionar algunos detalles sobre sus planes e iniciativas políticas. Por lo que respecta a Trump, creo que seguirá atacándola en temas como la inmigración y muchas de sus afirmaciones se basarán en ese tema. Hubo un punto en sus argumentos finales sobre por qué, después de tres años y medio en el cargo, no ha logrado ya esas cosas. Imagino que será un punto que él repetirá continuamente en los próximos meses”, expone Erin Cassese, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Delaware.  

A medida que avanzaba el cara a cara y Trump iba encadenando salidas de tono, la victoria de Harris en el debate se hacía más evidente. La encuesta realizada por la empresa SSRS para la cadena de televisión CNN durante el debate mostraba que el 63% de los espectadores situaban a la demócrata como vencedora, frente a un 37% que creían que Trump lo había hecho bien. El primer objetivo de la cita –imponerse al republicano– está más que conseguido. Pero no era el único para la vicepresidenta.

Harris también tenía por delante el reto de definirse. Antes del debate, un 28% de los votantes decían en una encuesta publicada por el periódico The New York Times que querían saber más sobre la candidata. La curiosidad no solo respondía a la reciente irrupción de la vicepresidenta como sustituta de Joe Biden en la fórmula electoral, sino que también era síntoma de una campaña que se ha basado en alimentar la euforia sin acabar de concretar las propuestas demócratas. El debate era una oportunidad para Harris de explicitar más su plan para la presidencia, pero no lo hizo. 

El contraste con el anterior debate entre Biden y Trump fue tan profundo que Harris no tuvo la necesidad de ahondar en sus propuestas para mostrarse como la candidata de orden frente a su rival. Las mentiras de Trump y sus descarrilamientos ante los ataques de Harris fueron suficientes para que la demócrata se definiera con los mismos conceptos abstractos de esperanza y reconciliación. “Soy la única persona que realmente tiene un plan”, afirmó la demócrata, sin dar muchos más detalles del mismo.

La encuesta de la CNN posterior al debate muestra que, si bien es cierto que los votantes salieron con una visión mejorada de Harris en comparación con sus impresiones previas, muy pocos cambiaron su opinión sobre Trump. Ahora bien, cuando se preguntaba por temas más concretos, como la economía o la frontera, las tendencias que venían reproduciendo las encuestas nacionales hasta ahora se repetían.

Después del debate, seguían dándole a Trump una ventaja de 20 puntos sobre Harris en la gestión de la economía, 55% a 35%, un margen ligeramente más amplio que su ventaja previa al cara a cara. La economía será uno de los temas clave este 5 de noviembre y parece que se está convirtiendo en el talón de Aquiles de los demócratas. Una encuesta publicada la semana pasada por The New York Times destacaba cómo aún había un 18% de los votantes de los estados indecisos (swing states) que no tenían decidido su voto y que el principal tema que los preocupaba era la inflación. 

Tal y como se vio este martes por la noche en el debate, Trump no buscaba dirigirse a nuevos votantes. El discurso de odio y mentiras era el mismo que los suyos ya conocen y aplauden. “Lo único que parecer estar intentando moderar es su posición en torno al aborto ante la preocupación de que va a ser un tema clave. Pero aun así, no es muy creíble, ya que ha defendido firmemente la anunció de Roe contra Wade en diversas ocasiones”, apunta Cassese. 

En el debate presidencial, esta voluntad de intentar moderarse se volvió a ver con las constantes contradicciones en las que Trump caía: por un lado, defendió haber derogado Roe contra Wade y por el otro se enredó en sus propios argumentos intentando evitar responder si se opondría a una prohibición del aborto a nivel federal, si se diera el caso. 

El hecho de haber continuado con su mismo argumentario y falsedades indica que Trump parece confiar para ganar en el apoyo que ya acumula en unas encuestas muy reñidas. En cambio, Harris sí que ha construido una campaña con la que quiere ir más allá de sus bases para ampliar la diferencia con Trump y, en esta lucha, conseguir cambiar la percepción que tienen los ciudadanos sobre su gestión de la economía puede ser clave. 

La indefinición de Harris en sus políticas durante el primer asalto contra Trump esta vez le ha bastado para superar la prueba, pero quedan dos meses de campaña por delante. Ser capaz de arrinconar al republicano y sacarlo de sus casillas puede estar muy bien para arengar a las bases y movilizar el voto, pero puede que no sea la primera cosa en la que piensen esos votantes indecisos a la hora de ir a las urnas.

En un artículo publicado este miércoles por The New York Times, muchos de estos votantes indecisos expresaban que no sentían que Harris hubiera profundizado en los detalles de su plan. Algo que sí esperaban que hiciera. Se trata de una oportunidad que la demócrata desaprovechó.

A pesar de haber salido como el perdedor, Trump ha insistido en que él es el ganador. “Ha sido mi mejor debate de la historia”, aseguró justo después de bajar del escenario, donde no hizo más que morder una y otra vez los anzuelos que le lanzaba Harris. Las caras de su equipo, presente en ese momento, no decían lo mismo que el líder republicano. Después de un mes de nerviosismo y desorientación dentro del partido, hay que ver cómo se digiere la actuación de su candidato. 

El malestar de sus asesores no tiene por qué trasladarse directamente a las bases. Cassese asegura que “sus seguidores han comprado la marca Trump” y “que el mal rendimiento en el debate no va a erosionar el apoyo de su base más comprometida”, como los MAGA. La percepción, pero sí que puede variar entre los votantes indecisos, ya que lo que vieron en sus pantallas “puede hacerles recordar qué es lo que no les gusta de Trump”.

La confianza sobrada que muestra el magnate refuerza esa idea de que Trump tiene intención de apostar sus cartas a los apoyos que ya tiene. Este factor bebe de tres hechos: perder el debate contra Hillary Clinton en 2016 no le impidió llegar a la Casa Blanca; unas encuestas muy ajustadas; y la manera en la que está configurado el Colegio Electoral. 

A la hora de votar en las presidenciales, lo que se cuenta no son los votos populares, sino los que reparte cada estado según los adjudicados por el Colegio Electoral. Por ejemplo, este año Pensilvania reparte 19 votos y el ganador se los lleva todos (no se dividen proporcionalmente según los apoyos obtenidos por cada candidato).

Esta lógica del winner take it all y el histórico hecho de que algunos estados rurales (que tienden a votar republicano) tiene mayor representación es algo que juega a favor a Trump. Por ejemplo, California, el estado más poblado y que tiende a votar demócrata, tiene 54 votos electorales para representar a 39,2 millones de personas. En Wyoming, el estado menos poblado y que históricamente ha votado republicano, aproximadamente 578.000 personas están representadas por tres votos electorales. Es decir, el voto de una persona en Wyoming cuenta 3,76 veces más que el voto de un californiano.

De hecho, en las elecciones de 2016, Hillary Clinton ganó, venció a Trump en voto popular, pero fue el republicano que consiguió reunir los 270 votos necesarios para declararse vencedor en el recuento de los 538 votos que se reparten en el Colegio Electoral.

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