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The Guardian en español

OPINIÓN

Los activistas ecologistas serán recordados un día como héroes igual que lo es ahora mi bisabuela sufragista

Sylvia Pankhurst habla en una manifestación en Hyde Park, en Londres en 1935.
20 de noviembre de 2022 22:28 h

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“Cuando los miembros del Gobierno contrarios al voto critican la militancia de las mujeres se parecen mucho a fieras depredadoras que reprochan a los animales más mansos que opongan una resistencia desesperada cuando están a punto de morir”. Estas palabras fueron pronunciadas por Emmeline Pankhurst hace unos 110 años.

Como bisnieta de Emmeline y nieta de Sylvia Pankhurst, se me pide a menudo que haga comparaciones entre el movimiento sufragista y los movimientos ecologistas de hoy. La gente me suele preguntar si apoyo las tácticas de activistas por el clima como Just Stop Oil (grupo que, entre otras acciones, ha organizado sentadas que complicaron la circulación en carreteras en Londres). Los activistas ecologistas que arrojaron sopa de tomate sobre un cuadro de Vincent van Gogh podrían considerarse fácilmente animales acorralados que recurren a la resistencia desesperada.

La crisis climática ya es mortal para muchos en todo el mundo: en el este de África, una persona muere de hambre inducida por el clima cada 36 segundos. Mi bisabuela aconsejó a las sufragistas que fueran a la Cámara de los Comunes y se negaran a salir, que rompieran ventanas, que “atacaran el ídolo secreto de la propiedad”. Lo que ella quería decir es que dentro de cada causa hay espacio para que la gente encuentre sus propias versiones del activismo y la militancia. La elección de las tácticas no debe dividir al movimiento.

Por supuesto, había líneas rojas que no debían cruzarse: dañar la propiedad, no a las personas. Las activistas rasas del movimiento sufragista ya habían intensificado su militancia. Algunas mujeres habían roto ventanas y habían hecho huelgas de hambre, lo que aumentó la visibilidad de su causa. La Women's Social and Political Union, el ala combativa del movimiento, aprobó y asumió la responsabilidad de estos actos.

Dilemas en el colectivo

Pero existían cismas. Sylvia, la hija mediana de Emmeline, consideraba que había que centrarse en la construcción del movimiento y desaprobaba las medidas combativas, como los daños causados a La Venus del espejo de Velázquez, rajada con un cuchillo de carnicero por la sufragista Mary Richardson.

Muchas otras sufragistas estaban divididas. Algunas trataron de hacer acrobacias no violentas pero sí mediáticamente atractivas, como el intento de lanzar panfletos sobre el Parlamento desde un globo aerostático.

La cuestión de qué tácticas son adecuadas es un dilema colectivo dentro del movimiento ecologista moderno. Por un lado, los activistas medioambientales están sorprendidos por la falta de urgencia que se le da al tema. Sienten que los métodos “constitucionales” no están funcionando, que los medios de comunicación no prestan suficiente atención a su causa y que es necesario que actúe más gente. Por otro lado, a muchos les preocupa que los activistas estén yendo demasiado lejos y alejando a quienes necesitan de su lado.

Mientras tanto, frente a la disidencia, las autoridades recurren cada vez más a sus propias tácticas de mano dura. La Ley de Policía y Delitos del Gobierno británico limita el derecho a protestar pacíficamente. Aumenta el coste y reduce el espacio para que los ciudadanos compartan sus opiniones y hagan oír su descontento. Por ello, puede que los activistas adopten acciones más disruptivas.

El lado correcto de la historia

Como feminista y ecologista, apoyo a los activistas por el clima. La crisis climática es una cuestión feminista. Se está cobrando de forma desproporcionada la vida y el futuro de las mujeres y las niñas. Una investigación de Care International revela que en 2021 hubo 150 millones más de mujeres que de hombres víctimas del hambre, mientras que, tan solo en Somalia, 900.000 menores, la mayoría de ellos niñas, corren el riesgo de abandonar la escuela debido a la sequía. Sin embargo, hay muy pocas mujeres en las mesas donde se toman las decisiones (apenas siete de los 110 líderes mundiales en la cumbre del clima, la COP27). Las mujeres no son responsables de este desastre climático provocado por el hombre, pero deben estar en el centro de la búsqueda de soluciones.

Al mismo tiempo, me siento incómoda con algunas de las tácticas más disruptivas llevadas a cabo por los manifestantes ecologistas. Me preocupa el riesgo de ahuyentar a la población general. Sin embargo, comprendo la sensación de urgencia y frustración ante el insostenible statu quo. Los activistas por el clima no solo están preocupados por sus propias vidas, sino también por las personas que viven en las condiciones más duras en todo el mundo.

Los que tienen el poder político y económico son las “fieras depredadoras” que deben rendir cuentas por las promesas incumplidas, por el greenwashin (lavado de imagen verde), por la continua destrucción de nuestro planeta. Tienen a su alcance la posibilidad de limitar el calentamiento global a ese tope crítico de 1,5 °C, e invertir en las mujeres y niñas que se ven tan desproporcionadamente afectadas por esta crisis.

Los ecologistas de todo tipo tienen la autoridad moral. No me cabe la menor duda de que dentro de 100 años se les considerará los verdaderos héroes. Aquellos que ignoraron las señales de alarma estarán —no, ya lo están— en el lado equivocado de la historia.

Helen Pankhurst es asesora en materia de igualdad de género para Care International UK y profesora de la Universidad Metropolitana de Manchester.

Traducción de Julián Cnochaert.

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