Un ungüento “milagroso” chino amenaza a los burros de todo el mundo

Kimon de Greef

Para Liu Yanan todo empezó con unos dolores de regla. Se encontraba de visita a su familia de Pekín cuando, con 13 años, sufrió sus primeros cólicos menstruales. Su tía sacó una cajita llena de bloques de color marrón chocolate, cortó un trocito y lo mezcló en un cuenco con gachas de arroz dulce.

La medicina era ejiao, hecha con pieles de burro y usada en China desde hace más de 2.500 años. Yanan dudó un poco antes de comerse la mezcla, pero confiaba en su tía y quería aliviar sus dolores. “Me sentí cómoda después. Mi cuerpo estaba cálido”, dice Yanan. “Lo tomé durante un mes y dejé de tener problemas”.

Eso fue en 2004 y desde entonces la industria China de ejiao se ha convertido en un gran negocio. Antaño un humilde tónico para condiciones como la anemia –cuya efectividad no está probada por estudios médicos– se ha relanzado como un producto de bienestar entre la clase media china en ascenso, y ahora está presente en cremas faciales, dulces y licores, además de en una amplia variedad de preparados medicinales. Se dice que ayuda a dormir, equilibrar el yin, prevenir el cáncer, mejorar el aspecto e incluso aumentar el libido. Se vende, básicamente, como un elixir milagroso.

En el condado de Dong’e, una provincia remota en la que se encuentra casi el 90% de todas la fábricas chinas de ejiao, decenas de tiendas de este producto plagan las calles de la población. Hay anuncios de ejiao en vallas publicitarias y en paradas de autobús. El aeropuerto más cercano, en la ciudad de Jinan, tiene puestos en los que se vende ejiao y carne fresca de burro, una exquisitez regional. Don-E E-Jiao (Deej), el mayor productor del mundo, tiene sedes entre las que se encuentran siete fábricas monolíticas, un salón de actos, un centro de visitantes parecido al icónico estadio nacional de Pekín, El Nido del Pájaro y un cuidado lago.

Los productos más caros de la empresa, preparados cada año durante el solsticio de invierno, tal y como dicta la tradición, cuestan 3.300 euros por cada 250 gramos en las tiendas de descuento de Jinan, con variedades más económicas a una décima parte del precio. En 2016 la empresa Deej (que cotiza en la bolsa de Shenzhen) duplicó los ingresos de hace cuatro años.

Detrás de la fachada de este sector cada vez más atractivo, con la inserción de sus productos en series de televisión y envoltorios relucientes, se trata de un comercio internacional que está trastocando la economía rural en el mundo.

Cuatro millones de burros sacrificados al año

Según estadísticas de la industria, la producción china de ejiao consume las pieles de cuatro millones de burros al año. Hace dos décadas se cifró la población de burros en 11 millones, pero ha caído a seis millones, consecuencia tanto de la producción de ejiao como de la migración en masa a las ciudades chinas de la población rural que antes criaba burros. El suministro doméstico está limitado a menos de 1,8 millones y esto hace que tanto Deej como su pequeña competencia tengan que depender de importaciones.

Aquí es donde comienza el problema. En menos de una década la demanda de pieles de burro ha inflado los precios hasta niveles que las poblaciones locales no pueden permitirse. Por ejemplom en Kenia el precio de los burros se ha triplicado. Las comunidades que dependen de los burros como animales de carga ya no tienen acceso a un recurso que hasta hace poco era abundante y barato. Domesticado por primera vez en África hace alrededor de 5.000 años, los burros han apuntalado las economías de subsistencia alrededor del mundo durante cientos de generaciones, por su capacidad para transportar grandes cargas y su fácil temperamento. La conversión repentina del burro en preciada mercancía ha alterado los ciclos tradicionales de su uso: los burros ya no son más valiosos vivos que muertos.

Algunos países están tomando medidas drásticas en comercio internacional. Nueve gobiernos africanos (Bostwana, Burkina Faso, Mali, Nigeria, Níger, Senegal, Ghana, Tanzania y Uganda) han prohibido las exportaciones de piel de burro, y cuatro ( Burkina Faso, Botswana, Tanazania y Etiopía) han cerrado los mataderos financiados por empresas chinas. Gambia, Malawi y Zimbabwe han expresado su preocupación al respecto, pero no han introducido todavía una prohibición.

En respuesta a esto, parte del comercio se lleva a cabo ahora ilegalmente para abastecer a fábricas en China.

“Seguimos viendo exportaciones ilícitas desde todos los país que se han posicionado contra la venta de pieles de burro”, dice Alex Mayers, del Santuario de Burros, una ONG británica que publicó un informe sobre este comercio en enero. “No hay manera de que los niveles actuales de demanda se sostengan”.

La falta de una regulación estricta ha llevado a un auge en el robo de burros. En Kenia, inspectores han registrado casi 1.000 animales robados entre diciembre de 2016 y abril de 2017. Philemon Sibaya, un granjero de Sudáfrica que antes llevaba un negocio informal de entregas con carros tirados por burros, sufrió el robo de sus burros el pasado noviembre. Los solía dejar pastar en libertad por la noche, aunque les ataba un poco las patas para que no fuesen muy lejos. “Pero aquella mañana ya no pude encontrarlos”, dice Sibaya.

Un hombre de China había visitado el pueblo unas semanas antes en busca de burros. Sibuya se negó a proporcionárselos, al no saber para qué los quería. “Mis burros ponen comida sobre la mesa. Construyeron esta casa y llevaron a mis hijos a la escuela”, dice Sibaya. Al tiempo encontró los cadáveres, todos despellejados menos uno. “No hay nada que pueda hacer excepto aceptar la situación”, dice Sibuya. “No puedo traer de vuelta a mis burros”.

“Hemos tenido muchos casos como este”, dice Mishack Matlou, un inspector local de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales. Hace unos meses rescató a dos adolescentes que estaban despellejando burros en una población vecina. “La comunidad los quería matar, así que los encerré en mi furgoneta”, dice Matlou. “Esto es una zona pobre y necesitaban el dinero. Alguien les ofreció unos 28 euros por el trabajo”.

Más mataderos en África

Instalaciones irregulares de matanza se están multiplicando en África, Asia y Sudamérica. El pasado agosto en un lugar de Sudáfrica, un intermediario que ha solicitado permanecer anónimo, compró 25 burros para un exportador chino y presenció cómo los aldeanos los mataban con cuchillos y martillos. El exportador fue arrestado en Johannesburgo unos cuantos meses después por hacer una declaración falsa de un cargamento de pieles a Hong Kong.

“Fue desagradable ver sufrir a los animales”, dice el intermediario, que ya no comercializa pieles de burro. “Chillaban cada vez que uno de ellos caía”.

Algunos gobiernos están intentando regular el sector. Sudáfrica anunció en febrero planes para construir mataderos y formar a granjeros de burros. “El proyecto… reducirá la pobreza, tratará las desigualdades y creará trabajos decentes”, dice un comunicado de prensa. Aunque según el doctor Langa Madyibi, del departamento veterinario provincial, ha habido poco progreso en esta iniciativa, más allá de formar un Comité Técnico de Burros y de enviar el año pasado una delegación del gobierno a China. “Todavía tenemos que establecer los detalles, incluido el modelo de producción. Hay muchas partes interesadas a las que hay que consultar”, dice Madyibi.

Programas similares en África se han detenido tras protestas de las comunidades (en Etiopía, Uganda y Tanzania) y prohibiciones de exportación (en Botswana). Otros estados, en cambio, han recibido con brazos abiertos esta oportunidad de inversión. Kenia ha abierto tres mataderos en los últimos 18 meses y Namibia va a construir dos.

Otras especies en riesgo para alimentar la demanda

Al mismo tiempo que los gobiernos luchan contra los costes y beneficios de abastecer a China, el sector del ejiao se extiende, produciendo más de 5.000 toneladas de gelatina al año. La escasez de pieles ha llevado al alza del fraude, con la presencia de fabricantes que sustituyen al burro por caballos, bueyes, cerdos e incluso zapatos de piel como materia prima. Deej mantiene su reputación por autenticidad y ha ganado varios premios, entre ellos el de Marca China del Año 2016. La compañía tiene “casi un monopolio” sobre las pieles de burro y constituye casi el 70% de las ventas de ejiao, según un informe de la industria.

Deej rechazó este agosto un cargamento de pieles de varios cientos de caballos entregado por el comerciante Yang Shihui, del condado de Dong’e. “No sabía que estaban mezcladas”, dice Yang, que lleva abasteciendo a la compañía más de 30 años. Las pieles se amontonan detrás de él, en proceso de putrefacción. “Las venderé a una empresa de alimento de pollos”.

Deej, una empresa pública, no respondió a las respuestas escritas por The Guardian.

A escasa distancia del patio de Yang hay un almacén para Deej con decenas de miles de pieles. Las pieles están apiladas en pallets y tapadas con lonas impermeables. Hay más de 20 montones, cada uno de ellos algo más grandes que un minibus. Muchas más permanecen fuera de la vista. Guardias de seguridad mueven los brazos para señalar que no hagamos fotos y gritan “¡Parad! ¡Os vamos a arrestar!”.

Un poco más arriba de la calle hay dos hoteles de temática ejiao pertenecientes a Deej, con arte de burros en las paredes y con una exposición de productos en la recepción. Un eslogan de la compañía en la entrada declara el ajiao “tesoro nacional”.

Liu Yanan, que comió gelatina de burro por primera vez de adolescente, sigue viviendo en el condado de Dong’e. Ahora, con 26 años, trabaja de agente, subiendo anuncios publicitarios a las redes sociales, en una empresa de ejiao llamada Fu Shang Kang. Toma ejiao a diario, y algunas veces le da pequeñas dosis a su hijo de tres años. “No parezco una madre”, añade Yanan, “es por el ejiao. Me mantiene joven”.

Traducido por Marina Leiva