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The Guardian en español

La ciudad de Vancouver instala una máquina expendedora de opiáceos para combatir la epidemia de sobredosis

Un participante en el proyecto explica ante los medios el uso de MySafe deltante de la máquina expendedora.

William Turvill

Vancouver —

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Se llama MySafe y es una máquina expendedora similar a un cajero automático, solo que en vez de dinero entrega hidromorfona, un medicamento dos veces más potente que la heroína. Con un nivel de calidad clínico y en las cantidades prescritas para cada usuario, esta máquina expendedora forma parte de la lucha de Vancouver contra la crisis de sobredosis generada por el consumo de opiáceos.

“Creo que desde el punto de vista ético necesitamos ofrecer a la gente un suministro menos peligroso”, sostiene el doctor Mark Tyndall. Profesor de epidemiología en la Universidad de Columbia Británica, Tyndall ideó MySafe como una manera de reducir el número de muertes por sobredosis en la ciudad canandiense (el año pasado fallecieron 395 personas en Vancouver por ese motivo). “La idea es que en lugar de comprar en un callejón un fentanilo del que no se sabe nada, podamos hacer llegar a a la gente medicamentos con calidad farmacológica”, añade.

Don Durban (66) es trabajador social en Vancouver, padre de dos hijos y uno de los 14 adictos a los opiáceos con permiso para usar la máquina expendedora MySafe. Desarrolló la adicción cuando a principios de los años 2000 le recetaron analgésicos basados en opiáceos. Hoy se siente incapaz de salir adelante sin su dosis diaria de hidromorfona.

A diferencia de la mayoría de adictos, Durban no necesita violar la ley para comprarle la dosis a un traficante. En vez de eso tiene una receta para adquirir Dilaudid (el nombre comercial del medicamento con hidromorfona) y en las dos últimas semanas ha podido recoger sus pastillas en una máquina expendedora cerca de casa en Eastside, un barrio venido a menos donde vive mucha gente sin hogar.

“Esto ha sido una bendición”, cuenta durante una de sus visitas a la máquina. Tras verificar su identidad con un escáner de huellas dactilares, la expendedora le entrega tres pastillas en cada una de sus cuatro visitas diarias, tal y como dice la receta. “Significa que no tengo que ir a comprar droga [de calidad] dudosa”, explica. “Tengo un abastecimiento limpio, no tengo que tratar con otras personas tanto, te tratan como a un adulto, no como si fueras una especie de adicto demoniaco, sólo somos personas con problemas de salud mental”.

En Vancouver ya hay varios planes en marcha para atender a su gran comunidad de drogadictos. La ciudad fue pionera en las llamadas técnicas de reducción de daños y en 2003 se convirtió en la primera de América del Norte con un espacio para que los usuarios pudieran administrarse las drogas supervisados por profesionales de la salud. Ya se han abierto varios de esos lugares y hay programas oficiales de acceso, con receta, a Dilaudid y a heroína farmacológica.

Tyndall confía en llevar su proyecto a otras ciudades. En su opinión, ayuda a los adictos porque les da autonomía al permitirles recoger los fármacos cuando les viene bien, sin tener que visitar las farmacias en unos horarios específicos.

Pero no todos están de acuerdo con MySafe y otras técnicas de reducción de daños desarrolladas en Vancouver. Según el doctor Mark Ujjainwalla, especialista en adicciones y director del centro de desintoxicación Recovery Ottawa (en el este de Canadá), no hay que facilitar el acceso a las sustancias, sino curar a los consumidores de drogas. En su opinión, en vez de tratar enfermedades curables, esos proyectos solo sirven para conducir a los usuarios hacia la muerte.

“Si fueras un paciente adicto al fentanilo, yo te diría: 'Bien, te pondré en un centro de tratamiento de uno a tres meses, te quitaré el fentanilo, te estabilizaré, recuperarás tu vida y luego estarás bien'. ¿Por qué querría darte heroína gratis y decirte que vayas a inyectarte a un remolque? Tengo gente aquí que ha cambiado de vida, que estuvieron en la cárcel o prostituyéndose y vinieron a mi clínica, les dimos metadona, recuperaron sus vidas y están trabajando de nuevo. ¿No es una historia mejor?”

Ujjainwalla también teme que las drogas distribuidas por máquinas como MySafe terminen en el mercado negro. El doctor Ricky Bluthenthal, profesor de medicina preventiva en la Universidad del Sur de California, no está de acuerdo con su visión. “Siempre es mejor que alguien use fármacos seguros y producidos de forma legal antes que sustancias producidas o distribuidas de forma ilegal, que a menudo tienen contaminantes y otras cosas no saludables”.

Durban también cree que la máquina le ayudará a recuperar la salud. “A largo plazo, mi objetivo es dejar de consumir”, indica. “Lo que haré es tratar de reducir al mínimo la dosis y luego, si comienza a andar mal de nuevo, veré a Mark y le pediré que la suba”.

Traducido por Francisco de Zárate

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