“La ficción me libera de mi hiper-racionalidad”

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Por A.N. G.

Sus ojos vivos, su mirada intensa le delata. Es una de esas personas eternamente jóvenes. Por siempre inconformistas, que exprimen la vida dándole siempre otra oportunidad. Rosa Montero, novelista y periodista, por ese orden, porque así es como ella lo siente, compartió impresiones con estudiantes universitarios una tarde de febrero en el Colegio Mayor Isabel de España. La madrileña sigue siendo colaboradora del diario El País, para el que escribe artículos diarios en la contraportada, cada 15 días escribe crítica literaria y semanalmente hace su aportación a El País semanal.

En un tú a tú encantador, en un traspaso de papeles, dejando que fuera ella, por una vez, la entrevistada, la que recorriera una vida que no es la de otros, ni inventada, sino la suya propia. Y el solo hecho de que se preste a sentarse entre veinteañeros con esa cercanía y desenfado, habla por sí sólo de su calidad humana.

Pero quisimos saber más y recogimos sus palabras.

Y aunque se adivinase en su rostro algún gesto de dolor por el duro golpe que supuso la muerte de su pareja hace menos de un año, lo que transparenta en ella es la serenidad y la energía, un dualismo con el que ella misma se describe, pero en el que no hay lucha, sino proyección al futuro y jovial armonía.

La autodefinición a-temporal. “Oscilo entre una hiperracionalidad que me hace pensar sensata y constantemente, y una locura caótica que me hacía imaginar. Siempre tuve esa dualidad. Pero al principio ocultaba la locura, la imaginación era una cosa de chicas con cabezas llenas de pájaros, y yo no quería ser identificada con eso. Por eso lo escondía. Y por eso mis primeras novelas fueron más realistas, y en las últimas he desatado mi imaginación y han resultado más fantasiosas, porque me he ido liberando.”

La infancia. “Caer enferma de tuberculosis fue determinante. Leí y escribí muchos cuentos los cuatro años que pasé en la cama. Fui una niña súper protegida y súper sensata”.

La adolescencia. “Cuando conseguí entrar en el instituto Beatriz Galindo descubrí el mundo salvaje. Había goteras y desconchones en las aulas, en las que nos concentraban de 90 en 90 alumnas. En invierno nos calentábamos con una estufa de hierro para un aula inmensa”.

La juventud. “De mi sensatez extrema pasé a sacar los pies del tiesto. Me convertí no ya en la loca de la casa, sino en una furia. Discutía muchísimo con mi padre y me refugié en el teatro colectivo donde encontré una vía de escape. Algo diferente a lo que predominaba en un Estado legal en el que no existían los derechos. Nos expresábamos con el cuerpo. Y eso tiene algo de maravilloso. Me puse a trabajar desde el primer momento. En la calle es donde se aprende a ser periodista”.

Sus motivos para elegir el periodismo.

“fueron tres. El primero, el mantenerme bien cerca de la escritura y convertirla en profesión. El segundo, su posibilidad de un aprendizaje constante, vital, que abarca los 360º y que satisface mi curiosidad universal. Y la tercera razón, el poder viajar”.

Su género periodístico favorito. “Todos son especiales. Si tuviera que poner un orden, primero la crónica, porque es condensación: te exige agilidad, te pone en el contratiempo del periodismo en estado puro y te permite aunar información y estilo literario propio. En segundo lugar, pondría al mismo nivel el reportaje y la entrevista. El reportaje porque es maravilloso adentrarse en una cuestión y comprenderla en sus raíces. Se aprende muchísimo. Y la entrevista porque tiene algo de mágico, es como contar un cuento sobre una persona. Por último los artículos, que es lo que menos me gusta pero a lo que más me dedico ahora mismo. Es una información más prosaica, de mucha arquitectura, pero que permite desarrollar un gran ejercicio mental, de estructuración y análisis”.

Las gratificaciones del periodismo. “Vivir momentos en primera persona, como la caída del Muro de Berlín, hablando con los actores de aquel acontecimiento, te hace sentir que estás metiendo la mano en la herida abierta de la historia”.

Y lo peor de ser escritora... “Las promociones. Acabas repitiendo tantas veces las mismas cosas en tantos sitios diferentes, que lo que en un principio tenía sentido para ti se convierte en basura”

Realidad o ficción. “La realidad entendida como realismo, me parece simplista, hay que adobarla con la irracionalidad, que está presente siempre en la realidad aunque sea un hecho que se suela evitar. La ficción me sirve para liberarme de mí misma”

Lo difícil de ser mujer. “No sé hasta qué punto lo he tenido más difícil por mi condición de mujer, porque cuando creces en una sociedad machista no tienes un referente para la comparación. No puedes identificar cuáles son las trabas. Lo que tengo claro es que en ese sentido España ha hecho una gran evolución. Aún recuerdo cuando me nombraron redactora jefa del suplemento dominical y mis compañeros varones hacían muecas por detrás de los cristales, por el hecho de ser su jefa. ”

La suerte. “No creo en la suerte. Solo en la mala suerte. El resto es trabajo y esfuerzo”.

Escribir es...

“Es una cosa muy rara. Desde luego, muy poco objetivable. Es sentarse en un rincón, completamente sola, y ponerte a inventar mentiras. Y luego pensar, ¿esto le interesará a alguien? A veces es como bailar, cuando todo va sobre ruedas, otras como picar piedra”.

Un símbolo.

“La lagartija, o más bien la salamandra, tanto que la llevo tatuada (muestra el antebrazo derecho). Es como un dragón infantil. Tiene mucho de mitológico. Y yo creo en la necesidad de los mitos y su poder para la supervivencia humana. Y eso es precisamente lo que simboliza: la regeneración. Eso es lo que verdaderamente me impresiona de las personas, que sacan fuerzas para resurgir”

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