Soy de las que creen que después de la pandemia hemos cambiado mucho. El individualismo se ha multiplicado no sé por cuanto y todas queremos llevar razón, queremos llevar la voz cantante y hacer ver a los demás que sabemos de todo, conocemos todo y nos explicamos mejor que nadie. Tanta seguridad en nosotras mismas aumenta mi duda existencial.
Pongo algunos ejemplos: conversar está pasado de moda. En un reducido número de personas, suele haber una que padece incontinencia verbal y habla, habla, habla, bla, bla... son mensajes vacíos: el tiempo, la salud, los dolores que nos afligen, los hijos, los sobrinos, los nietos. Hay que dar por sentado que esos descendientes familiares son la «pera limonera». No les quepa la menor duda que el coeficiente intelectual es mayor que el de Einstein, Mozart, o cualquier otro genio de la disciplina que quieran.
La libertad de expresión se ha convertido en algo que afecta a la política y los medios de comunicación. En círculos pequeños no hay que pronunciarse, así no hay problemas, ni debates, ni discusiones. Mejor que nadie sepa qué opina de la emigración, del precio de la vivienda, de los apartamentos turísticos, la reducción de la jornada laboral o el salario mínimo interprofesional porque te van a etiquetar en un «plís, plás». En esta sociedad posterior a la pandemia todo son selfies, sonrisas, imágenes nuestras y de quienes están al lado y a quienes no hemos pedido permiso para difundir por las redes sociales, el viaje que hicimos a cualquier destino, la fiesta que celebramos por cualquier cumpleaños, el duelo por cualquier adiós o la intimidad de nuestro cuerpo cuando nos desnudamos.
En cambio las preguntas las hemos eliminado. Interesarnos por la salud de un amigo, por su situación familiar, emocional, laboral, etc…se considera una indiscreción, una intromisión en la vida del amigo, familiar, vecino o conocido.
Ante esta situación, si comentas noticias del tipo: seis sindicalistas de la CNT encarceladas por protestar ante La Suiza (pastelería de Gijón) por la situación laboral de una de las trabajadoras; ya te ponen la etiqueta de anarquista de m…, roja de los c…; si dices que en Barcelona, un juez de lo mercantil da la razón a una empresa de reparto a domicilio, condenada por otros tribunales, por contratar a falsos autónomos y añades que el juez en vez de redactar una sentencia ha escrito lo que podría ser una columna de opinión en un periódico, ya la tienes buena, es porque tienes envidia de las empresas que prosperan y te dedicas a poner palos en las ruedas, antes que defender la libertad de mercado.
Es tan grande el grado de tontería al que hemos llegado, que no puedes decir que Lamine Yamal es un futbolista espectacular porque si defiendes a un jugador del Barça, de padre marroquí y madre colombiana es porque eres una independentista de tres al cuarto y defiendes a los extranjeros que han venido a robar y a quitarnos el trabajo. Qué decir de VOX y su propuesta de expulsar de nuestro País a ocho millones de emigrantes. Esa es la prueba del algodón: quién critica esa medida es peor que Pedro Sánchez y más corrupta que Cerdán, Ábalos y Koldo juntos.
En vista de tanta tontería cuando Netanyahu propone al innombrable como candidato a Nobel de la Paz es mejor callar. Si se suceden los asesinatos a mujeres y a sus hijos, porque son propiedad de un hombre, es preferible no decir nada, porque estas feministas se están pasando. Podría poner más ejemplos, pero no quiero alargarme. Sólo afirmar que yo no me voy a callar. ¿Y ustedes?