Cuando la naturaleza desbordó el vergel de Malasaña: lo que pasó en el Huerto Barceló

La noche de San Juan de hace dos años, en la renovada plaza de Barceló (los Jardines del Arquitecto Ribera), empezó a crecer el primer huerto urbano municipal del barrio. Un diminuto espacio del parque -apenas 50 metros cuadrados, que luego se ampliaron a 100- había sido reservado para enseñar a grandes y pequeños cómo funciona una huerta y que es posible hacerla medrar incluso en pleno centro de Madrid.

El proyecto se llamó Huerto Barceló y lo gestionaban -lo gestionan a día de hoy- personas de diversas entidades, vinculadas al Ampa del colegio público Isabel la Católica y del colectivo Huertícolas. Allí crecen cada primavera tomates, fresas, habas, rábanos o acelgas de un modo ordenado y didáctico, pues sus responsables utilizan este espacio para dar clases prácticas a los alumnos del centro escolar cercano, y también para crear comunidad en torno al vergel.

Todo cambió con la pandemia en este espacio: nadie podía salir de casa para cuidarlo, porque el estado de alarma lo impedía por imperativo legal. Los agricultores urbanos, que habían roturado este espacio para mantenerlo ordenado, no pudieron volver hasta la fase 1 de la desescalada, dos meses y medio después de que se iniciara el confinamiento y con una primavera de por medio que transformó el lugar y demostró lo que puede hacer la naturaleza si se le da un poco de margen.

“De repente parecía una selva, era como en la película de 12 monos”, recuerda Esther Freire, una de las cuidadoras de este espacio verde, en conversación con Somos Malasaña. La alusión a la película futurista de Terry Gilliam, en la que Bruce Willis se mueve por un planeta desbordado por la naturaleza después de una pandemia, se comprende al ver las imágenes del aspecto del Huerto Barceló en mayo: una amalgama de plantas desbordaba sus bancales por todas partes y los animales salvajes de la ciudad habían tomado sus instalaciones en busca de comida.

Las palomas invadieron este espacio para alimentarse con lo que pudieron, llegando al grano de alpiste y trigo que se guardaba en paquetes, escondidos. Las ratas, que han aparecido en zonas de la ciudad donde hacía décadas que no se las había visto (como en la plaza de Olavide) arrasaron con las acelgas de este espacio. “Lo que sucedió es que la naturaleza se apropió del huerto”, resume Esther.

En cuanto pudo, el ejército de agricultores que cuida de este espacio se puso manos a la obra para limpiar el huerto y ahuyentar a los animales. “Aunque se echaron a perder algunas cosechas y llegamos tarde con algunas plantaciones, conseguimos recuperarlo”, indica Esther, que lamenta que durante el confinamiento más extremo se permitiera el cuidado de animales, pasear a los perros y no hacer pequeñas labores agrícolas en huertos como el de los Jardines del Arquitecto Ribera.

Proyectos con universidades y curso que viene

El Huerto Barceló es el único espacio de Malasaña realmente verde junto con el Solar de Antonio Grilo. El resto de zonas que el Ayuntamiento califica con este color se componen de árboles y suelos terrizos, pero pocas plantas o flores y, por supuesto, nada de césped y otros elementos herbáceos. El primero es casi un milagro, pues crece sobre un aparcamiento y con solo 50 centímetros de profundidad en la tierra para que las plantas prosperen.

Junto a Tribunal, pasado ya el momento más duro de la pandemia, la veintena de personas de todas las edades que se turnan para cuidar del huerto han recuperado el espacio para la próxima temporada de siembra, un lugar que recibe plantas de los viveros municipales y en el que también se colabora con proyectos de investigación de SEO/Birdlife o de la Universidad Autónoma de Madrid, con la que están midiendo la contaminación a través del cultivo de ciertas plantas.

La pandemia y el confinamiento ha hecho que los vecinos y los propios usuarios de este huerto valoren poder contar con un trocito de naturaleza en el centro de la ciudad. “En este tiempo hemos comprobado que Madrid es muy duro, que no tiene espacios verdes y que apenas tienes tierra real para tocar. Todos estamos metidos en un espacio muy artificial”, asegura Esther.

El curso que viene, el Huerto Barceló seguirá con su labor pedagógica de recrear en un pequeño trozo de tierra cómo se cultivan las hortalizas con las que nos alimentamos cada día. Sus responsables animan a los interesados en participar en el proyecto a que les escriban a huerticolas@gmail.com para formar parte de este comunidad, compuesta por niños desde los 3 años hasta abuelos de 78 años, de perfiles muy distintos. Y lanzan un deseo: aumentar el potencial de este parque y hacerlo extensible al parque que lo rodea: “Si de alguna forma fuera un poco más de todos, ayudaría a cuidar mejor un espacio del que nos responsabilizaríamos más como ciudadanía”, piensa Esther.

Huerto Barceló, en imágenes: