Cuando le preguntaban si las sanciones internacionales a Sudáfrica habían contribuido a acabar con el apartheid, Mandela respondía que eso era indudable. No lloraré, pues, si Israel es expulsado de Eurovisión y la UEFA, ni tampoco si recibe otras duras sanciones deportivas, comerciales y diplomáticas. Me importa un bledo lo que digan aquellos españoles que en 1936 hubieran alabado la brillantez de los Juegos Olímpicos del Berlín de Hitler, en 1980 se hubieran opuesto al castigo a la Sudáfrica del apartheid y hoy son hooligans de Netanyahu. Al revés que ellos, yo me enorgullezco porque mi patria se haya puesto a la vanguardia de las protestas por las brutalidades de Israel en Gaza. Esta España está demostrando independencia y gallardía.
En el medio siglo transcurrido desde la muerte de Franco, hemos ido forjando en España una sociedad muy plural y compleja, pero con algunas características mayoritarias. Detestamos las guerras y apreciamos los valores humanistas de la construcción europea. Somos solidarios con la gente en dificultades, tolerantes con la diversidad y comprensivos con aquellos que, como nosotros en tantos periodos de nuestra historia, tienen que buscarse las habichuelas en otras tierras. Y sí, nos indignamos ante tropelías desvergonzadas en la escena internacional.
He pasado muchos años viviendo en países árabes. Pues bien, estos días recibo mensajes de amigos marroquíes, egipcios y libaneses expresándome su admiración por la combativa actitud de cientos de miles de españoles contra el genocidio en Gaza y por la valentía que ha ido adoptando nuestro Gobierno ante esta tragedia. Los acompañan con lamentaciones por la cobardía de sus propios gobernantes. De Rabat a Abu Dabi, reyes y presidentes árabes llevan dos años practicando la política del avestruz, metiendo la cabeza en un hoyo. Temen que, si chistan, se enfade el imperio de las barras y estrellas.
La cosa, en realidad, viene de lejos. El apoyo de los regímenes árabes a sus hermanos palestinos casi nunca ha pasado de la retórica. Frasecitas rimbombantes contra el sionismo en sus cumbres y a otra cosa, mariposa. Lo sé, lo he vivido en directo, lo he contado periodísticamente desde los años 1980.
Sus pueblos son otra cosa. Les duele la anexión de Jerusalén por el sionismo en contra de la doctrina internacional que la ve como capital de los dos Estados, el hebreo y el palestino. Les duele la obscena, violenta y sistemática expulsión de los palestinos de sus tierras milenarias. Les duele hasta las lágrimas, me consta. Pero si intentan expresarse en voz demasiado alta, les esperan con frecuencia el palo del antidisturbios y hasta el calabozo. Y allí no hay habeas corpus.
En la larguísima desdicha de Tierra Santa, la España oficial ha sido más valiente que muchos de nuestros socios. Desde el encuentro de Adolfo Suarez con Arafat al reconocimiento del Estado palestino de Pedro Sánchez, pasando por la Conferencia de Paz celebrada en Madrid en tiempos de Felipe González y la infatigable actividad diplomática de Miguel Ángel Moratinos, los Gobiernos españoles han solido ser más activos que los franceses y alemanes.
Pero aún ha sido mucho más ejemplar la actitud popular, la que ha terminado por ganar la batalla de La Vuelta. A los que priorizamos la ética, esa España callejera nos da alegrías como la reseñada aquí por Santiago Alba Rico a propósito de las masivas protestas en Madrid del pasado domingo. Es la misma que, al grito de No a la guerra, se negó a tragarse el sapo de la invasión de Irak. Aquella España de 2003 tenía razón. No había armas de destrucción masiva en Irak. La invasión generó mortandad y caos. Y si Aznar la apoyó, fue por vasallaje a Bush.
No acepto lecciones de españolidad de los que dicen amén a todo lo que venga del eje Washington-Tel Aviv. A los que en 1940 hubieran estado con el más fuerte, esto es, con Hitler, Mussolini, Pétain, Quisling, Antonescu y Franco. A los que llaman etarras a los manifestantes contra el genocidio, menuda gilipollez. A los que acusan de antisemitas a los estremecidos por la matanza de niños en Gaza.
Ayuso y Almeida ni tan siquiera saben qué es eso del antisemitismo. No los he escuchado poner en la picota la memoria de Isabel la Católica, el cardenal Cisneros y el inquisidor Torquemada. No los veo preocupados porque Cisneros, que ordenó la quema a lo Goebbels de los manuscritos judíos y musulmanes de Granada, sea homenajeado con el nombre de una calle en las mismísimas inmediaciones de la sinagoga de Madrid. Está claro: repiten como loros lo que le escuchan a Netanyahu.
Una comisión de la ONU sentenció el martes que la actuación de Israel en Gaza cumple los requisitos del delito de genocidio. De inmediato, esa bocazas de guardia 24/7 llamada Esther Muñoz dijo que la ONU no es nadie para decir lo que es genocidio. Y si no lo es la ONU, ¿quién, doña Esther? ¿Fu Manchú? ¿Goldfinger? ¿El Consejo Imperial de Palpatine? ¿Usted misma?
Parafraseando irónicamente algo que dice mucho la gente de derechas, termino preguntándome: si no les gusta la España real, ¿por qué no se van a vivir al Miami de Trump, la Argentina de Milei o, ya puestos, una colonia hebrea en Cisjordania?