Tu futuro es el lobo

Ver la foto de esos niños en la manifestación contra el lobo me ha dejado tocado. Muy tocado. Es una mañana soleada en Lumbrales, bella localidad de las Arribes, en la provincia de Salamanca. Los ganaderos y sus familias se han reunido en las calles para protestar contra de la presencia del lobo en la comarca. Lo acusan de atacar al ganado y arruinar sus explotaciones.

Caminan unidos, portando pancartas y lanzando gritos por un pequeño altavoz de mano. Son trabajadores del campo que han abandonado sus labores para protestar por las calles del pueblo ante lo que consideran una amenaza directa a su forma de vida. Las imágenes del reportaje en la prensa local incitan a solidarizarse con ellos. 

Sin embargo, al leer los mensajes de las pancartas me alejo de sus demandas: “Ganado y lobos son incompatibles: soluciones ya”, “Lobos no”. Y la más dolorosa para los que amamos al lobo y a la naturaleza: la que sujetan un niño y una niña de corta edad, un cartón en el que alguien ha escrito “El lobo arruina nuestro futuro”.

Ese alguien debería haber explicado a los niños la verdadera historia del lobo ibérico antes de educarlos en el odio a la especie. Debería recordarles que la historia casi llega a su punto final en los años cincuenta del siglo pasado, cuando el Gobierno de la dictadura franquista creo las funestas Juntas de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza: instrumento de extinción masiva con el que la dictadura quiso aniquilar a todo animal salvaje que pudiera afectar o entrar en competencia con las especies de caza.

Durante años, los alimañeros bajaban del monte portando los restos de los animales clasificados como dañinos (zorros, linces, nutrias, rapaces nocturnas y diurnas, cuervos, serpientes y muchos más) los entregaban en el ayuntamiento y recibían dinero a cambio, mucho dinero: sobre todo si se trataba de una loba. 

En plena crisis económica el régimen franquista destinó millones de pesetas a pagar a los alimañeros por matar o envenenar animales, especialmente por perseguir al lobo. Quien le daba caza recibía honores de héroe en el pueblo y era agasajado con todo tipo de presentes. La persecución fue tal que a principios de los años 70 del pasado siglo el lobo estuvo a punto de desaparecer. Algo que seguramente se habría producido de no ser por la entrada en vigor de la Ley de Caza promovida y alentada por el famoso naturalista y defensor de los animales Félix Rodríguez de la Fuente. 

Fue Félix quien consiguió incluir al lobo en el listado de especies sometidas a control cinegético, algo que, aunque en muchos lugares de España no se respetó nunca, logró dar un cierto respiro a la especie, que pronto empezó a estabilizarse y recuperar lentamente sus poblaciones hasta hoy. Pero el lobo todavía no está a salvo.

Hoy estamos recogiendo los frutos de aquella decisión que salvó a la especie sobre la campana de la extinción, pero la amenaza sigue ahí porque los enemigos del lobo no han dejado de acosarlo y algunos gobiernos autonómicos permiten batidas para diezmar las manadas en su territorio, incluso en el interior de los parques nacionales.

Sin embargo todavía cabe la esperanza, al lobo todavía le queda una oportunidad, y esa oportunidad somos nosotros. Porque lo que sí está cambiando es la percepción social del lobo. Cada vez somos más los que unimos nuestras protestas ante la persecución que está sufriendo la especie. Y aún hay más.

En los últimos años va tomando fuerza en las comarcas donde habita la especie una nueva forma de turismo de naturaleza: el turismo lobero. Una actividad que, como ya ocurre con el oso pardo en la Cordillera Cantábrica, puede suponer una alternativa de desarrollo para la maltrecha economía rural de las comarcas loberas.

Una cosa sabemos: que el lobo vivo vale más que el lobo muerto. El lobo vivo es una alternativa de desarrollo rural, una oportunidad con la que no podemos ni debemos acabar a tiros privando a las generaciones futuras de sus posibilidades. 

Hay que apoyar al ganadero y buscar fórmulas eficaces para que la conservación de la especie no sea a costa de sus intereses. Pero lo que no podemos es inculcar el odio al lobo en las generaciones futuras. Porque, como ocurre con los hosteleros, guías turísticos, artesanos y el resto de paisanos que viven del oso en lugares como Somiedo, tal vez esos niños que portaban la pancarta en la manifestación de Las Arribes acaben viviendo del lobo el día de mañana.