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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Lo probable y lo imposible

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En unas horas habrá terminado el suplicio de la campaña del 4M. Empezará otro tormento, seguro; pero este al menos ya se habrá acabado. La campaña con más giros inesperados, plots y cliffhangers de la historia reciente de nuestra democracia parece destinada a concluir habiendo alterado apenas superficialmente las previsiones conocidas en el arranque de la carrera. Tanto susto y tanta épica para casi nada.

Aunque resulte difícil resistirse a la marea de datos, noticias y opiniones convergentes en dar por inexorables el triunfo y el gobierno de la derecha y la extrema derecha, mi humilde consejo es que no se crean todo lo que lean o escuchen. Ahí tienen el voluntarioso esfuerzo de su prensa más amiga y subvencionada por avisarnos de que se trama algún pucherazo en Correos. Ellos tampoco se fían de las proyecciones, así que, por si acaso, preparan el relato; no vaya a ser que la gente vote mal, no gane quien debe ganar y haya que explicarlo.

Lo probable pasa sin duda por que gane y gobierne Díaz Ayuso y a Vox no le quede más remedio que investirla a cambio de un par de corridas de toros y unos vermús en la verbena de la Paloma.

Lo más probable también es que la izquierda asista a una ajustada pugna entre PSOE y Más Madrid por resolver quién queda segundo, mientras la candidatura de Pablo Iglesias permite a Unidas Podemos conservar su espacio con menos holgura de la que seguramente calculaba el propio candidato.

Lo más probable también parece que persista en el ya gastado argumento de alertar sobre los males de la presencia de Vox en gobiernos e instituciones, mientras el PP y Pablo Casado aprovechan para blanquearlos cada día un poco más con nuevos gestos amables y más palabras afectuosas.

Es lo probable, pero no lo único posible. Con los datos en la mano y teniendo en cuenta los márgenes de error de la demoscopia publicada –en algunos casos por encima de los tres puntos–, existen otros escenarios que no resultan ni mucho menos imposibles.

Ciudadanos puede entrar por los pelos en la Asamblea y sus siete u ocho diputados, que los demás perderían, no solo alterarían la aritmética sino que podrían variar la orientación del Gobierno, bien hacia la izquierda, bien dentro de la propia derecha.

La suma de la izquierda puede aún superar a la suma de la derecha dependiendo de la participación, de si los socialistas se acercan más o menos al resultado de hace dos años y del mayor o menor alcance del voto útil a Díaz Ayuso. Ese resultado provocaría un terremoto de imprevisibles consecuencias en la derecha y voltearía radicalmente las expectativas para cuanto quede de legislatura en el Estado.

Qué será, será, lo sabremos en la noche del 4M. Pero que no les cuenten que está todo decidido porque no lo está. Ni siquiera tras esta campaña tan llena de sobresaltos y genialidades comunicativas que, a juzgar por las encuestas, no parece haber producido más que hastío y ganas de quedarse donde estaban entre los votantes. Si realmente es cierto eso de que la política actual busca, sobre todo, apelar a los sentimientos de los votantes, deberíamos tal vez empezar a concluir que, o no sabe cómo interpelarlos, o elige mal los sentimientos a movilizar o los votantes ya están extenuados por tanta pasión.