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Ruido y furia

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

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La vida es un cuento relatado por un idiota lleno de ruido y furia. Es verdad que, a veces, cuando los acontecimientos se desbordan, sus protagonistas comienzan a lanzarse invectivas los unos contra los otros, los discursos no sirven más que para refrendar la ideología propia, y la actualidad parece llevarnos hacia el precipicio, uno recuerda esa frase de William Shakespeare, pero con renovada ingenuidad espera que un atisbo de cordura nos salve.

Vamos pues, con más ruido y furia.

La pandemia ha logrado que Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, descubra su salvaje instinto autonómico, que le puede llevar a cotas insospechadas en su partido. Precisamente este mes de octubre, el día 25, se celebra el aniversario de los referendos de aprobación de los estatutos de autonomía más veteranos, los de Euskadi y de Catalunya que se convocaron en el año 1979. 41 años ya.

Las autonomías vasca y catalana han dado mucho que hablar y lo seguirán dando. Pero ahora lo fetén es la autonomía madrileña que es la que, de verdad, da que hablar. Díaz Ayuso, asesorada por su jefe de gabinete Miguel Ángel Rodríguez, ha descubierto su profunda alma autonómica desde la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, kilómetro cero del que surgieron las carreteras radiales que inervaron la esencia madrileña a España, y va camino de imponer las reglas esenciales del nuevo y más vibrante autonomismo.

Ya en su momento lo de las autonomías, fundamentalmente la catalana y la vasca, cuestiones de siglos atrás, dieron para mucho debate. Pasar de un régimen centralista y dictatorial de aquella “España Una” de Francisco Franco, a un régimen de autonomías que, según algunos, iba a provocar una España rota, a los Tejero de turno les puso de los nervios, y en las cantinas de oficiales y mandos del ejército los ánimos estaban caldeados hasta lo indecible, y el ruido de sables fue ensordecedor.

Han pasado unos cuantos años de aquella aprobación, incluso un intento de golpe de Estado, pero los estatutos sirvieron para el encaje de dos territorios con especiales características y reivindicaciones históricas. Luego vinieron todos los demás y lo que en principio era un desarrollo legislativo asimétrico con una adecuada institucionalización administrativa para las llamadas nacionalidades históricas (Catalunya, Euskadi, Galicia), que el presidente Adolfo Suárez incluso llegó a proponer al Rey, terminó siendo lo que se llamó “café para todos”, es decir, un desarrollo general de autonomías, incluso de regiones que nunca habían manifestado ningún tipo de interés en esa clase de administración más cercana.

Previamente, en la propia Constitución, y nada menos que en el artículo 2, había quedado reflejada la reivindicación histórica: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”

Y ahí, pinchamos en hueso. ¿Qué es eso de las nacionalidades y regiones? ¿Quién es nación, y quién solamente región? Los constituyentes se olvidaron de precisárnoslo y así quedó la cosa muy laxa, como muy discutible. Y aquí Isabel Díaz Ayuso, tiene donde meter baza. Ahora ha descubierto que es presidenta de una autonomía que mola mucho porque “Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España? No es de nadie porque es de todos”, nos explicó con especial clarividencia la actual presidenta madrileña.

Si el PNV tenía a Sabino Arana como espejo donde mirarse en su búsqueda de la identidad política, corporativa, étnica, sociológica, cultural o lo que sea, para apuntalar el nacionalismo vasco, los próximos presidentes o presidentas de la Comunidad de Madrid tirarán del corpus intelectual creado por Ayuso que para entonces estará disponible en un manual de nacionalismo madrileño fetén.

El problema estriba en definir la nacionalidad madrileña. Es obvio que la nacionalidad se adquiere de origen. Si tu has nacido en Chamberí y tienes más de ocho apellidos madrileños. No hay duda. Tu nacionalidad es madrileña y se integra con un Estado plurinacional como un chotis a lo agarrao y bien agarrao. Sé que esto de las nacionalidades y la nación, y lo de la indisoluble unidad y el derecho a la autonomía, y todo este galimatías que nos dejaron los constituyentes, le trae a mal traer a Ayuso y por eso ha preferido exprimir al máximo la fuerza de la autonomía en su enfrentamiento con el poder central. 

Ahí encuentra el apoyo del órgano de pensamiento del Partido Popular que asegura: “Cuando España no anda sobrada de imagen en el exterior, el Gobierno de Sánchez ha entrado como un elefante en una cacharrería, estigmatizando a la capital, levantando el temor en el resto de España hacia Madrid y rodeándola de una sombra apocalíptica que daña a toda la nación y es injusta para la Comunidad y sus ciudadanos”. 

Pero esta misma semana tenemos indicios de lo contrario. El CIS en su barómetro de octubre afirma que el 62,4% de los españoles cree que habría que tomar medidas de control y aislamiento más exigentes contra la pandemia, son cuatro puntos más que en el pasado mes. Y el mismo barómetro que puntuaba al ministro de Sanidad, Salvador Illa, con un 4,2 antes del confinamiento, le puntúa ahora con un 4,7, y subiendo. No me extraña que Pablo Casado, el líder del PP, esté empeñado en presentar al ministro como candidato del PSC en las próximas elecciones catalanas. Lo logrará.

En Madrid, cuando se impuso el estado de alarma, se hizo con las mismas restricciones que ya había impuesto Ayuso, como remarcó el ministro Illa. En el PP pusieron el grito en el cielo. Días después, la Generalitat decidió cerrar todos los bares y restaurantes de Barcelona y Catalunya durante 15 días, y el PP no puso el grito en el cielo, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, impuso el toque de queda en París durante cuatro semanas, con datos mucho mejores que Madrid.

Es evidente que nadie tiene la varita mágica para solucionar esta pandemia, y lo peor es que zonas, regiones y países que se ponen como ejemplo de eficacia, terminan poco después en manos del malvado virus. Siempre nos quedará la duda de lo que hubiera hecho un presidente de gobierno del PP en estas circunstancias, un aficionado a procastrinar, como Rajoy por ejemplo. Lo fácil es machacar a personajes como el jefe del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, situado en ese puesto por el Partido Popular. Pero Simón ha dado el callo, seguro que ha metido la pata, quien no la metería con la presión a la que está sometido. Lo difícil es apoyar, sin ambages, al rival político por un valor superior y dejar la petición de cuentas para su momento, la post pandemia, que esperemos que llegue.

Pero los asesores de Ayuso le marcan un camino de confrontación y pelea con el poder central, en la seguridad de que esa imagen de Agustina de Aragón contra los invasores franceses le dará votos. La culpa la tiene el otro, en este caso el gobierno central. Pero, la nueva Agustina de Aragón, quiere que olvidemos cosas como que hace un mes prometió realizar un millón de pruebas de antígenos y que no ha realizado más que 89.000 y que se lo ha recordado un diario que no es, precisamente, crítico con su gestión. “Madrid solo ha hecho 89.000 test de antígenos del millón prometido hace un mes”, informaba ABC esta misma semana.

Los datos que nos da la empresa de sondeos Metroscopia dicen que “la comunidad de Madrid registra una caída más abrupta en la evaluación de su gestión en comparación con el resto de las comunidades autónomas: ha pasado de un nivel de aprobación del 60% - 70% al comienzo de la pandemia al 10% - 20% en octubre”. 

Pero eso no es un problema. Ayuso está acostumbrada a la pelea, al tira y afloja, al que me dices tu que te lo voy a decir yo y más claro. Ayuso, hoy es nacionalista madrileña como mañana, y siempre, nacionalista española. Madrid es España, España es Madrid, o lo que sea. Y hay trampa en ello. El caso es enredar, tratar de rascar votos y conseguir una posición claramente dominante en la derecha con el fin de desgastar a un gobierno de izquierda enfrascado, con sus errores y sus aciertos, en sacar al país del infierno de la pandemia.

Y así la política, entre trampas y crispación, va convirtiéndose en ejemplo sustancial del ruido y la furia de Shakespeare.

En el viejo Madrid había una buena escuela para avezados alumnos de la trampa y la picaresca, la de los barquilleros de Lavapiés, y lo contaron Chueca y Carrión en la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente: “Cuando viene un señorito y nos dice: vamos a jugar, en menos que canta un gallo la trampa está prepará. Como están los clavos flojos y la máquina desnivelá, por más que se vuelva mico, que ni pa Dios que nos pué ganar.”

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