El hombre sano no tortura a otros, por lo general es el torturado el que se convierte en torturador
Yo sí he estado al lado de Simón Pérez. Quiero decir que soy plenamente consciente de que es un ser humano, que nunca podré convertirle en una presencia virtual, en un avatar, que no podré deshumanizarlo. Nada más producirse el incidente del video viral en el que él y su compañera daban un consejo sensato, visto lo visto, en un video en el que se apreciaba a las claras que estaban drogados, los llevaron a la tele. Una gracieta. Así acabé sentada al lado de un hombre al que le rechinaban los dientes y que llevaba todo el tiempo las manos en los bolsillos para que no se apreciaran los movimientos involuntarios que estas tenían. Así estuve una mañana sentada al lado de un drogadicto. No es que a mí, que no he probado en mi vida la droga, me fuera ajeno este sufrimiento. En los años ochenta la ciudad mostraba su cara amarga de jóvenes truncados por la heroína que se balanceaban dolorosamente entre la delincuencia y la destrucción. Todos conocimos a alguno. Ya lo cantó Sabina.
La cuestión quedó ahí hasta que se ha conocido la espiral de destrucción que la toxicomanía le hizo emprender. Créanme, no es nuevo. En círculos de lo más elevado, como del que a priori partió él, se han dado casos dolorosos y tremendos. Hay personajes de lo más encumbrado luchando a brazo partido con la adicción de sus seres queridos. Ignoro si a Pérez le quedan seres queridos, me temo que no. Mi intención no es hablar sobre Pérez sino sobre sus torturadores. En este mismo medio María Zuil ha hecho un buen reportaje sobre lo que sucede en torno a esta persona, que no personaje, es una persona, y a quienes llevan tiempo pagándole para que se humille y llegue a simas de abyección que nadie desearía para sí y los suyos. Yo quiero hablar de los torturadores de Simón Pérez, de su vileza y de una sociedad que asume como fenómeno digital lo que no es sino el escaparate de la inmoralidad y la ignominia más extrema.
En el reportaje del que les hablo una abogada diferenciaba lo ilegal de lo inmoral. Una abogada afirmaba: “pagar porque alguien se autolesione es una cuestión más ética que legal, a unas personas les parecerá mal y a otras no”. Si no te parece mal tienes un problema de humanidad, de conciencia y de humanidad que no se remedia con ninguna banderita. Convertir la ley en un baluarte del comportamiento inhumano e inmoral no me parece buena idea. Y es que además es discutible que sea legal. Existe el delito de trato degradante contenido en el artículo 173 del Código Penal, por el que se condenó a un youtuber por hacer comer a un indigente galletas con dentífrico. ¿En qué difiere de este caso? Además, vamos a dejar claro que estamos hablando de personas con su volición alterada, por la necesidad de la droga, de alguien que probablemente resultaría inimputable en términos legales. Pensar que cualquier drogadicto dependiente es dueño de sus actos y, por tanto, que si vende su humillación o elige lesionarse por dinero está haciendo uso de su autonomía individual ya es de por sí aberrante. La segunda aberración proviene de considerar que el ser humano es libre de dañarse por necesidad económica, del tipo que sea, y que por tanto no tiene repercusión legal el hecho de pagarle por ello. Esa circunstancia facultaría para pagar a un pobre por sus órganos o por su vientre o convertirlo en esclavo por su necesidad. Afortunadamente las sociedades democráticas avanzadas contienen una protección moral y legal contra estos actos.
En el caso de Simón Pérez su condición de pobre drogadicto sometido a la dictadura de una adicción que le anula su libre voluntad le saca de la ecuación. Esta sociedad lleva tiempo conviniendo en que las personas que caen en tal esclavitud sólo merecen nuestra compasión y nuestra ayuda como sociedad. Vamos pues al inane lugar de quienes utilizan su dinero, poco o mucho, para sumirlo en la abyección. No me vale la respuesta de quien cree que “elige autolesionarse” y que esto puede parecer bien o mal. Creo que olvida que él no puede elegir nada a estas alturas y que quienes se aprovechan de ello para humillarle y para exigirle, previo pago, el colmo de la indignidad, que lleve a cabo acciones que las personas en pleno uso de sus facultades volitivas no harían, no sólo son inmorales sino que son sus torturadores, ni más ni menos.
En Black Mirror tuvieron el cuidado de poner por un lado a los torturadores y por otro al pobre hombre que se sometía a sus torturas por el noble fin de preservar la vida de la mujer que amaba. En este caso el espectador no tiene duda sobre la infamia capitalista que le llevaba a este sacrificio. Lo de Pérez es lo mismo. Una vez caído en el abismo de la droga su voluntad es inexistente, está anulada, es un enfermo, un ser digno de lástima y de protección y, por lo tanto, exigir mediante dinero que se humille, que beba orines, que se drogue, que se rompa los dientes, que se arroje vómito es inmoral. Estamos asumiendo que personas que disponen de su volición completa y de algún dinero, a veces muy poco, algunos euros, puedan torturar, someter y humillar a otro ser humano al que su dependencia química o, en otros casos, su incapacidad de volición, mantienen sometidos a su yugo. Pérez se ha volcado vómito encima, ha engullido comida podrida, ha consumido drogas cada vez más destructivas como heroína o ketamina, se ha sometido a vejaciones de todo tipo siendo un adicto ¿y me van a decir que la inexistente autonomía personal lo cubre? ¿Me van a decir que si no fuera delito, que yo tengo dudas, habría que aceptarlo? ¿Me van a decir que el problema es el desgraciado de Pérez y no los hijos de mala madre que se aprovechan de su situación para torturarle? Crean que ni con los yonquis de los ochenta se fue tan inhumano y tan cruel.
Uno de los problemas que se tienen en estos casos, más allá de la abyección de los que no tienen más problema que su propia maldad, es el de la aparente incapacidad social para ayudar. Desde que se promovió que la autonomía de las personas que no la tienen -dementes, drogadictos, enfermos psiquiátricos en brote- era el bien máximo se olvidó la capacidad social y familiar de ayuda. Si alguien se está destruyendo porque ya no puede controlar volitivamente esa destrucción, como sociedad tenemos la obligación de echarle un cabo, no de tirarle la soga al cuello para divertirnos. En las familias con posibles todos estos casos se tratan con discreción, ayuda e internamiento incluso si el enfermo no lo desea. Por mucho que se clame ahora por la autonomía del que no la tiene desde lo público, quien tiene amor y medios económicos no suele dejar a los suyos al albur de la violencia y la humillación de los torturadores de las redes. Les digo que hay clínicas de desintoxicación con ayuda psiquiátrica en la que estas personas, en muchos casos próximas a importantes figuras del Estado, son ayudadas incluso contra su maltrecha o inexistente voluntad. No estoy teorizando, les cuento lo que hay.
A finales del siglo pasado Ruiz-Gallardón, con toda la oposición de su partido y del propio Aznar, estableció la primera narcosala de España para conceder condiciones de dignidad e higiene a los adictos, añadiendo a ello programas de metadona para su desintoxicación. La misma iniciativa se llevó a cabo en Barcelona y Bilbao. En aquellas fechas aún se consideraba que dentro del estado del bienestar se incluía el cuidado de aquellas personas que, por las circunstancias que fuera, habían caído en la dictadura devastadora de las drogas. Parece que hoy día se ha olvidado. No sé en qué progresamos si nos estamos preguntando si es legal o no torturar previo pago a un pobre drogadicto al que la adicción no le permite ningún género de elección. A finales de los noventa, con Internet o sin ella, nadie hubiera dudado en la respuesta.
Parece que ha sido el problema de imagen corporativa de las plataformas en la que el pobre Simón Pérez vehiculaba su mísera necesidad el que les ha impelido a cerrar sus cuentas. Eso protege a los miserables que pagaban por contemplar la destrucción (la degringolade) de una persona pero nada hace por él. Si esta sociedad, ministerio de Sanidad mediante, no cuenta con los medios para rescatar a estos enfermos de su propia toxicomanía, si no puede hacerse cargo de la voluntad y la dignidad que ellos no pueden sostener, mal vamos.
Pérez es un ser humano, como usted o como yo, aunque no lo hayan visto en persona nunca. Necesita ayuda.