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¿Es la mentira política una forma de violencia?

Casado Arroyo

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Este 3 de diciembre, Ignacio Escolar nos honró con su presencia en Bilbao a socios y no socios. Nos habló sobre el reto del periodismo profesional ante el desafío de los algoritmos y los bulos. Yo estoy orgulloso, como socio, de aportar algo a esa gran labor que hacen por la información verídica y, por tanto, por la democracia, elDiario.es y otros medios digitales de fiar.

Me pregunto si la mentira no es más que otra forma de violencia. Me explico.

No es nada preciso ni suficiente alabar la democracia como la menos mala de las formas de gobierno posibles. Lo propio es reconocer que es la única forma de gobierno legítima pues las demás son imposiciones, y, por tanto, violentas. La democracia, conceptualmente hablando, es la forma de acordar vivir sin violencia dándonos, en base de igualdad y racionalidad comunicativa, mediante un diálogo permanente universal, unas normas fundamentales de convivencia. Es el paso de la barbarie a la civilización basada en la palabra. De ese proceso surgen los derechos humanos, la división de poderes y la legitimidad de las leyes aceptadas por mayoría, sin contradecir lo mínimo fundamental.

Viene de suyo que, para la deliberación previa a cualquier acuerdo sobre cualquier principio fundamental y sobre cualquier ley, el diálogo solo puede ser sincero; no mentir es una condición del mismo. Según R. Alezy, es violencia o coerción interna o externa todo aquello que esté fuera de las reglas de validez ideales del discurso. Habermas también apela a esas reglas ideales del discurso para llegar a acuerdos.

Creo que podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que en política es violencia todo aquello que no sea única y exclusivamente el uso de la racionalidad comunicativa en una situación ideal de diálogo.

Entonces, la mentira puede ser una forma de violencia no física e indirecta en su proceder y en sus consecuencias. Lo es en su proceder porque es como un manotazo a la verdad debida a los interlocutores para hacer creer e imponer, a empujones, una mal llamada realidad alternativa para beneficio propio y perjuicio ajeno. Pues quien miente sitúa al mentido ante una situación de asimetría y desigualdad cognitiva, es decir, en debilidad defensiva argumental, lo cual es una actitud desleal y puede tener consecuencias negativas extraordinarias. Dicho de otra manera, la mentira es antidemocrática.

Puede ser un medio para que la ciudadanía cambie su sentido de voto o para dar por válida una invasión de otro país con consecuencias horripilantes como la muerte de cientos de miles de personas, como ocurrió con la invasión a Irak en 2003. Ejemplos como este hay muchos. Si el fin es la violencia y sus consecuencias la muerte, la miseria, la desigualdad, el abuso, entonces, el medio utilizado como necesario para lograr tal fin se convierte en violento; así, la mentira deviene en arma de destrucción masiva.

También lo es si se usa para cambiar un gobierno legítimo. Esto es algo digno de tener en cuenta en los tiempos actuales en los cuales la mentira es utilizada para debilitar la democracia en pos del dominio del más fuerte, que es desear volver al estado de naturaleza salvaje, la antítesis de la democracia.

Necesitamos profesionales de la información que nos ayuden a entender el ámbito político y a saber lo que ocurre para poder deliberar y tomar decisiones políticas responsables.